15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Escribir es mi manera de pensar

Article publicat al diari “ABC” el 06/03/04 per Ignacio Soldevila Durante

Con este volumen viene a ser accesible a los lectores españoles la parte de los diarios de Max Aub hasta ahora inédita acá. Tras los tomos publicados por Aznar Soler en Alba La gallina ciega en 1995, Diarios (1939-1972) en 1998 y a Enero en Cuba, reeditado por Mª Fernanda Mancebo en la Fundación (2002), suponemos que lo más, si no todo el conjunto de los diarios, ya es público. Pero son notables los espacios en blanco. Frente a años de abundante producción, los de 1957 a 1965 se resumen en pocas páginas y fechas. Es éste un comentario nacido de la calidad intrínseca de lo publicado y de la frustración ante tales saltos en tiempo de silencio que ojalá sean provisionales. No son estos diarios anotaciones dedicadas a las idas y venidas del autor en sus tareas cotidianas, sino sobre todo anotaciones de ética, de estética y en torno a su propia labor creadora, que nos revelan a un Aub meditativo, reaccionando a los hechos del mundo de la cultura, de las apariciones de libros, de los eventos de la política, del gran enfrentamiento entre capitalismo y comunismo, frente a su propia opción, una tercera vía socialista. Lo comenta todo de manera incisiva, sin rodeos, a veces en imaginarios (o no tanto) diálogos polémicos con los amigos comunistas, y con frecuentes síntesis aforísticas por añadir a las recogidas por Javier Quiñones en Aforismos en el laberinto (Edhasa, 2003). Su poética se puede entresacar de tantas anotaciones y breves ensayos sobre la narrativa y el teatro; y numerosos proyectos de piezas teatrales y de relatos, sintetizados para propio uso, y que muchas veces han quedado sin consecuencia; y escenas alternativas a obras publicadas, como su drama Cara y cruz. En uno de esos comentarios está el origen de un cuento del que no había logrado encontrar la clave. No la había: en su nota del 11 de junio de 1945 apunta la pesadilla de la que ha sido víctima esa noche. El cuento, titulado «El fin» y aparecido en 1954, no hace sino transcribirla por extenso. Un relato tan surrealista como tantos sueños, sin más. Felix culpa, cabría repetir aquí con San Agustín (el que al parecer dio el título para su Laberinto mágico), la falta de memoria de la que continuamente se lamenta («escribo para no olvidarme»), y que le habría impulsado a componer estos diarios a lo largo de su vida, un auténtico tesoro. Más motivos le impulsaron a escribir tanto: esa supervivencia más allá de la muerte que fue su consuelo de escritor sin apenas lectores, pero también que «escribir es mi manera de pensar» (17 abril 1941). Dudas y vacilaciones. Impresiona la desnuda expresión de sus dudas y vacilaciones sobre su propia obra y su talento de creador, que nunca descargó su poco éxito en las circunstancias de su condición de escritor trasterrado, cuya obra no podía llegar a quienes estaba dedicada, y sólo podía repercutir en una minoría de sus compañeros de exilio, preocupados en subsistir y poco dispuestos a revisar el pasado y sus fracasos. También ellos, mayoritariamente, intentaron una «transición» basada en el silencio y el olvido, frente a los pocos que no se resignaban a pasar página. Precisamente los que hoy se recuperan a través de su obra en empresas como el GEXEL de la Autónoma de Barcelona, o esta «Biblioteca del exilio», enfrentada a los molinos de viento del presente desmemoriado y hedonista. Bastará con espigar en este tomo (los hay más crudos en otros ya editados) un par de comentarios sobre sí mismo: «Fue María Zambrano la que me dijo hace veinte años : “Tienes una veta pequeña, pero bien aprovechada”. El tiempo la ensanchó, pero sigo siendo el mismo: sin mayores medios» (pág. 127). Y citando a un autor inglés afirma: «Posiblemente seguramente­ sin la guerra mi reacción a los cuarenta años hubiese sido parecida a la de Connolly: “Una sensación de fracaso total”» (pág. 123). En otras palabras, Aub atribuye a lo que la guerra hizo de él haber superado una actitud pesimista de tantos intelectuales que, como a su estricto coetáneo Cyril Connolly (1903-1974), lo paralizó en mordaz contemplativo, desengañado de la acción, convencido de no poder escribir una obra maestra. Pero para no pasar por necio, anota Aub a propósito de la guerra: «Entonces, ¿debo bendecirla? ¡Qué vanidad!». Esta edición no es, como advierte Aznar, la definitiva, que probablemente vendrá a formar parte de las Obras completas dirigidas por Joan Oleza. Emplaza para entonces al impaciente y al ignorante lector, el uno descontento porque siguen apareciendo espacios en donde la advertencia «ilegible» deja incompleta una frase, el otro porque esperaría notas sobre hechos y personas de las que querría saber algo o más. Ése podría ser el caso, por ejemplo, del mencionado Connolly, cuya obra The Unquiet Grave (1944, revisada en 1951) es la fuente de su comentario, o el dedicado a Rudolf Leonhard, compañero de Aub en el campo de concentración de Vernet y del que recoge las peripecias de su fuga y termina: «Pobre Rudolf. Si yo viviese lo bastante escribiría su triste historia de escritor comunista». De él sabemos que nació en 1889 en Lissa, entonces parte de Alemania y luego de Polonia, con el nombre de Leszno, y que murió meses antes de la anotación de Aub, en 1953, en Berlín. Estuvo en nuestra guerra, sobre la que escribió dos libros: Spanische Gedichte und Tagebuchblätter (París, 1938) y, también, en ese refugio provisional que fue París para los alemanes de las Brigadas, unos relatos que han escapado a la atención de los mejores rastreadores de la narrativa de la Guerra Civil: Der Tod des Don Quijote. La simpatía de Aub por Leonhard no podía faltar en quien, como él, intentó sacar del campo de concentración sus escritos (Leonhard anotaba todos sus sueños y en la huida tuvo que dejarlos, confiándolos a un campesino). Inmediata lectura Me he preguntado si Aub hubiera autorizado la publicación tan temprana de sus diarios inéditos, sin pulirlos y poner bemoles a ciertas expresiones y juicios expeditivos a propósito de gentes que se tenían por buenos amigos suyos. Ahora compruebo, en la transcripción que hace Aub para su diario de una larga carta que me escribió en 1955 explicándome su producción teatral hasta la fecha, que entre la carta que conservo y la que reproduce hay considerables diferencias, ajustes y supresiones, que habrá que cotejar en la edición definitiva. Pero tal como está, y a pesar de lo que piense Aznar, esta edición pide una inmediata lectura por parte de todos los que hemos conmemorado el centenario de este inmenso e inabarcable escritor español, que lo fue por voluntad propia y empecinada, por encima de lo que digan los papeles.

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