Documentació
Crónicas de la vida extrema
"Fui golfo antes que escritor", dice Francisco Casavella. Así que pocas imposturas se le conocen. Le atraen las vidas extremas; los espacios marginales, no la marginalidad; la insolencia crítica, no las buenas intenciones de los redentores. Grandullón de espaldas encorvadas como los buenos bebedores, noctámbulo sin pose, es sobre todo un gran escéptico que representa el mundo como una estafa, un juego entre la realidad y la apariencia al que hay que saber jugar para sobrevivir, inventando uno mismo sus propios códigos de vida.
Casavella, por ejemplo, no se llama Casavella, sino Francisco García Hortelano, como el autor de El gran momento de Mary Tribune, familiar lejano que le presentó encantado una de sus obras en Madrid. "Casavella es mi tercer apellido. Podría haber elegido el segundo, pero entonces me parecía poco adecuado: Francisco Franco, si bien ahora -ironiza- tal vez me hubiera ido bien para estar a la moda." Desde fuera se le podría ver como un escritor maldito que amenazaba consumirse en su propia llama. Pero tampoco eso es cierto. Nació en una encrucijada peligrosa de Barcelona, entre Poble Sec, el Paral·lel, la ronda Sant Antoni y el barrio chino, hijo de un maestro gallego. De ahí que alternase en su infancia el barrio de emigrantes y broncas del hampa barcelonesa con la tranquilidad rural de Mondoñedo, donde impartía su tertulia otro gran fabulador, Álvaro Cunqueiro, en el café Central. Se reconoce como un niño aplicado, admirador del juego del millón en los bares del barrio, "voyeur" de la mitología canalla de los mayores. "A mí -dice- lo que siempre me ha gustado es inventar historias." Como esas fábulas que inventaban los aprendices de delincuentes: "Era muy fácil hacerse una fama, a menudo efímera, porque igual a los seis meses los veías casados y arrastrando niños. En aquellos años, las broncas entre bandas eran cotidianas, antes de que la heroína destrozara barrios enteros. Ahora hubieran movilizado el despliegue de periodistas, pero entonces ese tipo de noticias no salían en la prensa: lo que favorecía la exageración, el mito. Yo leía el Mío Cid en esa clave de la épica de las peleas callejeras y me salvé porque conocer el paño tan pronto favorece el instinto de conservación."
Casavella empezó a manejar dinero muy pronto, cuando entró a trabajar a los 14 años como botones de La Caixa. "Había tres cargos perpetuos: Samaranch, Vilarasau y yo -dice-, porque yo fui el último botones." Él se matriculó en Derecho, y batió un récord: "Estuve una hora, el tiempo justo para saber que aquello no iba conmigo". Lo intentó con la Filología, pero a él le gustaban más la literatura, el punk, el cómic (guiones para "TBO" "El Caro"), el cine (escribió "La Antárdida" para Manuel Huerga) y las discotecas de Calvo Sotelo. Los estudios -"tener un trabajo es tener dinero, más importante que estudiar"- fueron el único incumplimiento de la lección que le inculcó su padre: acabar lo que se empieza. A los 21 años deslumbró con El Triunfo y ahora ha dejado pasmada a la crítica con El día del Watusi. Y ya ha empezado otra: una novela sobre el conde Saint Germain y Cagliostro.
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