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Documentació

Sergio Vila-Sanjuán: "Hubo también una 'droite divine' en la Barcelona de los 60"

Article publicat a “La Vanguardia” el 08/01/2013 per Xavier Ayén

Sergio Vila-Sanjuán: "Hubo también una 'droite divine' en la Barcelona de los 60" Sergio Vila-Sanjuán, ganador del premio Nadal con 'Estaba en el aire', afirma que la publicidad, la televisión y los electrodomésticos entraron a través de Barcelona. "No eran tradicionales, montaban fiestas tremendas y tenían vida sentimental movida". "Había campañas de champú, pero se usaba en duchas públicas; no las había en los pisos"

Principios de los años sesenta. A la calle Tuset de Barcelona la llaman la Madison Avenue española, porque concentra las principales agencias de publicidad del momento, con elegantes ejecutivos bebiendo, fumando y reuniéndose como si fueran los protagonistas de la serie Mad Men. Ese mundo, y el de los nuevos programas de radio y televisión, emblema de un cambio de época, son la atmósfera de Estaba en el aire, la novela con la que Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) -coordinador del suplemento Cultura/s de este diario- acaba de ganar el premio Nadal de novela. Los personajes principales son un publicitario de la radio, una bella dama burguesa, un ambicioso industrial y un obrero de la Seat. Llegará a las librerías el próximo 12 de febrero.

¿Contento?

No me pongo a llorar aquí mismo porque mi editor es muy serio y me lanzaría una insoportable mirada de reprobación. Pero sí, es una sensación inconmensurable, un cambio de escala estratosférico en mi carrera de narrador, que he empezado tardíamente, pasados los 50 años. Se me amontonan las sensaciones: por un lado, es un premio con mucho pedigrí -usted sabe que, para mí, el ADN es importante- y me hace sentir un enano a hombros de los gigantes que me han precedido, como Ana María Matute, Carmen Laforet o Luis Romero. Por otro, la familia Vila-Sanjuán y la familia Nadal tienen gran relación, pues mi abuelo era de las juventudes monárquicas junto a su amigo Eugenio Nadal, padre del Eugenio Nadal que da nombre al premio, escritor de la revista Destino fallecido precozmente. Además, Eugenio era hermano de Carlos y Santiago Nadal, periodistas de La Vanguardia, mi diario. Y recuerdo cómo, nada más aterrizar en la redacción de El Correo Catalán, su director, Lorenzo Gomis, me envió a cubrir el Nadal que ganó José Ramón Zaragoza, hace 32 años.

Tiene mucho de historia sentimental de una época ¿no?

Sucede en 1960 y 1961. El momento de la llegada de la sociedad de consumo a España. Entraron en nuestras vidas la publicidad, la televisión, los electrodomésticos, el marketing... y Barcelona fue pionera de las agencias de publicidad. La radio y la televisión, desde los platós de Miramar, emitían programas para toda España, como ¡Rinomicina le busca!, que se me quedó grabado en la memoria porque allí trabajaba mi padre, era el representante de la empresa anunciante en el programa pero hacía un poco de todo. Era una emisión que buscaba desaparecidos.

Es un libro de los años sesenta pero sin la gauche divine.

Precisamente. La gauche divine está ya muy tocada narrativamente. En mi primera novela, Una heredera de Barcelona, busqué un momento poco trillado, los años del pistolerismo, y aquí hablo de la droite divine, un tanto olvidada. En Barcelona, en aquella época, había una alta sociedad, gente con dinero, que vivía muy bien. No era la derecha tradicional, sosa, clerical, sino gente que sabía vivir, que tenía barcos, casas en la costa brava, que montaban unas fiestas tremendas y que tenían una vida sentimental movida. Eso sale en la novela, esa derecha liberal, cuyo emblema es un industrial ambivalente, Casimiro Pladevall, franquista metido hasta arriba en el régimen pero que por otro lado patrocina empresas periodísticas, es un bon vivant... Había gente así: el régimen les iba muy bien para sus negocios pero, con la otra mano, apostaban por empresas de modernización y cambiaron la sociedad.

¿Qué recuerdos tiene del programa de radio?

No recuerdo escucharlo, sino que mi padre hablaba bastante de él. Eran historias muy fuertes. A él, como jefe de publicidad de Rinomicina, se le ocurrió la idea de buscar desaparecidos, el primer programa de estas características. El conductor era Enrique Rubio, que además dirigía la revista Qué pasa, donde se hablaba del programa. Tuvo muchísimo éxito. Cuento un caso de una madre que huyó con su hijo de un bombardeo durante la guerra. Desde un camión le gritaron: '¡Suba, suba!', ella entregó al niño pero cayó una bomba en ese momento, el camión aceleró y la madre se quedó en tierra. El niño se fue a Francia, luego Suiza... y volvió a España, donde, veinte años más tarde, escribió al programa... y localizaron a la madre, hay unas fotos en la prensa de mi padre paseando a este chico por el monumento a Colón y se ve cómo, al final, lo llevan con su madre. Hubo varios casos de estos. Me impactaron tanto que, a los 18 años, me dije: 'Si un día escribes una novela, tienes que manejar este material'...

¿Su padre llevaba los casos?

Estaba todo muy mezclado, eran cuatro gatos, hasta mi madre leía las cartas, porque llegaban mil cada semana. Lo peor fue que, por su éxito, empezaron a tener problemas con el poder, que se asustó de que volvieran a salir a la palestra temas de la guerra civil y separaciones. Sobre todo, el programa se nutría de los casos de la guerra.

Su primera novela tenía muchos elementos policiacos. ¿Y esta?

No lo son los contenidos, pero sí la estructura, con una serie de enigmas que se van planteando hasta que todo se cierra. En la realidad las cosas siempre quedan abiertas, pero en la ficción todo se cierra.

Mucho glamur y mucha calle Tuset, pero también sale un obrero de la Seat. ¿Qué papel tiene?

El obrero trabaja en la cadena de montaje del 600, y busca sus orígenes. A través de él explico el negativo de toda la parte glamurosa, me sirve para contar el Somorrostro, las zonas más duras de la vida de aquel momento. Había elementos de ultramodernidad, pero, por otro lado, muchos residuos de la posguerra más dura. Se planeaba una campaña de champú, pero la emitían el día en que sabían que las duchas públicas tenían más afluencia porque... ¡en las casas no había duchas!

¿Cómo explica su carrera de novelista tardío? ¿Su libro de no ficción sobre los best sellers le ha dado pistas sobre cómo dar el golpe?

Hombre, yo soy un narrador tardío, sí, pero hasta cierto punto porque publiqué mi primer cuento a los 16 años, en el diario La Prensa, en un concurso donde también publicaron a Marcos Ordóñez. Escribí narrativa hasta los 20 años, cuando me dediqué al periodismo y dejé la literatura... durante treinta años. Pero, a los 18, ya había asistido al taller literario de José Donoso en Sitges, y he tenido maestros con los que he hablado mucho, como Terenci Moix y Baltasar Porcel, y luego he tratado a Mario Vargas Llosa, para mí el escritor con mayúsculas. De ellos he aprendido lo importante. Lo de escribir sobre best sellers ayuda algo pero el best seller como género, si es que existe, no es lo que yo pretendo hacer. Sí se pueden ver en ellos las técnicas para conseguir amenidad, como la dosificación del suspense y una estructura argumental fluida.

Hay radio, televisión -con programas como Reina por un día, donde trabajaba su tío-. ¿No hay periódicos?

Aparece uno que se está empezando a montar y que va a ser un gran revulsivo de la prensa en Barcelona. Pero, sobre todo, es una novela sobre el mundo de la publicidad, que hizo que la sociedad española se viera a sí misma de otra manera, pasando de la España de boina y botijo de Cela a la modernidad y la sofisticación.

Pero ¿su padre era como los hombres de Mad Men?

El personaje es de ficción. Pero, con menos medios económicos, sí, ese era su ambiente: gente elegante, que fumaban y bebían todo el día, de costumbres liberales (no voy a entrar en detalles)... Cuando vi la serie, me recordó escenas de mi infancia: esos whiskies, esas señoras con crepado, aquellas reuniones...

¿No hay ningún proyecto audiovisual?

Es pronto todavía. De mi primera novela, están comprados los derechos para hacer una miniserie. Hay un guión hecho, de Joan Potau, que incluso soluciona unos crímenes mejor de lo que lo están en la novela.

De niño ¿cómo veía a su padre publicitario?

Hasta le había dado algún eslogan, porque yo era un niño un poco repelente. Y lo acabó usando en un anuncio de champú: venía un bandolero y decía: '¡La bolsa o la vida!' y el asaltado respondía: '¡La bolsa! ¡Pero que sea una bolsa de Caspolén!'. Viví ese ambiente mucho, iba con él a la feria de muestras... Y de mayor pasé por la publicidad una etapa de un año. No era lo mío, aunque se ganaba dinero.

En el fondo, ¿está haciendo unas memorias noveladas?

He usado los recuerdos de mi abuelo en mi primera novela, ahora los de mi padre, posiblemente un día utilice directamente los míos. A los 20 años, quería escribir la historia de varias generaciones de mi familia pero no me atrevía a hacer unos Buddenbrook. Muchos años más tarde, me he dado cuenta de que podía abordar todo ese ingente material acotándolo mucho, cogiendo unos elementos determinados y haciendo un libro de cada momento concreto. Más que un novelón de mil páginas, más que la gran novela, pues varias novelas más cortas, cada una con un caso.

Háblenos del personaje de la mujer...

El gran reto de un narrador masculino es entrar en un cerebro femenino. Ella tiene el amargo don de la belleza y es muy desgraciada.

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