15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Entrevista publicada a “El Periódico” per Pau Arenós

Luis Carandell: "Soy el único progre que jugó con Carmencita Franco"

Escuchar a Luis Carandell (Barcelona, 1929) es una de las actividades más inteligentes y entretenidas que puede realizar el ser humano. Debería ser declarado bien de utilidad pública, como algunas aguas mineromedicinales, para que lo gozasen en las plazas. Cronista parlamentario, periodista trotamundos, renovador del telediario sacramental, escritor de rarezas, perseguidor de celtiberismos (ese endemismo)... Prepara el segundo volumen de las memorias en su piso biblioteca de Madrid. Los lectores merecen una enciclopedia entera, y con apéndices.

--Ha estado enfermo.

--Sí. Estoy en revisión de un cáncer de pulmón. Me hicieron quimioterapia y parece que la cosa no está mal.

--¿De esa experiencia se puede extraer algo beneficioso?

--Te hace pensar, tomártelo con paciencia y probar si tienes buen ánimo. Yo lo tengo. No soy muy obsesivo y apenas me acuerdo, sólo cuando tengo que levantarme porque me fatigo.

--¿Ese buen ánimo es de ahora?

--Siempre lo he sabido. Siempre me he tomado la vida con paciencia. Pertenezco a una generación de catalanes que fue educada de una manera rigurosa. Teníamos 7 años cuando estalló la guerra civil. Recuerdo que un día se me cayó encima un armario lleno de libros y mi madre me miró: "¿Te has hecho daño?" No le dio mucha importancia ni llamó a alguien para que me recogiera del suelo. Somos una generación bastante dura. No te asustas tanto, no te quedas tan apocado.

--¿Odió los libros después de ser aplastado por el armario?

--Al contrario. Se conoce que algunos se me metieron dentro. No todos. Porque tengo lagunas horribles.

--¡Si usted lo sabe casi todo!

--Ésa es la fama que tengo, pero soy un impostor. Lo soy en muchos aspectos. Los especialistas lo saben casi todo de casi nada. Los periodistas sabemos casi nada de casi todo.

--¿Cuáles son esas imposturas?

--Tener que improvisar la respuesta y arriesgarse a ser poco exacto. Los periodistas andamos dispersos... Siempre me imagino que me preguntan en un concurso de televisión.

--¿Se siente un concursante?

--Cuando hacía el telediario se me acercó una señora: "Señor Carandell, ¿qué tiempo le parece que va a hacer este fin de semana? Es que si usted me lo dice me quedo más tranquila".

--Tenía credibilidad. La tele pertenecía a los guapos hasta que aparecieron usted y Felipe Mellizo.

--Mellizo primero. Llegó a empezar un telediario con un acorde de la Quinta sinfonía de Beethoven. Para eso ya hay que tener valor. No llegué a tanto, pero lo terminé un día con un soneto, no completo, de unos versos de Víctor Hugo, ¡en francés! Luego los traduje.

--En ese concurso de la tele, ¿qué pregunta no ha logrado responder?

--¿Quién eres? No lo sé. Pero trabajo.

--Usted conoce anécdotas sensacionales. Por ejemplo, quién preparó la primera tortilla de patatas.

--¡Claro! Fue el cocinero de Zumalacárregui, que era el general carlista que sitiaba Bilbao. El cocinero le dijo: "General, le voy a hacer una cosa que le va a gustar mucho". Y fue la tortilla de patatas. Hasta entonces sólo existía la tortilla a la francesa. Por cierto, que Zumalacárregui murió poco después de comerse esa tortilla de patatas. Una bala le hirió la pierna.

--Ese querer saber, esa curiosidad, ¿cuándo comenzó?

--Con los abuelos, que contaban historias. Sobre todo los que habían sido carlistas. Otra curiosidad. Es historia en pequeño. La historia en pequeño ilustra mucho la historia en grande. Un general carlista, creo que se llamaba Savalls, llegó a la plaza de L'Espluga de Francolí. Formó a la tropa ante la iglesia y dijo: "Rompan filas y a engendrar carlistas". ¡Fíjese qué bruto!

--Pasaba los veranos en L'Espluga con un abuelo payés y carlista.

--Lo pasaba muy bien. Íbamos a hacer la costellada y a unos balnearios preciosos que hay cerca de Poblet. En los años 40, Poblet era una ruina. No había ni monjes ni las piedras en pie. Jugábamos a médicos. Lo suyo hubiera sido jugar a monjes. Encontrábamos clavos, bombas, balas de pistola...

--Paladea las palabras.

--Tengo preocupación por el lenguaje. A veces parece que esté loco porque voy repitiendo: mur-cié-la-go. Me hace gracia. Llamar a las cosas por su nombre es el principio de la reflexión.

--¿Va recitando por la calle?

--Sí, mur-cié-lago. ¿Por qué se llama murciélago y no cantantuno? El escritor tiene que estar atento, confiar en su oído, en lo que la gente dice por la calle. Si no existieran los demás, no saldría ningún libro.

--Ha ejercitado los cinco sentidos.

--Soy muy activo en todas la sensibilidades, pero, sobre todo, el mundo me entra por la vista. He visto cosas fantásticas. La tumba de Tutankamon, por decir algo. He tenido la suerte de viajar mucho gracias al periodismo y gracias, quizá, a un cierto arrojo. El mundo es el sitio más bonito del mundo. Decía Camus que un hombre, aunque estuviera encerrado en un calabozo donde sólo entrara un rayo de luz, justificaría su existencia mirando ese rayo. Eso está ligado también al oído. Acuérdese de la copla española, que es muy bonita: "Que por mayo era por mayo cuando hace la calor, cuando los enamorados van a servir al amor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor...".

--Qué recital. ¿Y el olfato?

--De pronto dices: "Éste es el olor de la infancia". El del pan. Cuando caía un trozo de pan, la abuela nos obligaba a recogerlo del suelo y besarlo.

--¿El olor de los cirios de la primera comunión?

--Ese olor... Un cierto mareo, un chico que se caía al lado, los nardos. El olor de los nardos era venenoso porque ponían demasiados.

--Un sabor.

--El estofado que hacía mi abuela era insuperable. Y alguna vez me lo he encontrado. En ese momento te viene la abuela con todas sus reconvenciones.

--El tacto.

--La mujer. Es el mayor tacto del hombre. Un campesino de Castilla me dijo: "El fruto para el hombre es la mujer". Eso se tiene que decir con mucho cuidado porque no supone ninguna clase de vejación hacia las mujeres, sino al contrario, el reconocimiento de un aspecto muy importante.

--Cuando hablaba del sabor, pensaba en aquel bocadillo de mortadela.

--Que me daba la señora de Franco.

--¿Siempre era de mortadela?

--Siempre. Muy de soldado.

--¿Cómo eran las meriendas con los Franco?

--Mi padre estaba entre los catalanes que fueron a Burgos. Trabajaba en la Junta Técnica. Nos invitaban para que los niños jugásemos con su hija Carmencita. Jugábamos por los pasillos. Había una especie de alabarderos, que eran soldados e iban diciendo: "Los niños están aquí. Los niños pasan por aquí". Un día se perdió mi hermana Asunción por los pasillos del palacio de la Isla, en Burgos. Estaban horrorizados por si nos pasaba algo. A las seis de la tarde o así salía doña Carmen con los bocadillos de mortadela. Tomé después bocadillos de mortadela en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, donde estuve cuando hacía Derecho. Pero mi referencia es: mortadela igual a Franco.

--Ja, ja. ¿Porque era graso?

--No, no. También revela el estado económico de aquel momento. Los Franco, por más Franco que fueran, no tenían jamón de jabugo.

--¿Cómo era Carmencita?

--Lánguida, amable, bondadosa, un encanto, para qué le voy a decir otra cosa. Jugábamos muy decentemente. Era al escondite. Estaban los hijos de Serrano Súñer, mi hermana Asunción, Carmencita y yo.

--¡Qué grupo!

--Soy el único progre español que ha jugado con Carmencita Franco.

--¿Franco los iba a ver?

--Apareció un día vestido de militar, me dio un capón en la cabeza, yo le di la mano y resultó ser el día en el que salía hacia la batalla de Teruel. Llegué a casa y dije: "Mamá, le he dado la mano a Franco". Y yo siempre me he distinguido por ser antifranquista. Así se escribe la historia.

--¿Tenía la mano blanda?

--Blandita, como todas las personas implacables.

--Usted tuvo una firme educación religiosa. Fue cambiando. ¿Es ateo?

--Ateo es un poco... demasiado. De la misma manera que no puedes saber si existe, tampoco puedes saber que no existe. ¿Cómo lo puedes asegurar? Tendrías que tener mucha fe. Los ateos tienen que tener fe en que no existe. Yo no persigo tanto.

--Ha escrito sobre santos.

--Eso me fascina. Los santos de mi santoral me los contaba mi abuela. Los milagros eran cosas corrientes para mí. Íbamos con monjas, curas... Teníamos una vida de meapilas. Yo, tan meapilas no he llegado a ser.

--¿Se da cuenta? Franco le daba de merendar, estaba rodeado de meapilas... ¿Cómo ha salido así, tan libre?

--Es una especie de naufragio. Naufragas en una época y viene un barco de guerra y te libera. Tal vez el barco de guerra para mí fue salir de España, ver un poco la realidad del mundo, ver una democracia en Italia, en Francia, desengañarme con cosas que vi después en la URSS....

--¿A qué santo se encomienda?

--A San Antonio de Padua, que es para cuando pierdes salud. Admiro la prosa de Santa Teresa de Jesús, y no digamos la de San Juan de la Cruz.

--¿Algún santo asombroso?

--El más raro es San José de Cupertino, que levitaba. Lo hacía de tal manera que los frailes lo tenían que atar a la pata de la mesa.

--Miércoles, confesión. Jueves, comunión. ¿Qué hacía el resto de la semana?

--El pecado era de fin de semana. El lunes prolongabas; el martes, un poco menos. "Ay , Dios mío, voy a caer otra vez". Tenía 14 años y los de 18 nos llevaban con malas compañías, incluso a casas de lenocinio.

--Describa uno de esos prostíbulos.

--Me acuerdo de uno de la calle del Correo en el que perdimos la santidad, la virginidad, tres o cuatro compañeros y yo. Era un sitio muy gracioso. Las chicas, con chicos tan jovencitos, se tronchaban de risa. Entonces no sabíamos nada. Esa escuela también ha sido difícil.

--¿Después se confesaban?

--Lo del lenocinio era el viernes, pasaba el fin de semana y entonces tenías tiempo de arrepentirte.

--Más bien poco.

--Siempre nos hemos arrepentido tarde. Es lo que me temo, me arrepentiré tarde y me condenaré. Iré al infierno.

--Seguro que no. Manuel Vicent lo llama San Luis Carandell.

--Estoy encantado. Si me hicieran santo, no me darían alegría mayor. Ahora bien, me gustaría más que me hicieran cardenal y papa.

--Ha ejercitado los cinco sentidos.

--Soy muy activo en todas la sensibilidades, pero, sobre todo, el mundo me entra por la vista. He visto cosas fantásticas. La tumba de Tutankamon, por decir algo. He tenido la suerte de viajar mucho gracias al periodismo y gracias, quizá, a un cierto arrojo. El mundo es el sitio más bonito del mundo. Decía Camus que un hombre, aunque estuviera encerrado en un calabozo donde sólo entrara un rayo de luz, justificaría su existencia mirando ese rayo. Eso está ligado también al oído. Acuérdese de la copla española, que es muy bonita: "Que por mayo era por mayo cuando hace la calor, cuando los enamorados van a servir al amor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor...".

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