15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Max Aub en el espejo del tiempo

Article publicat al diari “ABC” el 25/01/03 per Antonio Muñoz Molina

No hay muchos escritores en el siglo XX español que tengan una figura tan atractiva y hasta tan novelesca como Max Aub: tampoco hay muchos que puedan encarnar tan perfectamente como él las encrucijadas políticas y las aventuras humanas del tiempo más oscuro de Europa. Casi desde su nacimiento, y hasta su muerte en México, Max Aub vivió en medio del gran flujo de avatares y desastres que agitaron Europa y el mundo, y si su niñez se vio trastornada por el comienzo de la I Guerra Mundial, que forzó a sus padres a un exilio que los trajo a España, su vida adulta recibió la marca igual de decisiva de la marea negra de los totalitarismos y de ese primer episodio de la II Guerra Mundial que fue la guerra civil española. Otras personas lograron vivir un poco más al margen, o eligieron apartarse de la corriente devoradora del tiempo: Max Aub, primero por azar, y luego por elección personal, estuvo siempre en los lugares candentes donde las cosas sucedían, y el relato de su vida desde julio de 1936 hasta su llegada a México no es menos fantástico o prodigioso que el hecho mismo de su supervivencia. También en México, aunque ya más asentada, su vida no dejó de tener una poderosa dimensión simbólica, un rasgo de destino colectivo, el de tantos españoles que perdieron su patria al perder la guerra civil y vieron luego cómo sus vidas se iban agotando en la espera del final de una dictadura que resultó tan inhumana en su duración como en su oscurantismo. Su regreso a España, el testimonio amargo que dejó de aquel viaje, atestiguan el desgarro sin remedio de lo que no puede recobrarse, el hecho cruel de que, como ha escrito Claudio Guillén, todo destierro es sobre todo un destiempo, de modo que se puede volver al país de donde a uno lo expulsaron, pero no al tiempo que uno no tuvo la ocasión de vivir. Noche oscura del siglo Pero Max Aub no sólo fue víctima y testigo de los acontecimientos de la noche oscura del siglo: también tuvo una actitud política ejemplar, de una lucidez que no abundó mucho entre sus contemporáneos: republicano y socialista de corazón, no separó nunca su amor por la justicia de sus convicciones democráticas, y supo que tan enemigo de la libertad humana era el estalinismo como el nazismo. En su ideario político, como en su literatura, el ser humano vivo y concreto es el valor supremo, y esa preferencia por las personas reales por encima de las abstracciones homicidas es lo que da una sugestión de verdad a su literatura y de clarividencia y honradez a sus posiciones públicas. Pero también a él hay que mirarlo en lo que hizo y en lo que fue como escritor, dejando a un lado los símbolos que enaltecen su figura, aunque también podrían aplastarla, o volverla borrosa, al convertirlo en muchas cosas más o menos admirables o abstractas el compromiso político, el exilio, la melancolía del regreso y ensombrecer lo que fue sobre todo, lo que más quiso ser, un escritor. A Max Aub no hay que recuperarlo como parte de una cultura perdida, de un sistema de valores que en la distancia se vuelve todavía más admirable: a Max Aub hay que leerlo porque fue un escritor de primera categoría, y porque sin su obra la literatura en español del siglo XX sería mucho más pobre, y más incompleta. Como ha recordado Miguel García-Posada, las seis novelas de El laberinto mágico tienen algo de la ambición narrativa de los Episodios de Galdós, y reúnen simultáneamente la rara virtud del documento imprescindible y de la invención novelesca más sólida y gozosa. Pero no son inferiores Las buenas intenciones o La calle de Valverde, y en la narrativa española de los últimos cuarenta o cincuenta años no hay otro libro que se compare en originalidad y descaro, en juego de ficción y realidad, con Jusep Torres Campalans. Más allá de nuestras fronteras civiles Hay excelentes escritores que son sólo novelistas: pero Max Aub, tan inquieto en sus tanteos y en sus aficiones estéticas, también es uno de nuestros mejores autores teatrales, como puede comprobar quien lea, entre otras obras, No o Morir por cerrar los ojos, o quien tuviera ocasión de ver hace unos años el montaje espléndido que el Centro Dramático Nacional hizo de San Juan. En su teatro, aún más que en sus novelas, Max Aub retrató la dimensión europea y universal de lo que había ocurrido en la guerra de España, y, a diferencia de casi todos los miembros de su generación, aún de los más perspicaces, tuvo una mirada que abarcaba más allá de nuestras fronteras civiles. Tampoco han sido muy habituales entre nosotros géneros tan valiosos, y tan frecuentes en otras literaturas, como la memoria personal o el diario. El yo, en las letras españolas, tiende a escabullirse o a hipertrofiarse: pero quien lea La gallina ciega o la selección de los diarios espléndidamente editada por Manuel Aznar encontrará esa cosa tan rara, tan imprescindible, la voz de alguien que habla claro y hondo de sí mismo, con aspereza y melancolía, con una conciencia irreparable de ausencia y de pérdida. Durante años hizo falta reivindicar a Max Aub, como a tantos otros escritores que se quedaron sin público al quedarse sin país, buscar su ejemplo civil en un tiempo de confusión y desmemoria: ahora ha llegado el momento de leerlo, de leerlo de verdad, a fondo, de otorgarle el sitio que merece en los repertorios de la mejor cultura española y en la biblioteca y en el corazón de cada uno de sus lectores.

Tornar