15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Vísperas de un centenario español

Article publicat al diari “ABC” el 25/01/03 per Ignacio Soldevila Durant

Se conmemora el centenario del nacimiento de Max Aub. Una conmemoración en la que se va a llevar a término la edición de sus Obras Completas, iniciada bajo la dirección de Joan Oleza en 2001 y que lleva publicados siete de los once tomos proyectados. Para este año están programados diversos congresos en torno a su figura. Y en los últimos diez he sido testigo de la presentación de excelentes tesis doctorales y la preparación de otras. A estas alturas, nadie podría poner en tela de juicio que Aub es, junto con Sender, el máximo representante de los novelistas de su generación, y con Francisco Ayala, el indiscutible mejor narrador de cuentos y nouvelles de esa «otra generación del 27». Por ello sería absurdo querer ver el centenario como una ocasión para reivindicar una figura que ya lo está, y ocupa el sitio que le corresponde, hoy por hoy, en el canon literario español. Pero no es menos cierto que no hace tantos años que la situación era muy distinta de la cuasi panglossiana que acabamos de trazar, y por ello no parece inútil recapitular los hechos. Clara vocación Desde sus comienzos como escritor hasta la última década de su vida, no tuvo las cosas fáciles para su vocación literaria. En este país tan poco hábil para captar talentos ajenos cuando se acogen a su seno, un joven nacido en París de madre francesa y padre alemán, ambos judíos agnósticos, exiliados de Francia a raíz de la guerra europea, que a los doce años frecuentaba el instituto de segunda enseñanza de Valencia mientras iba aprendiendo un tercer idioma hasta entonces desconocido, y aun un cuarto que en las calles del Cabañal oía cotidianamente, y de cuyas peculiaridades fonéticas se le resistió siempre la pronunciación de la erre, no tuvo las cosas fáciles. Pero tuvo clara su vocación de escritor, y sus primeros versos, en imperfecto castellano, no tardaron en brotar. Al final de su bachillerato, durante el cual hizo esas primeras amistades definitivas que el destino quiso fueran compartidas incluso en el exilio (José Gaos, José Medina Echavarría), ya tenía decidido que no era la Universidad el lugar idóneo para progresar en la adquisición del oficio, sino la lectura voraz y la frecuentación de las gentes en su vivir cotidiano. No por otra razón decidió trabajar para su padre, recorriendo durante catorce años, en temporadas de seis meses, toda España como representante de bisutería. Y dedicando los otros seis a su vocación, frecuentando las tertulias literarias, en las que ya fue presentado por Díez Canedo en 1922. Sus primeras publicaciones no tuvieron el respaldo familiar, ni la acogida de editores poco interesados por el riesgo. Las pagó de su bolsillo cuando no las aceptaban las revistas culturales que le publicaban sus artículos, sus cuentos, sus poemas. Las bromas no le hacían mella. Que Lorca imitaba su pronunciación gutural ¡Estupendo! Que en "Revista de Occidente" le rechazaron la edición de una novelita, Fábula verde Teatro incompleto, o en ediciones de la revista "Cruz y Raya" (Espejo de avaricia) de su amigo Bergamín, o a su costa (Narciso) en la imprenta Altés de Barcelona, con un dibujo de Obiols. Una trampa Presenta a don Manuel Azaña un proyecto de Teatro Nacional para que la escena no siga exclusivamente en manos de los promotores. Adquirida la ciudadanía española, cuando pudo optar por la francesa y la alemana, la guerra civil vino a poner entre paréntesis (que acabaría siendo punto final) su carrera literaria en España. Miembro del PSOE desde su juventud, puesta su pluma al servicio de la República ya en febrero de 1936, agregado de Cultura en la Embajada de París con Araquistain, factótum de Malraux en la realización del filme Sierra de Teruel, su salida de España hacia el exilio en enero de 1939 era inevitable. Lo que no estaba previsto era que este regreso a su país natal se fuera a convertir en una trampa que, de cárcel en campo de concentración, lo tuvo del 40 al 42 siempre al filo de la eliminación, por su condición de republicano, de judío, y por la falsa denuncia de comunista lanzada por un agente doble y que todavía hasta 1956 le haría imposible su vuelta a Francia, de la que salió para un campo de trabajo en Argelia la víspera de que los nazis entraran en el campo de concentración para llevarse a los judíos. Hasta su embarque en Casablanca camino de Veracruz en 1942, las peripecias de Aub tienen mucho en común con las de los personajes secundarios del filme protagonizado por Bogart y Bergman, sin glamour, y con escenas de La lista de Schindler. En México, por segunda vez, se le repite la historia de 1916: la patria perdida, la familia en Valencia, donde el nuevo expolio reproduce el de sus padres en París. En México es un hombre dispuesto a rehacer su vida sobre las bases exclusivas de su trabajo de escritor, y que no cuenta con los frutos de su trabajo comercial para prescindir de sumisiones. Por lo que hará de guionista para el cine mexicano, escribirá artículos para la Prensa y será profesor en la Escuela de Cine. Con esas ganancias ha de seguir pagando los primeros tomos de su producción novelística, decidido a ser testigo de la tragedia española, que literariamente tenía escaso interés, y se cerraba cualquier apertura hacia los lectores españoles que no fueran sus compañeros de exilio, más interesados en rehacer sus vidas que en recordar su camino hacia la derrota y el exilio. Su teatro tampoco interesa en la escasa escena mexicana, y sigue encontrando su única expresión en el texto impreso y en el trabajo de los grupos de aficionados y de estudiantes de la Escuela de Teatro de la UNAM, para los que escribe toda clase de obras breves, pero siempre con temas relacionados con su única obsesión: España, la guerra, el exilio. Hay que esperar a su última década, cuando ya siente poder, en parte, «callar lo que vi para escribir lo que imagino», para que se desarrolle en todo su esplendor la fantasía vitalista y el saber cultural acumulado durante los años felices anteriores al 36, con obras tan renovadoras como Vida y obra de Luis Álvarez Petreña, Jusep Torres Campalans, que junto con Luis Buñuel, novela, hubieran formado un tríptico de biografías donde invención y realidad hubieran servido para dar una visión inigualable y crítica de las vanguardias culturales europeas, si la muerte no hubiera dejado en un simple acopio de entrevistas la última de ellas, publicada póstumamente por su yerno Federico Álvarez. Pero el recogerlas le sirvió a la vez como pretexto para atreverse a venir a España en 1969 con el visado de tres meses que, por fin, se le concedió. España soñada Cabe pensar si no hubiera sido mejor morir sin haber realizado ese viaje que le mostró que su España soñada sólo estaba en su propia memoria, en sus novelas de El laberinto mágico, en La calle de Valverde o en Las buenas intenciones. Fue un duro golpe del que queda el testimonio de La gallina ciega, diario de ese viaje. Volvió en 1972 para despedirse de los suyos: los viejos amigos, la hija establecida en Madrid, los nietos queridos. Al mes de su regreso, murió como Unamuno: esperando a los amigos, sentado a la mesa, barajando un juego de cartas. Nos dejó otro, así titulado, en que ciento ocho personas las escriben, en el respaldo de otros tantos naipes, hablando del difunto Máximo Ballesteros. Ganaba el juego el que pudiera adivinar quién fue Máximo. Aún no ha ganado nadie

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