15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

El lado salvaje de la vida

Article publicat a “La Vanguardia” el 22/02/02 per Julià Guillamon

Dejamos a Dani Cajal en Nicaragua, recostado sobre un camastro, con el pantalón empapado de sangre y una pistola en la mano, víctima de terribles fiebres y alucinaciones. El protagonista de El cel de l'infern (1999) sacaba fuerzas de flaqueza para conectar un televisor que retransmitía el Italia-Brasil del Mundial de España'82. Córner. Grazziani remata desde fuera del área y el balón llega a pies de Paolo Rossi, que lo empuja al fondo de la red. Castillo utilizaba esta imagen para representar el final de los ideales de la década de los setenta. La selección de Brasil Sócrates, Zico, Falcao, Eder, Dirceu, Toninho Cerezo era uno de los mejores equipos de la historia. Cayó ante el fútbol práctico de los italianos. ¡Bienvenidos a los ochenta!

Veinte años más tarde, el espíritu que encarnaban en la cancha los Altobelli, Scirea, Gentile y compañía se ha impuesto en todas las facetas de la vida. Barcelona ha recaído en el desastre inmobiliario. La propaganda municipal ha derivado en el cinismo (ese anuncio impresentable del paisaje de grúas que ha sustituido el barrio industrial, el chico que quiere ser ingeniero para ayudar a su amiguita en silla de ruedas). Cajal colabora en un periódico, da clases de periodismo y organiza recitales poéticos para La Caixa. Atascado en la nostalgia de otros tiempos, sólo la amistad y el amor le permiten escapar a la alienación cotidiana. Pero el amor le empuja a la montaña rusa. Y la amistad le descubre el lado más oscuro del alma humana. Los antiguos compañeros de militancia actúan por interés. Cajal viaja a Zaragoza para recuperar el cuerpo del colega que murió en la cárcel; a Rabat, donde se reencuentra con los anarquistas de Acción Directa y finalmente a Río, en una operación de blanqueo de divisas que le permite orillar por última vez el lado salvaje de la vida. En la favela de Mangueira (a simple vista, algo idealizada) Cajal recupera la imagen desdibujada del Carmel de su juventud.

No miris enrere propone un juego de simetría fascinante con El cel de l'infern. Si la primera tenía todos los componentes de una novela de aventuras, ahora Castillo somete a los personajes a una brus-ca desaceleración. Los años han pasado, Cajal engordó un poco, parece un convaleciente. La prosa sigue estando cargada de turbulencias, gerundios, irregularidades que traducen la fractura interior. Las relaciones sexuales, los enredos y entretenimientos sentimentales del protagonista mantienen la atención del lector, sin los contrastes de la primera entrega, con el amor devastado por la heroína y el encuentro en la discoteca del Arc del Teatre, la joven prostituta, Raquel, entregándose a cambio de nada. Mejor no comparar. La novela se lee sin dudar, porque apetece. Castillo sabe captar el lenguaje de la calle, meterse en el interior de los que no son como nosotros y salpicar la prosa de sentencias y aforismos. El relato en primera persona otorga a las desdichas sentimentales de Cajal (y a la venganza que esconden) un protagonismo tal vez excesivo, más próximo a los poemas narrativos de "Game over" o "El pont de Mühlberg" que al tono distanciado, a la historia como novela y a la novela como historia, de "El cel de l'infern".

Como aquel libro, No miris enrere surge en el descampado, lejos del jardín. Ni que sea por eso es una buena noticia y una grata lectura.

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