15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Article publicat a “El Mundo” el maig de 2004 per José Luís García Martin

En la poesía de José Corredor-Matheos hay un antes y un después de la publicación de Carta a Li-Po (1975). Hasta entonces, Corredor-Matheos (nacido en 1929, el mismo año que Gil de Biedma o Valente) era un poeta menor, y probablemente prescindible, del 50. Los correctos sonetos en voz baja de Ocasión donde amarte (1953), las elípticas buenas intenciones de Poema para un nuevo libro (1962) o Libro provisional (1967) hacían parecer su poesía como el violín de Ingres de un excelente crítico de arte. Con Carta a Li-Po, Corredor-Matheos, sin dejar de ser él mismo, se convirtió en otro poeta, o mejor, en un poeta, en alguien que ilumina el mundo y nos ilumina a nosotros mismos. Y eso ya desde los primeros versos, tan significativos: “Escribir un poema/que nada signifique./Salir a la terraza,/ respirar en la noche,/no esperar que alguien vuelva,/no desear ya nada./ Abrir solo las manos,/y que de entre los dedos/alcen el vuelo, mudas,/ asombradas palabras”. El don de la ignorancia continúa y ahonda los logros de Carta a Li-Po: poesía minimalista, ética y estética de la desposesión, la herencia de Oriente sin incurrir en las falsas chinerías. La primera parte comienza volviendo del revés un verso de Rilke. “Qué extraño es estar muerto” escribió el autor de las Elegías de Duino. “Qué extraño es estar vivo” exclama Corredor-Matheos. En esa extrañeza tienen su origen la mayor parte de los poemas. Coincide en esto con otro raro de su generación, César Simón, aunque el resultado sea muy distinto. Los poemas son breves, despojados de retórica, con apariencia de improvisaciones o apuntes, o mejor, iluminaciones súbitas. Sólo en algún caso el autor juega con la rima consonante, como en el poema que glosa el “estando ya mi casa sosegada”, de San Juan de la Cruz: “Nada de lo que has sido/permanece./No tienes ni pasado/ni futuro,/y hasta el mismo morir/no es muy seguro./Nada ni nadie a ti/te pertenece./Pero respira el campo/ si anochece”. La segunda parte podía titularse “Cuaderno de homenajes”, ya que los poemas se dedican a admirados amigos y maestros. Entre estos textos, que algunos tendrían la tentación de desvalorizar como circunstanciales, se encuentra uno de los más significativos del libro, el dedicado a Omar Jayyam: “¿Cómo podré pagarte/que me hayas hecho ver/la irrealidad de todo,/la vanidad de todo?”. En la sección siguiente el autor vuelve la mirada hacia las cosas concretas, hacia las minucias del diario vivir: un paseo solitario, la inesperada lluvia de abril, un perro que brinca gozoso, las machadianas moscas, los árboles, un tren cerca del mar, las tierras de La Mancha. La propia poesía se vuelve objeto del poema en la parte final del libro, cuyo título recuerda al Curso superior de ignorancia, de Miguel d’Ors, aunque la visión del mundo de ambos poetas sea tan distinta: ortodoxia católica en un caso, nihilismo budista en el otro. En los poemas de Corredor-Matheos parece disolverse la realidad, volverse sombra y quimera, sólo el propio poema ­lo más frágil­ permanece y dura en este ejercicio de disolución: “Cómo resbala el sol/sobre las hojas./Sensación de que todo,/ahora, en torno a mí, ha dejado de ser,/y no hay nada, no hay nada/que se pueda cantar,/si no es el canto mismo”. Poeta de la extrañeza de estar vivo, José Corredor-Matheos; poeta que anhela “la pura inexistencia”, que no ignora ­con Omar Jayyam­ que “la nada es el fruto de la constante meditación”; poeta que ­a pesar de eso o por eso mismo­ sabe dar a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido, el fulgor del enigma.

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