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Documentació

Félix de Azúa: «Trabajar por o para una causa suele conducir al infierno»

Entrevista publicada al diari “ABC” el 22/11/02 per Javier García Montes

Quizá en este caso convenga recordar que a más de escritor y poeta Félix de Azúa es catedrático de Estética de la ETSAB, en Barcelona. Y que además de crearlas, ha reflexionado sobre las obras de arte: desde que hace ya tiempo se doctorase con una tesis sobre el pensamiento estético de Diderot, La paradoja del primitivo. En 1995 Planeta publicó este Diccionario de las Artes. Gustó y ahora lo reedita Anagrama con pocas correcciones y un nuevo prólogo.

–Escribió el libro pensando en un público amplio. ¿Ve arreglo al mandarinismo y al alejamiento de los académicos respecto a la sociedad en que trabajan? ¿Es el diccionario una propuesta de solución?

–No, en absoluto. El mandarinismo cumple su función y los académicos están adecuadamente separados de la sociedad en que trabajan. ¡Sólo faltaría que los tuviéramos hasta en la sopa, como a los políticos, esa gente que nos persigue incluso en la ducha! El mandarín y el académico son tan imprescindibles para nuestra sociedad como el ecologista o el miembro de una ONG y no los veo muy alejados entre sí, en términos morales. Cada uno en su campo sostienen el tinglado y de él viven.

–El acabamiento del Arte, motivo que resuena en todo el libro, fue algo que ya intuyó Nelson Goodman y que Arthur Danto empezó a enunciar a partir de 1965. Sin embargo, usted habla de su obra como de un «estudio divulgativo». ¿Lo dice con retintín?

–Me gusta mucho Danto (y un poco menos Goodman: se me hace pesado y me lloran los ojos), pero sus últimos trabajos son excesivamente idealistas. No hay todavía una teoría rigurosa sobre los últimos cincuenta años de actividad artística, o de inactividad artística. Hay buenos trabajos parciales, pero ninguna panorámica verosímil. Curioso, porque es una de las épocas del arte más misteriosas y fascinantes. Entre otras razones, porque no hay obras para ver. Creo que es la primera vez en la historia del arte en la que aparece un periodo (muy largo, por cierto) caracterizado por «la obra como ausencia de obra».

–La voz «Música» es de las pocas que presentan correcciones. ¿Nacen de la correspondencia que mantuvo con Luis de Pablo a raíz de la publicación del libro?

–No. Las correcciones se deben a que en la redacción anterior daba una impresión equivocada sobre la música actual, tan interesante como todo lo actual, aunque igualmente prescindible. Con De Pablo mantengo una amistad que nada tiene que ver con nuestros puntos de vista estéticos. Él cree en la herencia de Darmstadt. Y a mí me gusta Shostakovich. Ya sabe usted que en Darmstadt le hacían vudú con alfileritos a Shostakovich.

–No hace mucho afirmó que en estos tiempos «se emite y divulga absolutamente todo lo que hay» en materia de arte. ¿No teme haber caído en la falsa impresión de saberlo todo que propicia la sociedad de la información? ¿O sólo lo que se emite existe?

–Sólo aquello que llega a conocimiento público existe públicamente y sólo lo que existe públicamente merece nuestra opinión pública. Quizás haya mucho más, y quizás sea más interesante, en los cajones de escritorios olvidados, en las habitaciones de los solitarios, y entre las sábanas de los amantes, pero sólo les pertenece a ellos. La divulgación de esos espacios privados, como en Gran Hermano, puede ser muy decepcionante.

–También ha dicho que los artistas y los intelectuales son comparsas inútiles –cuando no encubridores– del totalitarismo de mercado. ¿No quedan entonces causas concretas que puedan apoyar con resultados tangibles?

–Todo depende de lo que entendamos por «causa», palabra temible porque supone la existencia de «efectos», es decir, de transformaciones necesarias (en los otros) inducidas por nuestro deseo o nuestra herida narcisista. Eso es magia. Y puede ser muy negra. Trabajar para o por una causa suele conducir a la puerta del infierno. Y lo que es peor, conduce al infierno a mucha gente inocente. Siempre he creído que el mejor análisis del «trabajador por una causa» es el que hace Dostoievski de una célula terrorista en Demonios. Las conocía bien. Él mismo había pertenecido a una de ellas.

–De su escepticismo en cuanto a las posibilidades de arte político o de compromiso se deduce uno más amplio acerca de la participación del individuo en la marcha del mundo actual. ¿Como usted dice, «el proceso hacia la irresponsabilidad del poder económico es imparable»? ¿No cree posibles modelos alternativos o moderadores?

– No. Pero quizás el problema sea la frase «participación del individuo en la marcha del mundo actual». El mundo actual lo forman masas de individuos, no individuos, y lo que un individuo pueda hacer lo ha de hacer necesariamente como masa. No creo que un individuo aislado pueda hacer nada. El mundo de lo individual, hoy por hoy, está reducido a las top models y los deportistas. Y siendo así que los partidos políticos se han convertido en sindicatos profesionales de la política, ni siquiera como masa puede hacerse algo más que pagar la entrada del espectáculo.

–El diccionario ataca la nostalgia banal de un Arte con mayúsculas –y de un mundo mejor– que tal vez no existió nunca, y Simone Weil decía que sólo combatimos los prejuicios que compartimos: en sus días malos. ¿No siente la tentación de esa nostalgia?

–Cuando era adolescente me hice comunista por nostalgia, como todos los que no lo son por resentimiento. Hoy creo haberme curado de toda melancolía y de toda religiosidad.

–A veces, la crudeza con que habla de la poshumanidad en que ingresamos, hace pensar en la admiración de Nietzsche por quienes eran «capaces de pasar hambre en el alma por amor a la verdad». ¿Ha llegado el momento de poner el alma a dieta rigurosa?

–La poshumanidad no será peor que la humanidad tout court. Entre otras cosas porque no es posible empeorarla después de Auschwitz. Al alma no hay quien la ponga a dieta porque, a diferencia de la humanidad, es lo que compartimos entre todos. Como usted sabe, sólo hay un alma, desde que un simio tembloroso y contrito comenzó, nadie sabe cómo, a simbolizar, a morirse, y a tener vida sexual.

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