15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Espriu como poeta

Article publicat a “La Vanguardia” el 05/11/2003 per Xavier Bru de Sala

Hay tres poetas en Espriu. El sarcástico, el metafísico y el profeta civil. El primero y el tercero pertenecen a la misma familia, si bien como veremos se produce un cambio fundamental, un salto de enorme magnitud. El metafísico, seco, áspero, desnudo, se encuentra muy alejado de los otros dos, aunque no tanto como para que la influencia del cambio no alcance a modular la fibra más íntima de la poesía espriuana. La poesía sarcástica deriva de sus mejores y más ácidas prosas. En verso o prosa, se trata de la misma vena. Diremos de paso que prefiero esta parte de la obra de Espriu, y no porque crea que un intento de valoración objetiva la sitúe por encima de las demás ­sobre este punto no he resuelto mis dudas­ sino porque la encuentro muy cercana a mi sensibilidad. El modo que tiene Espriu de propinar latigazos a sus conciudadanos, indignado y frenético gesticulador, como un carretero-profeta, su concepción desesperanzada del ser humano, ese muñeco estúpido, egoísta, vanidoso y deforme, penetra en el lector, y más si es catalán, como una daga en el centro de un “pa de pessic”. Si releemos las primeras Cançons d'Ariadna, y muchas de las que siguen, observaremos este humor duro, siniestro y enfadado tan peculiar de Espriu. No busquemos indulgencia en Espriu porque no la hay. No contento con habernos convertido en títeres, se burla cruelmente de nosotros mientras nos mutila. Carretero que no pierde la elegancia y compostura de un señor. Llevados hasta el límite que Espriu hasta forzó, sus sarcasmos tienen algo de profético, aunque no haya en ellos intención reformadora o esperanza en la mejora de la condición humana, y menos catalana. En mi tesis sobre su poesía, de no haberse producido la ruptura histórica y personal de la derrota en la Guerra Civil, Espriu podría haber producido de modo parecido sus poemas hipersatíricos, para los cuales estaba dotadísimo, sin grandes variaciones. Podría, aunque en este punto aumentan las dudas, haber escrito poesía metafísica de la desolación. Ambas venas se encuentran muy alejadas, pero son coherentes: no cree en la salvación de los demás ni en la propia. La diferencia es que a los demás les azota, tal vez por no ayudarle a creer en ellos, y él se lamenta de la inutilidad del esfuerzo por haber podido encontrar una salvación en su interior. No hay más consolación que el fondo del pozo, el plomo de las nubes, la negrura de las sombras. Espriu, tan duro con sus contemporáneos, lo es bastante más consigo mismo. A grandes rasgos, sin guerra y derrota, ésta y así podría haber sido toda la poesía de Espriu. Pero hay un tercer Espriu, el profeta civil que asume la voz de un pueblo, tan distinto del carretero-profeta de los sarcasmos como latigazos. Este tercer Espriu es el más conocido, citado y celebrado, pero aún está por ver si es auténtico. En principio, parece no corresponderse con los otros dos poetas que hay en él. Retrocedamos un poco. En la Europa confiada de entreguerras, apenas nadie veía venir el cataclismo que se avecinaba. Este ambiente de confianza y optimismo general reviste en Catalunya la forma de país casi hecho. La dictablanda de Primo de Rivera no supone una amenaza seria para la cultura y la nacionalidad catalana. En este contexto, el joven Espriu es ensalzado, por una sociedad literaria muy exigente, como un valor renovador y seguro. Su existencia, y la de los demás, está encarrilada. La República abre nuevos caminos de futuro. Y de repente, la guerra, la derrota, el hundimiento de un mundo, del mundo. A las puertas de la madurez, el edificio humano y cultural al que Espriu pertenecía se encuentra en ruinas. Dado su carácter, ya de por sí lúgubre y taciturno, es pertinente imaginarlo por doble motivo en el pozo de Daniel, donde se abstiene incluso de mirar hacia arriba. Para qué si no hay luz. Las paredes del pozo son el “mur del caminant” ­la imagen da para otra tesis­.

Tornar