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Documentació

El hombre que quiso ser español

Article publicat a “El País” el 31/05/03 per Rafael Conte

Cuando conocí a Max Aub, en aquel primer y malhadado viaje que hizo a España en 1969 -que luego dio lugar a su magistral La gallina ciega, ese renovado "viaje por España" que debiera seguir repicando en nuestra conciencia como si las campanas de John Donne siguieran doblando -que siguen- por todos, lo que más me sorprendió de él fue que era un hombre que había decidido ser español en su primera juventud, por sí mismo y él solito, sin que nada ni nadie le empujara o ayudase a serlo. "El hombre es de donde hace el bachillerato", dijo después como para justificarse con su característico humor de siempre. Pues, en realidad, él había nacido en París, hijo de alemán y francesa -ambos judíos laicos-, su primera lengua fue el francés, y allí vivió e inició estudios políglotas (y en el antiguo Collège Rollin, actual liceo Jacques Decour), hasta que el estallido en 1914 de la Primera Guerra Mundial hizo poner a su familia los pies en polvorosa. Se instalaron en Valencia por razones profesionales y amistosas (su padre, corredor de comercio en bisutería fina, viajaba mucho por nuestro país y hasta hablaba en español con su esposa) y allí cursó Max Aub el bachillerato en el instituto Juan Luis Vives, donde entabló relaciones con un amplio grupo de amigos e intelectuales posteriores como Medina Echevarría, los hermanos Gaos, Juan Rejano o Gil-Albert y Juan Chabás después, empezó a leer y escribir en español, se dedicó a ayudar a su padre en el negocio (seis meses al año, lo que le proporcionó independencia económica) adquiriendo legalmente a su mayoría de edad la nacionalidad española. Bien, un joven políglota, viajero por Europa, de formación cosmopolita, sin demasiadas raíces nacionales, ni raciales, ni religiosas, aficionado a leer y escribir desde su primera juventud y que además elige ser español por voluntad propia, porque aquí hace el bachillerato, y que hasta no le molestaba ser calificado de "valenciano", el colmo. ¿No les parece raro? ¿Acaso los españoles no lo somos por resignación y no por no poder ser otra cosa? Juan Benet dijo con sorna en el primer artículo de su proyecto constitucional que "todo español, por el mero hecho de serlo, tiene derecho al fracaso" y Cioran, que la Iglesia había inventado a España "para destruirla mejor". Y hasta en su vejez, cuando le conocí, más bien bajito, bastante miope, con leve acento extranjero (rodaba las "erres"), sarcástico, mitómano y bien humorado, Max Aub me quiso convencer (yo había ido a hacerle una entrevista conducido por nuestro común amigo Manuel Andújar) de que había venido a España para preparar una película con Luis Buñuel sobre la vida de Cristo, que iba a protagonizar Carlos Barral, cosa que yo, advertido y ya lector de su gran Jusep Torres Campalans y su admirable Antología traducida, no publiqué, claro está, aunque la broma privada me lo definió desde el principio. Al final terminamos un grupo de amigos en una cena que le ofreció Jaime Salinas en nombre de Alfaguara (que luego editaría sus seis Campos de El laberinto mágico sin cortes, pues Aub no los consentía) con Ángel González y un servidor debajo de la mesa y brindando en su honor. Primero fue un escritor muy esteticista y hasta vanguardista -era la moda de los años veinte- en prosa, poesía, teatro y narración al alimón, introducido por sus lecturas de las revistas francesas y alemanas, por Jules Romains y Enrique Díez-Canedo, por las publicaciones de entonces y en el Ateneo de Madrid. Ser vanguardista es algo que confiere a todo buen aprendiz de escritor un mejor conocimiento de su herramienta literaria (Francisco Ayala lo dijo), pero menos mal que luego vino la Segunda República, la política (se inscribió en el PSOE el año 1928 y nunca dejó de militar en el socialismo democrático, aunque nunca fue comunista, ni tampoco anticomunista, claro) y la Guerra Civil, y conforme su literatura se "comprometía" y politizaba, el resultado final fue el de la derrota, el exilio, el paso por cárceles y campos de concentración hasta desembocar en un exilio del que nunca regresó. Le habían expulsado del país de su elección, aunque nunca pudieron hacerlo de la lengua que tan bien eligió y a la que rindió un tributo total con su vasta, dispersa, unitaria y variada obra literaria que ahora empieza a ser conocida de manera completa ya de una vez, pues con motivo de su centenario se van completando todas las iniciativas iniciadas ya hace más de un lustro. Ha sido, sin duda, el escritor más "español" de toda nuestra literatura, porque lo fue precisamente porque quiso, por amor al país y a la lengua de su elección, lo que le acompañó hasta el final, siempre con la moral por delante, la justicia social detrás y el respeto a una literatura que conoció como nadie. Y una última nota final: Max Aub escribió de todo -verso, prosa y teatro- y en todos los géneros, poemas en verso y prosa, textos propios o simulados disfrazados de apócrifos, novelas y cuentos largos, breves y brevísimos, aforismos, piezas teatrales largas -más de una decena- y más o menos cortas hasta una treintena más. Como dramaturgo (que es lo que fue, Ramón Pérez de Ayala lo dijo el primero sobre Valle-Inclán, su gran modelo, al definirlo sub speciae teatri, que es lo que era el propio Aub) es el mejor del pasado siglo en nuestro país, donde apenas se le representó (como al propio Valle). Su teatro -que era en su opinión lo mejor de su obra- quedó "incompleto" para siempre por irrepresentado en su tiempo y momento, pero aquí lo tenemos como "literatura", que es lo único que de él (del teatro) queda y quedará por siempre jamás. Hasta el teatro también expulsó a Max Aub de su seno, pero da igual, esa expulsión ha colocado al escritor en la memoria universal, de donde ya desaparecen todos nuestros efímeros juegos escénicos de pandereta y tatachún, donde ya no queda sitio ni para la literatura, ni para la cultura, ni para el propio teatro en general. Y todo con la sonrisa y el humor en la boca, como fue su permanente actitud frente a todas las tragedias que le tocó vivir. Si eso no es una moral y una ética política y una moral de la esperanza ¿quién podrá nunca bajar a decírnoslo? ¿Es que tenemos, o podemos tener, otra? Max Aub, con sus sorprendentes juegos (como una "caja de sorpresas" le definí entonces) y la sonrisa permanente en los labios, es una de las pocas esperanzas que nos quedan y malhaya sea para quien no lo vea así.

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