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Documentació

Entrevista publicada a “El Mundo” el 10/09/2001 per Pilar Ortega

Desde que se marchó definitivamente a su Perú natal, nunca se sabe muy bien dónde está Alfredo Bryce Echenique. Hasta sus amigos de siempre lo desconocen, pero le imaginan en algún lugar de Europa. Es en un viaje relámpago con destino a El Escorial donde el autor de Un mundo para Julius revela que está escondido en Las Palmas, que es allí donde da las últimas pinceladas a su próxima novela, porque esa isla le da la paz necesaria para escribir. Aparece como una exhalación, pero se las ingenia para volver la vista atrás, nada menos que 20 años, y recordar, sin aviso previo, el proceso de gestación de La vida exagerada de Martín Romaña, una novela que escribió, entre 1978 y 1981, en escenarios tan diversos como Málaga, París, Théule-sur-Mer, Sant Antoni de Calonge, Saint Raphaël y Montpellier.

– Demasiado trasiego para trenzar una historia tan compleja.

– Cuando la empecé a escribir andaba muy enredado, pero fue en Montpellier donde más la trabajé. Antes de acabarla, me llamó Carlos Barral desde Barcelona y me dijo: «Alfredo, ¿tienes novela? La publico». El no sabía que era tan larga.

– ¿Cuánto hay de Bryce Echenique en Martín Romaña?

– Está mi mirada de entonces, una mirada irónica, abierta, comprensiva y tierna en la que no cabía el desprecio, ni el escarnio, ni la burla. Martín Romaña, como yo, es un hombre que escribe porque quiere comprender, pero también revela la sensibilidad de aquellos años, del mayo del 68, de la politización de todas las actividades, de los latinoamericanos que jugaban al exilio, de la moda del Che Guevara, del boom de los charangos y las quenas...

– ¿Puede decirse que es la historia de su generación?

– Es un balance de lo que había sido mi vida y la de mi generación, bajo el foco del idealismo, de París, de la moda latinoamericana... Todo está en la novela bastante idealizado. Yo quise resaltar cómo el fanatismo político, en el caso de Inés de Romaña, triunfa sobre el cariño. Ella lo adora pero, por unas ideas y un partido político, lo abandona y lo traiciona y él se queda literalmente deshecho, triste.

– ¿Es entonces cuando se refugia en su cuaderno azul?

– Sí. Años después, Martín Romaña empieza a escribir en un cuaderno azul. Es un diario de navegación por las aguas tormentosas de París. Sin rencor, con humor y una mirada tierna al pasado, recupera su dignidad y vuelve a ponerse en pie. Hasta ese momento es un hombre caído. Pero al hablar y al contar lo que ha vivido logra hacer las paces con el mundo.

– ¿Cómo fue la redacción?

– Trabajé intensamente, siempre andaba escondiéndome para trabajar. Escribía hasta las dos de la madrugada y me olvidaba hasta de comer. No recordaba nada de tanto como me envolvía. Y cuando la terminé, sentí un enorme vacío, como si hubiera vivido con todos los personajes en mi casa.

– ¿Qué representa el sillón Voltaire que aparece en el primer párrafo del texto?

– Se convirtió casi en un personaje principal. Esta novela recibió en 1983 el premio a la mejor novela publicada en Francia. Vinieron a verme a mi piso y vieron que no tenía ningún sillón Voltaire. Nunca lo tuve hasta entonces, pero representa el viaje alrededor de mi cuarto, de mi país, de mi mundo... Y todo desde un sillón.

– ¿Había mucha añoranza de Perú en París?

– Yo nunca fui nostálgico, pero los latinoamericanos sí lo eran mucho. Yo me integraba. Era profesor, muy amigo de mis alumnos, salía con ellos, participaba de su vida y de sus fiestas, de su monotonía... Vivía intensamente y no me juntaba con latinoamericanos. Para eso, me hubiera vuelto a Perú.

– ¿Cómo era París entonces?

– Era un París alegre y movido. El Barrio Latino bullía y no tenía nada que ver con el barrio residencial de ahora. Entonces se vivía en cuartos de alquiler y los cafés estaban llenos de jóvenes. Era una ebullición nuestro París, nuestro barrio..., pero ya ha desaparecido. Ya no queda nada. Mi Guía triste de París es un homenaje a ese París que ya se ha ido.

– ¿Cómo consigue que brote el humor cuando no hay motivos?

– Uno no lo puede calcular. Es inevitable. Es el humor de mirada triste, un humor que mezcla la ternura con la tristeza. Hay que mirar la vida con humor, aunque ésta ofrezca una cara patética.

– ¿Es tan exagerada la vida de Bryce Echenique como la de Martín Romaña?

– La mía es más aburrida y disciplinada. La gente se defrauda al ver mi casa perfectamente arreglada y descubrir que soy un maniático del orden y la puntualidad.

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