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Documentació

Don Quijote regresa a Barcelona

Article publicat a “La Vanguardia” el 19/06/04 per Xavier Mas de Xaxàs

Después de cuatro siglos vinculado al casticismo castellano y al más rancio nacionalismo español, Don Quijote ha regresado esta semana a Barcelona envuelto en la modernidad del siglo XXI, convertido en un mito capaz, no sólo de pulverizar el tiempo, sino de mantener sus ideales en estado puro frente a los envites del progreso. Instalado en el Fòrum, no muy lejos del Pla del Palau, donde fue derrotado por el caballero de la Blanca Luna, Don Quijote y su creador, Miguel de Cervantes, han hablado a través de las ideas presentadas por 71 estudiosos de sus andanzas, reunidos en un congreso organizado por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, que tiene intención de publicar las ponencias. De la mano de la escritora Carme Riera, que ayer puso final al encuentro, Cervantes y Don Quijote se despojaron de los atributos extraliterarios que disfrazaban sus caracteres para mostrarse como fetiches capaces de protagonizar la gran novela nacional de Catalunya. Este logro, fruto del universalismo y la conciencia moderna que irradia Don Quijote, coloca a Cervantes entre aquellos españoles, tan anhelados por el poeta Joan Maragall, que trascienden lo castellano para encarnar “la España plural del futuro”, según explicó Riera. La escritora recordó a Jordi Pujol comentando en 1998 que se siente tan cercano a Cervantes como a Goethe, y revivió el enfrentamiento habido en Barcelona en 1905, con motivo del tercer centenario de El Quijote, entre los nacionalistas, que se oponían a la novela, y los intelectuales, arropados en torno a figuras como Aribau o Maragall, que defendían su gran trascendencia. Los románticos alemanes la habían consagrado como la gran novela moderna europea, según recordó el profesor Anthonhy Close, de la Universidad de Cambridge, durante su intervención del miércoles. Cervantes rompe la unión entre la naturaleza y el espíritu, y destacando la genialidad de este pensamiento no faltó quien consiguió, hace cien años, derrotar las visiones, más limitadas, de Almirall, Prat de la Riba y demás padres del catalanismo político. Almirall, tal como recordó Riera, opinaba que Don Quijote encarnaba al castellano medio, débil de inteligencia, pero con el orgullo, la intransigencia y la arrogancia suficientes para querer imponerse a los demás. Cervantes, sin embargo, elude esta publicidad negativa. Hasta los nacionalistas más radicales lo aceptan, tal vez, como apuntó Riera, porque los intelectuales castellanos consideraban que Don Quijote era superior al escritor. Cervantes tenía un espíritu excesivamente progresista para el conservadurismo castellano. Avanzando por este terreno, el economista Ramon Tamames explicó el jueves que Cervantes expone la comunión de bienes en las páginas del Quijote. Aunque no era marxista cuando criticaba el sistema económico de su época, el profesor dejó caer que Marx fue bastante quijotesco cuando elaboró su teoría. Que todos tenemos algo de quijotescos y que morimos cuando dejamos de serlo es la idea que desarrolló, también anteayer, el filósofo Fernando Savater. En esta reflexión, como en tantas otras a lo largo de esta semana, asomaba la erudición de Martín de Riquer, el gran estudioso de la obra cervantina, que ha participado en la gestación del congreso, pero no se ha dejado ver en él. Su sabiduría quijotesca la ha encerrado en el volumen Para leer a Cervantes. Allí recuerda que Don Quijote vivió el trance “más lastimoso y triste de su vida” en Barcelona, cuando cayó derrotado por el caballero de la Blanca Luna y, sin necesidad de arcaísmos, se negó a traicionar el ideal de Dulcinea, como le pidió su rival para perdonarle la vida. “Dulcinea del Toboso ­dice Don Quijote­ es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra”. El bachiller Sansón Carrasco se apiada de él y es a esta piedad a la que Carme Riera apeló al cerrar su parlamento. “Que la sombra de Cervantes nos proteja con su enorme piedad”, dijo.

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