Documentació
Article publicat a “El Periodico” el 10/05/01
En esta edificante novela un hombre puede redimirse de su oscuro pasado -su madre yonqui y prostituta, una temprana trayectoria de delin cuente- y convertirse en un hombre de bien. No es la primera vez que el escritor y periodista Ramón de España (Barcelona, 1956) saca a un personaje del pozo y logra salvarlo. Y, en este caso, se salva más de uno a través de la fidelidad consigo mismo, aunque tal fidelidad consista en repartir latigazos en un burdel o en, fiel a la vocación, acosar tenazmente a morosos, hasta torturarlos.
Éstas son las gentes guapas que sostienen esta comedia cínica y negra, más exactamente color gris sucio, que se desata cuando a un devoto pastelero del Maresme se le despierta la euforia sexual y sentimental. Una comedia que existe por la desmesura y la liviandad y para hacer reír por su amoralidad -lo de edificante no era sarcasmo-, pero que, sin embargo, provoca algo extraño, tal vez una tristeza que no parece venir de la visión del mundo del autor -más bien de una limitación en su campo de visión- ni cumplir parte de un propósito estético.
Tal vez, algo de esto se debe a que en esta maquinaria verbal hecha de réplicas veloces han faltado latigazos secos y cortantes y, en cambio, mucho de lo que se dice suele parecerse más al chiste con voluntad de transgresión. Resulta curioso, en un autor que demuestra buen oído coloquial, que no se confíe en lo que dicen los personajes y se añada a continuación lo que esas personas están pensando en el fondo, hasta extremos didácticos. ¿Acaso el lector no sabe leer entre líneas?
En la Barcelona que muestra este libro el cretino es siempre un cretino que dice cretinadas previsibles y el católico un pan de Dios, y así para todos esos personajes, que su autor no parece apreciar demasiado. Con matices y buenos momentos, se tiene la impresión de que lo que se dice es siempre del mismo color.
Malos tiempos en Barcelona si un libro irreprochable en su construcción y entretenido no merece poblarse de un mundo de personajes alevosos que, como los de Joe Orton, decían frases de honda espiritualidad, aunque fueran degenerados y matones a sueldo. Pero he aquí la tristeza de esta historia que no ha buscado peculiaridades y se ha quedado en la pena de un mundo sin contradicción.
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