Documentació
EL dolor de la ausencia se ve a veces compensado por la forma en que el fallecido vivi
Era un tipo cachondo (lo anoto en el sentido de simpático, alegre y bien parido y no, claro está, en el sentido de sexualmente caliente). Luis Carandell era un tipo cachondo, divertido, optimista, vital, positivo. Parecía jugar siempre esperanzado con la vida. Guardando siempre, como hizo Pla, una cierta distancia emocional con la realidad, con la que procuró relacionarse también sin adhesiones incondicionales.
Fue un gran conversador, un tertuliano siempre agudo, ocurrente y resultón. Brilló muchísimo en la práctica de la literatura oral, ese arte efímero. Sentía el gusto, la voluptuosidad de la buena oratoria. Cosa que si por una parte le hizo un gran "connaisseur" de los recursos para la persuasión política en tiempos
de Castelar, por otra le debía llevar a aburrirse bastante mientras recogía información para luego dedicarse a su destacada labor de cronista parlamentario.
El arte de contar cosas quizá se le pegó para siempre ya en su pubertad, durante la estancia de un año de convalescencia en el Mas de Bové, luego llamado Mas Carandell, en Reus, al cuidado de sus abuelos campesinos, en los primeros cuarenta. De ellos aprendió tal vez la socarronería payesa. Y la sabiduría tradicional contenida en reacciones espontáneas, como cuando alababan a su abuela María con la frase: "Qué bueno está el estofado, abuela", y ella contestaba sencillamente: "Sí, el estofado es una cosa muy buena".
Lo explicó, en un estilo barojiano, fresco, directo, en la reciente y hasta ahora única entrega de sus memorias con el título de El día más feliz de mi vida, libro de lectura tan amena como eficaz para entender la España entre la preguerra y la posguerra y que él consideraba, a tenor de lo que había escrito en la dedicatoria del ejemplar que me envió, "la historia de un chico nacionalcatólico convertido a la ‘verdadera fe’".
Para él la historia eran sobretodo las anécdotas, que a veces fulguran en sus libros convertidas en categoría. Como periodista, fue un observador lúcido
de las costumbres contemporáneas, como un Larra o un Mesonero Romanos. Retratando a los progres escribió: "El chico o la chica progre vivían con sus padres, aunque estaban con ellos en ‘conflicto generacional’ y su máxima aspiración era marcharse a vivir solos. Todo su afán era hacer lo contrario de lo que veían en casa".
Catalán de origen y madrileño de adopción, todo homenaje a Luis Carandell desde Cataluña no debería olvidar su destacado papel de hombre puente.
En julio del año pasado coincidimos en un programa de televisión grabado en Madrid en el que se trataba de la relación de lo catalán con lo español, tema que suele cansar tanto como hablar a una pared, y Luis Carandell, que había sido un sólido presentador del telediario de TVE, soltó, pitillo en mano, una verdad como un puño: "Estamos en una sociedad mediática y yo os pregunto ahora: ¿habéis visto alguna vez en alguna televisión nacional, de todo el territorio, un programa sobre las lenguas de España, sobre los idiomas de España...? Muy poco se ha hecho, muy poco, para comunicar esta realidad diversa que hay".
Ante la muerte de Luis Carandell podríamos recordar la reflexión que él mismo se hizo en sus memorias hablando de la de su madre, con quien no siempre tuvo una relación fácil: "Hay muertes en las cuales el dolor de la ausencia se ve compensado por la admiración ante la forma en que el fallecido vivió. La vida es una obra, y una obra bien hecha debe despertar más aplauso que llanto".
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