15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Viento y joyas: Una ilusión 'post mortem'

Article publicat a “El Periodico” el 28/02/03 per Enrique Turpin

Cuando un relato pierde el componente mítico que nutre de grandeza toda historia de iniciación, pierde a su vez la posibilidad de ser relatado por segunda o tercera vez. Si Los juegos feroces, primera entrega de la trilogía El día del Watusi, de Francisco Casavella (Barcelona, 1963), consumaba en un volumen que no necesitaba apenas continuación la historia de quienes respiraron los últimos aires de la Barcelona predemocrática, la segunda parte, Viento y joyas, se alza como testimonio descarnado de la ilusión post mortem que asoló al país tras el último estertor del franquismo oficial. Pero el avance de la narración-informe de su protagonista, Fernando Atienza, se configura con una retórica que esconde demasiados vacíos. Mucho de lo pertinente que aparecía en la pieza inicial sólo responde ahora a la construcción excesivamente mecánica de aquel misterioso informe que sigue generando la narración de Atienza. El retrato de la primera transición parece entonces menos oportuno y, sin embargo, la estructura tripartita del proyecto exige que Casavella se demore en lo que no le conduce a ninguna parte. La insistencia en componer la gran novela de una vida logra por momentos mantener la firmeza alcanzada en aquella primera ferocidad, pero los nuevos días de Atienza, alejado junto a su madre del barrio chabolista que le viera crecer, son idénticos al ambiente que recorre la ciudad con ese extraño aroma a interrogación desnortada. El Viento y joyas de la canción de Léo Ferré que da título a la novela marca el paradigma al que aspira el protagonista. Atienza se posiciona con arrogancia juvenil en la nueva sociedad que empieza a despuntar tras la dictadura. Su trabajo en el banco Comercial Ciudadano se metamorfosea velozmente hacia nuevas cotas de poder que acaba por emular el ocioso cinismo de sus mentores. A pesar de que Casavella comparte con Ferré cierto gusto por la narración de tonalidades ingenuas y de sugerente simplicidad, desaparece aquí ese acento melancólico que tan buenos resultados diera al escritor barcelonés en el pasado inmediato. El callejón del Gato valleinclaniano tiene aquí espejos traspasados de azogue y así, ya se sabe, no hay quien vea. A menos que El idioma imposible, colofón de la trilogía, acabe convertido en una pequeña canción como aquellas con las que Gato Pérez conquistó el corazón barcelonés, la obra monumental de Casavella habrá ganado en herrumbre todo lo que perdiere en memoria de verdad, que era a lo que parecía destinada en principio.

Tornar