Documentació
Walter Benjamin en Portbou
La moda del relato real, que ha cobrado una fuerza inusitada con el éxito de la novela de Javier Cercas, parece que va cuajando. Justo Navarro, excelente narrador, ha publicado una novelita muy discutible sobre la vida de Gabriel Ferrater, que me digo que pondrá los pelos de punta a los que trataron a menudo al poeta de Reus, y hasta a los que le conocen por su obra y se han dejado deslumbrar en alguna ocasión por el aura del mito. La mezcla de ficción y realidad de lo más legítima, claro se realiza en esa novela de forma, a mi modo de ver, harto gratuita. Eso sí: ciertas recurrencias narrativas como en el “Salamina”, como en las novelas de Marías y esa tesis de que Ferrater aprendía nuevas lenguas para olvidar las palabras en las lenguas extranjeras en que hablaba a algunas de sus mujeres tienen empaque y buena disposición literaria. La novela de Navarro se deja leer, y la verdad es que con auténtico placer. El italiano Bruno Arpaia ha publicado La última frontera que, por una coincidencia con un título ya existente, aquí y en Francia no se ha podido traducir con el nombre original, “El ángel de la historia”. Arpaia nos sitúa en la Europa convulsa de los años treinta y cuarenta. La Europa de la guerra de España y del ascenso del nazismo. La que está a punto de sufrir la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. La Europa del holocausto. La novela tiene dos protagonistas. Por un lado, Laureano Mahojo, hijo de la imaginación de Arpaia: un ex combatiente republicano que ha vivido las de Caín y que acaba buscándose la vida trapicheando con el contrabando en la frontera catalano-francesa. La misma frontera la última, por supuesto en que un buen día se tropezará nada menos que con Walter Benjamin. Un Benjamin derrotado, que ya no puede con su alma ni con ese peso excesivo de la historia que le agobia como judío perseguido. Un Benjamin que esperaba la sentencia de ese ángel de la historia que ha optado por hacer mutis por el foro o, tal vez, por mostrar lo más zafio de la especie humana en ese pedazo de mapa europeo. La idea de Arpaia es buena: mostrar la contradicción entre dos espíritus radicalmente distintos que, al fin y al cabo, luchan por unos mismos ideales: el de la libertad, el de restituir la dignidad al género humano. Por un lado, pues, el hombre de acción, joven, expeditivo; por el otro, el sabio aniquilado por las circunstancias. Los compañeros de Mahojo son Mercedes, Ana María, Mariano... Los de Benjamin: Hannah Arendt, Georges Bataille y, un poco más lejos, Brecht y Adorno. La profunda decepción, el desaliento creciente de Benjamin (que ve zarpar hacia América a muchos de sus amigos y colegas: él no puede, está sin visado, las fuerzas le abandonan); su hastío moral y su terrible cansancio físico; su incapacidad para una vida parcamente doméstica y de todo punto acechada por el peligro... todo esto está muy bien narrado en la novela de Arpaia. Por el contrario, la historia de Laureano que es la de tantos españoles que lucharon en la Guerra Civil, y de tantos europeos que lucharon por una Europa libre resulta un poco tostón. El lector debe tragarse más de 200 páginas antes de llegar al encuentro entre los dos. En el ínterin, las dos historias en paralelo repito: la del alemán, muy interesante nos van adentrando en el dolor de la historia y nos dibujan las heridas de la guerra española y las de la persecución judía. Heridas, al cabo, incurables. O, para decirlo con el aforismo del escritor polaco Stanislaw Jerzy Lec, judío como Benjamin: “Las heridas cicatrizan, pero las cicatrices crecen con nosotros”.
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