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Documentació

Don Quijote en la ronda litoral

Article publicat a “La Vanguardia” el 13/08/2003 per Jordi Galves

Don Quijote visita Barcelona: allí vive, pondera, lucha y sufre su mayor derrota. Eso se sabe y se repite hasta el tópico: “Barcelona, archivo de cortesía...” Pero lo que ahora redescubrimos son los trazos de su itinerario, camuflados en los pliegues de la ciudad moderna. Tranco a tranco, recorremos los escenarios de la novela a partir de las concluyentes investigaciones de Martín de Riquer. Don Quijote y Sancho Panza retornan por fin a su aldea, la novela casi está tocando a su fin. Cervantes se ha dado cuenta de que ha escrito un libro excepcional y se dispone a coronarlo con un dilatado y radiante crepúsculo. El caballero andante está conversando con don Álvaro Tarfe en un mesón cercano a aquel “lugar de la Mancha” donde todo comenzó. Recordemos que don Álvaro es un personaje del Quijote de Avellaneda, un texto “pirata” que entre la publicación de la primera (1605) y la segunda parte (1615) intentó suplantar al auténtico Quijote de Cervantes. Es, por tanto, el momento escogido para denunciar la impostura. El falso personaje conversa con el auténtico don Quijote. Es el momento de la verdad. Y, en ese momento, don Quijote, que ha sido derrotado por las armas en Barcelona y obligado a volver a su casa, proclama: “Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única; y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto”. “Sólo por haberla visto...”, pero ¿qué vio Cervantes en Barcelona que pudiera suscitar una admiración tan encendida y sincera puesta en boca de don Quijote? ¿Qué vio, qué vivió aquí el gran escritor, qué pasó, qué fue tan importante para que la sola contemplación de la ciudad compensara de tantas desventuras? Y no sólo en el Quijote. En Las dos doncellas (1613), una de las Novelas ejemplares de Cervantes, podemos leer este otro elogio: “Admiróles el hermoso sitio de la ciudad, y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballería, ejemplo de lealtad y satisfacción de todo aquello que de una grande, famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso deseo”. Cervantes jamás habló en estos términos de ninguna otra ciudad. Sólo de Barcelona. No conocemos ningún documento fehaciente que demuestre la visita de Cervantes a Barcelona, pero es muy probable que conociera de manera fugaz la ciudad durante su apresurado viaje a Italia en 1569 y de manera más reposada (unos tres meses) durante el verano de 1610. En ese segundo viaje, como afirma Martín de Riquer, “conoció a fondo Barcelona, admiró sus bellezas urbanas, penetró en los graves problemas que preocupaban a los barceloneses (piratas turcos y bandolerismo) y participó en sus festejos, como los del día de San Juan. Y fue tan bien acogido en la ciudad que, desde ahora, se deshará en elogios”. Sólo para Barcelona. En Barcelona, Cervantes fue feliz. Llegó quizás, como don Quijote, durante la víspera del día de San Juan. Lejos de sus preocupaciones de Madrid, el viaje a Barcelona fue un bálsamo, una luminosa experiencia que quedó reflejada en el final de Don Quijote de la Mancha. Con todo, ¿cuáles fueron los escenarios barceloneses de la novela, cuál es la “ruta Cervantes de nuestra ciudad? Emprendamos el camino.

Tranco 1: Del Palau de Mar a la Facultat de Nàutica Víspera de San Juan, un poco antes del amanecer. El viajero del 2003 que debe sortear los múltiples obstáculos de la verbena de San Juan no olvida que el conticinio reinaba a estas horas, el completo silencio; todo el mundo dormía cuando don Quijote y Sancho, su fiel escudero, llegaron a Barcelona. Sin electricidad no hay fiesta nocturna que dure toda la noche. Don Quijote y Sancho, con premeditación y nocturnidad, guiados por su amigo Roque Guinart (nombre que da Cervantes al bandolero Perot Rocaguinarda) “por caminos desusados, por atajos y sendas encubiertas”, llegan a la playa de Barcelona. Ésta terminaba entonces más o menos donde hoy está el Palau de Mar y la calle Ginebra. El territorio de aluvión que hoy forma la Barceloneta no existía, pero la antigua isla de Maians ya formaba parte de la línea de costa, que contaba con un sólido espigón que se adentraba en el mar. Intento imaginar, delante del Museu d'Història de Catalunya, la historia de Cervantes. Sobre sus monturas, don Quijote y Sancho esperan la llegada del día. Antonio Moreno, un amigo del bandolero, les acogerá. La ciudad está callada, sólo se percibe el oleaje. Se hace lentamente de día, se oyen “muchas chirimías y atabales, ruido de cascabeles”, sin duda las fanfarrias de San Juan, y de improviso miran en todas direcciones, atónitos: “Vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo... vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua”. Ahí está el mar, ahí descubren algo que nunca han visto. Los soldados de las galeras y los de Montjuïc disparan salvas de júbilo mientras Sancho se queda mirando los remos de las naves, admirado de “cómo pudiesen tener tantos pies aquellos bultos que por mar se movían”. La felicidad está sin duda en Barcelona, lo dice Cervantes: “El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro, sólo tal vez turbio del humo de la artillería, parece que iba infundiendo y engendrando gusto súbito en todas las gentes”. Donde hoy se encuentra la Facultat de Nàutica se hallaba el Portal de Mar, la puerta de la muralla que discurría paralela a la costa, por el que don Quijote y Sancho penetraron en la ciudad. La muralla era sólida y muy ancha. Por su parte superior discurría un paseo al que se accedía por rampas y que constituyó durante muchísimos años el único respiro de un casco urbano comprimido al máximo, con calles estrechísimas, casi sin espacios abiertos, una auténtica olla a presión. El anfitrión de nuestros protagonistas les conducirá a su casa, “que era grande y principal”, pero Cervantes no precisa dónde se encuentra. Podemos suponer que es una vivienda cercana a los barrios próximos al puerto (¿por la calle Ample, el Born, Montcada?), que son los únicos a los que nuestro escritor se refiere. Su Barcelona vive asomada al mar como corresponde a una capital marinera y comerciante similar a Venecia, Lisboa o Génova. Es preciso. Debemos imaginar lo que era la playa de Barcelona frente a la muralla. Allí “donde hoy empieza la Barceloneta”, como determina Martí de Riquer, es derrotado para siempre don Quijote. Éste es un lugar principal de la historia de la literatura. El bachiller Sansón Carrasco (el caballero de la Blanca Luna) justa contra don Quijote y le derrota. “...Y sin tocar trompeta ni otro instrumento bélico que les diese señal de arremeter, volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus caballos, y como era más ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la levantó, al parecer, de propósito), que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída. Fue luego sobre él y, poniendo la lanza sobre la visera, le dijo: ‘Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío’.” El choque entre los dos caballeros se produjo en algún punto indeterminado de la playa, probablemente paralelo a la muralla, en lo que hoy es la estación de França o el Moll de la Fusta, o en dirección hacia lo que fue la isla de Maians. No existe, en la actualidad, inscripción alguna que informe al viajero de la importancia del lugar, por más que sea el propio Cervantes quien lo resalte al hacer decir a don Quijote: “Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído y dijo: ‘¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias, aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aquí se escurecieron mis hazañas, aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse!”.

Tranco 2: De la Facultat de Nàutica a la Casa de Cervantes Al dejar detrás de nosotros la Facultat de Nàutica, hemos franqueado imaginariamente la muralla de Barcelona. Debemos suponer la escena y casi no existen representaciones gráficas de los capítulos barceloneses de “Don Quijote de la Mancha” (acaso las más célebres sean las de Gustavo Doré, como la que ilustra nuestra primera página). Por ello, no podemos dejar de visitar las poco conocidas pinturas que decoran una de las dependencias privadas de la Delegación del Gobierno en Catalunya. Se trata, lógicamente de un lugar de acceso restringido, antigua decoración de los aposentos de los gobernadores de Barcelona y que, excepcionalmente, se nos permite visitar en nombre de nuestros lectores. Son seis pinturas, dos de grandes dimensiones y cuatro más pequeñas, que representan la entrada de don Quijote y Sancho en Barcelona, el baile en casa de Antonio Moreno, el encuentro con Roque Guinart y la derrota del caballero en la playa de Barcelona. No nos consta el nombre del pintor, pero parecen de finales del siglo XVIII, acaso inspiradas en las ilustraciones que Antonio Carnicero preparó para la lujosa edición de la Real Academia Española de 1780. Rumbo ahora a la Casa de Cervantes. La Barcelona que conoció el escritor y la que hace visitar a don Quijote y a Sancho tenía su centro económico aquí, en el Pla de Palau, alrededor del edificio de la Llotja, donde se mostraba el extraordinario espectáculo, bullicioso, abigarrado, de uno de los grandes puertos del Mediterráneo. Un intenso olor a mar impregnaba a los comerciantes, voceros, escribientes, notarios, faquines, carreteros, marineros y pescadores que deambulaban por entre un sorprendente laberinto de cajas de madera, barricas y barriles de diversos tamaños, sogas, cuerdas, sacos, búcaros, tinajas. Toda necesidad debía ser abastecida. No sabemos en qué casa se albergaron don Quijote y su escudero, pero sí en cambio en la que, según la tradición urbana, se hospedó Miguel de Cervantes. La posibilidad de ver Barcelona desde donde la vio Cervantes, posiblemente desde el mismo lugar donde acaso escribía, entusiasma incluso al lector más tibio. El edificio se identifica fácilmente, aunque la placa conmemorativa es casi ilegible, demasiado lejos de los ojos, demasiado sucia. La casa luce, sin embargo, un cartelito en la puerta con el eslogan “Guerra no”. El tercer piso está ocupado por unas oficinas, las de Ibérica Marítima, una empresa que, por llamarse así, no desentona en la que fue casa del escritor. Las ventanas, eso queremos ver, por favor, las ventanas, eso es, muchas gracias, la vista que saltaba la muralla de la ciudad y divisaba sin problemas la playa. El decorado en el que Cervantes aspiró el perfume salobre de Barcelona, intentamos reconstruir la perspectiva que tanto le impresionó. Pero no. Hoy desde el tercer piso no vemos más que una frondosa hilera de plátanos que casi llegan al tercer piso y a lo lejos algunas construcciones de la Barceloneta y el Maremàgnum. Llamamos sin éxito a todas las puertas del cuarto, quinto y sexto pisos. Nadie nos abre, la fotografía sin árboles resulta imposible.

Tranco 3: De la Casa de Cervantes a la calle Ample Al salir de la Casa de Cervantes y adentrarnos en la calle Ample, continuamos persiguiendo la luminosa mirada de Cervantes. Era la calle principal de entonces, el paseo de Gràcia de la época, y allí seguramente llevaron a don Quijote para que todo el mundo le viera, con un cartel a su espalda en el que rezaba su nombre. Ver y dejarse ver, ése es uno de los temas principales de la novela. Comparemos la descripción de la salida del sol en Barcelona con el amanecer en la primera salida de don Quijote por el campo de Montiel. En ellas habla de balcones. Esa gran innovación. Cuando Cervantes llegó a Barcelona sin duda se percató de la fascinación por los balcones, de la revolución arquitectónica que supuso. Muchas ciudades en Italia y España vivieron este fenómeno, pero es precisamente en Barcelona donde don Quijote sale a un balcón (“...Y sacarle a vistas con aquel su estrecho y acaramuzado vestido... a un balcón que salía a una calle de las más principales de la ciudad, a vista de las gentes, y de los muchachos, que como mona le miraban”.) A principios del siglo XVII y coincidiendo con la enorme expectación popular que suscitaban las procesiones religiosas, muchas ventanas eran transformadas en puertas que se abrían sobre losas que se sostenían gracias a barras de hierro empotradas en la pared. Los barceloneses de gusto embellecían cualquier fachada que se preciase con este añadido y se construyeron miradores para la contemplación de las calles y de la ciudad desde dentro. La calle Ample es una calle de muchos balcones y muchas miradas, como lo es la de Montcada y el paseo del Born. En alguno de estos grandes palacios don Quijote fue agasajado por Antonio Moreno y sus amigos, que eran lo más preciado de la sociedad local, con el virrey a la cabeza. En ella se desarrolló el episodio de la cabeza parlante y el de don Quijote bailarín. Y en esa calle nació, en 1918, Riquer, el sabio que cuenta esta historia.

Tranco 4: De la calle Ample a las Drassanes Don Quijote y Sancho no visitaron las atarazanas, pero participaron en una pequeña incursión por mar contra un bajel árabe a bordo de una galera. Gracias a este episodio se ha podido determinar la exactitud del pasaje de la novela contrastándolo con los sucesos históricos acaecidos en la ciudad alrededor de 1610. No debemos olvidar que Miguel de Cervantes, soldado en Lepanto, participó en la famosa batalla y que nuestro Museu Marítim cuenta con una reproducción a escala natural de la galera capitana de don Juan de Austria. Algo muy íntimo une a Cervantes con la Barcelona marinera. Ver Barcelona desde el mar (otra vez la mirada) es con lo que premia Cervantes a sus personajes y a los seguidores de la ruta cervantina. Próximas a las Drassanes stán las célebres “golondrinas” de Barcelona.

Tranco 5: De las Drassanes a la imprenta de Sebastián de Comellas Cervantes dibuja un bucle sobre la historia de don Quijote, aprovechando la adversidad que supone la aparición del falso Quijote de Avellaneda. Sorprende que ese personaje que se volvió loco de tanto leer visite una imprenta en la que se está estampando el Quijote apócrifo. La tradición (de nuevo) ha identificado el lugar con la imprenta de Sebastián de Comellas. El edificio de esta imprenta todavía luce una fachada muy bonita con dibujos del siglo XVIII referentes al comercio de libros, y hoy hay una especie de ferretería en la planta baja. Una anciana nos indica que vive en la casa donde estuvo “la llibreria de don Quixot”.

Tranco 6: De la imprenta de Sebastián de Comellas a la calle Perot lo Lladre La calle Perot lo Lladre también forma parte de las tradiciones de la ciudad y supone que el escurridizo bandido se escondía en este estrecho pasaje durante sus visitas a Barcelona. El lugar nos sirve para recordar el pasaje previo a la llegada a Barcelona en el que aquella especie de Robin Hood catalán traba amistad con el loco caballero. Destaquemos que, a diferencia de las chanzas sobre los vizcaínos, en el Quijote Cervantes trata siempre a los personajes catalanes con enorme respeto, no deja de señalar que hablan en catalán e incluso cita en catalán un insulto como el de “lladres”.

Tranco 7: Fin de trayecto Terminamos nuestro recorrido en la calle del Carme. En la Biblioteca de Catalunya, a partir del fondo donado por Isidre Bonsoms se halla uno de los fondos cervantinos más ricos del mundo. Es el fastuoso testimonio del amor de muchos por Cervantes y su novela. En una tradición como la catalana, sin clásicos, la Comedia de Dante y el Quijote suplieron la carestía de libros insignia para aprender a leer y escribir con sensatez. Don Quijote lleva casi cuatrocientos años (en 2005 se cumplirán) “cabalgando por las junglas y las tundras del pensamiento humano, y ha crecido en vitalidad y estatura”. “Ya no nos reímos de él. Su escudo es la compasión, su estandarte es la belleza. Representa todo lo amable, lo perdido, lo puro, lo generoso y lo gallardo. La parodia se ha transformado en parangón.” Esto lo dijo Nabokov.

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