Documentació
Euclides 5
Yo también iba, como todos mis compañeros, al departamento de Euclides 5, la casa de Max Aub en la Colonia Anzures de la ciudad de México, un barrio en aquella época apacible y apartado. Pero mucho menos que los demás, de modo que a la distancia tengo la impresión de que, comparado con ellos, yo me quedé a la puerta de aquella casa. Seguramente lo que me retenía era lo mismo que a ellos los imantaba: esa casa era uno de los centros más visibles de la vida intelectual del exilio español, y también de la vida intelectual mexicana, a la vez por separado y conjuntando ambas cosas. Yo me escabullía de los centros, al principio por timidez, luego por actitud y finalmente por convicción. Después he pensado que la casa de Max Aub no era un centro, sino un crucero, tanto más abierto y movido por no estar tan cerca del poder y de la dirigencia como yo imaginé. No tengo espacio aquí para explicar la diferencia, que en otro lugar he comentado más despacio. Sea como sea, haberme quedado a la puerta de aquello que para mí era un centro dio un cariz particular a mi relación con Max Aub. Max era, parafraseando un dicho famoso de Juan Ramón Jiménez, el embajador cultural general de todos ante todos. Lo fue también para mí, pero más que con préstamos de libros, soplos literarios o relaciones editoriales, con apoyos muy concretos en mis dificultades prácticas, que fueron muchas en mi juventud. Cuando me vi en mi primer fuerte aprieto material, me sacó adelante ofreciéndome en la Comisión de Cinematografía de México, recién fundada, un empleo que no sólo me dio de comer sino que resultó muy importante en mi formación. Cuando una obra teatral que yo había escrito en verso vegetaba en mi cajón, inédita y tan inestrenada como las suyas, la incluyó en una serie de lecturas públicas con actores famosos que organizó. Cuando me encontró en París completamente aislado y pobre, me presentó a varias personas importantes, gracias a lo cual pude trabajar un poco para la editorial Gallimard y publicar en la revista española que hacía Juan Goytisolo. En esa misma época casi todo el poquísimo dinero que gané fue enviando colaboraciones a Radio Universidad de México, que dirigía él. Más tarde tuve dos veces, caso raro, la beca Guggenheim, y las dos fue él quien me avisó que la coyuntura era favorable y fue su dictamen uno de los cuatro que decidieron la concesión. Cuento estas cosas personales porque hay mucha gente que conoce muchísimo mejor que yo la vida de Max Aub, pero éstos son detalles que sólo yo puedo aportar. Y también para echar un poco más de luz sobre un aspecto bien conocido de su manera de ser: su generosidad. Porque su papel de universal mediador era por supuesto todo lo contrario de un comercio: era una misión y una fe, era una moral, como se ve en la repetida ayuda a un joven escritor que no formaba parte de su círculo, mucho menos de sus aduladores, ni era su discípulo y ni siquiera, Dios me perdone, expresó suficientemente su gratitud.
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