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Documentació

Extrañamiento moral

Article publicat a “El País” el 01/09/02 per Ángel L. Prieto de Paula

Imprevisible, remoto, conversador deslumbrante, Gabriel Ferrater (Tarragona, 1922-Barcelona, 1972) fue un solitario calcinado por una inteligencia descomedida. Esto, y su desdeñosa ausencia de patetismo, caracteriza a quien 'con los mismos defectos pero con menos cualidades hubiera funcionado mejor', según Gil de Biedma. Reñido con el pragmatismo, pasó su vida redactando comentarios de lectura y traduciendo a destajo para Seix Barral, centro de la gauche divine barcelonesa y, en concreto, de los poetas catalanes de los cincuenta, una vez desaparecida la revista Laye.

Ferrater fue un poeta tardío. A Da nuces pueris (1960), un primer volumen publicado cuando comenzaba a afincarse en la madurez, le siguen Menja't una cama (Cómete una pierna), de 1962, y Teoria dels cossos (Teoría de los cuerpos), de 1966. Esta trilogía constituye su obra completa, reunida en 1968 con el título de Les dones i els dies. En 1979, varios años después de su muerte, se publicó Mujeres y días, muestra abundante aunque incompleta de su poesía, en edición bilingüe y con prólogo de Arthur Terry. Éste es el libro que ahora se reedita. De los tres traductores, Pere Gimferrer realiza las mejores recreaciones, dado su polimorfismo psíquico conectado a la identidad negativa que atribuye Keats al poeta, quien debe disiparse para dar voz a otros sujetos; algo cercano a la enajenación de los maudits simbolistas, según la formulación rimbaudiana 'je est un autre'. Las traducciones de José A. Goytisolo destacan por la soltura de su dicción, en tanto que las de José María Valverde son menos felices y más pegadas al original (¿quizá más inseguras?).

En el posfacio a Da nuces pueris expresa Ferrater su repudio del lirismo exaltado y de las orfebrerías formales: 'Pienso que es el fondo el que hace el poema, y que, como venía a decir Goethe, las cuestiones de estilo sólo preocupan a las señoritas aficionadas'. Educado en la tradición francesa, fueron maestros anglosajones -Frost, Graves, Auden- quienes estimularon su inclinación narrativa y ajena a la grandilocuencia. Pero este enemigo de la dicción romántica y de la impostura del yo escribió dos poemas de un confesionalismo sólo contrarrestado por el extrañamiento tan ferrateriano respecto a los temas: In memoriam recompone la trama de la guerra civil vivida por un adolescente, bajo la contemplación del adulto en que se ha convertido, sin rastro de finalismo filosófico ni de pretensión de absolutos; y el larguísimo y no incluido aquí Poema inacabat es, a más de un ejercicio metaliterario a propósito de Chrétien de Troyes, una confesión amorosa y el recuento de los compañeros de viaje a lo largo de la historia y a lo ancho de la literatura.

Ferrater y Gil de Biedma, su contendiente en los chisporroteos de la inteligencia, son los casos más claros de poesía de la experiencia en catalán y castellano respectivamente. Pero Ferrater no es nunca un poeta fácil, aunque otra cosa haga pensar su receta artística: 'Tot poema hauria d'ésser clar, sensat, lúcid i apassionat, és a dir en una paraula, divertit'. Su poesía se atiene a la situación moral de un hombre en su intersección con la realidad, y en ella participan las vivencias de la ciudad, el erotismo, las rozaduras del tiempo. Su lenguaje propende a un interlocutor posible, pues 'un verso que no sabe a quién habla / se parece al que se lanza de cabeza / a una piscina vacía / o a quien invoca la eternidad'. Muerto su maestro Riba y alejado Carner de la vida cultural catalana, queda sólo relativamente emparentado con Vinyoli y menos con Foix, con cuya libertad irracionalista contrasta. Así las cosas, Ferrater es un referente fijo de la poesía catalana en la segunda mitad del siglo XX, distante de la mitología civil y del trascendentalismo metafísico de Espriu, su particular bestia negra, y en alguna medida asimilable a los poetas en castellano de la 'escuela de Barcelona', algo más jóvenes que él.

Tras haber anunciado en numerosas ocasiones que no le gustaría oler a viejo, una noche de la primavera de 1972 decidió no seguir en el pozo al que lo habían empujado sus excesos con la ginebra y su lucidez autodestructiva. A su muerte quedaron estos poemas austeros y cerrados, en cuya aspereza se sostiene una mirada moral posándose indesmayada sobre el curso de los días.

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