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Documentació

Aquella perdida Barcelona industrial

Article publicat a “La Vanguardia” el 13/03/2011 per Josep Massot

El crítico Julià Guillamon publica su primera novela, ¿La Moràvia¿, inspirada en las vivencias de su familia

El protagonista se llama Barreiros, como aquel fabricante de camiones y del Dodge Dart, el sueño de lujo americano de la España del desarrollo, y se dedica a coleccionar infinidad de deshechos industriales: máquinas, cilindros, polímeros, fotos de ferias de muestra o frisos fabriles, con los que decora su vivienda en la antigua fábrica de cervezas Moritz. Julià Guillamon, de 49 años, ha escrito una novela insólita en la literatura catalana, La Moràvia (Galaxia Gutenberg), a partir de la recreación delirante del mundo perdido de la Barcelona industrial.

Guillamon procede de una familia inmigrante de la cuenca del río Mijares, en la zona castellanohablante de Castellón, que se instaló en Poblenou atraída por la Exposición de 1929. “Mi abuelo –dice– trabajaba en Can Girona y vivía en el barrio de La Plata, llamado así porque a los que trabajaban en la construcción del metro les pagaban con una moneda de plata”. Su padre, obrero metalúrgico, se casó con una catalana de Gràcia, con orígenes en Viladrau y Vila Rodona. “Mi destino –dice el autor– era trabajar en un taller, pero fui a la universidad y la cultura me separó del mundo de mis padres y mis abuelos. El protagonista de mi novela intenta recuperar inútilmente ese mundo perdido precisamente por medio de lo que le ha separado de él, la cultura, la recreación literaria”.

Los barrios industriales empezaron a quedar laminados por el urbanismo de los años 60, y los Juegos Olímpicos del 92 remataron la faena. “Nadie se extraña de que haya novelistas nacidos en la Catalunya rural que recreen literariamente el mundo perdido de la payesía. ¿Por qué se extrañan, pues, de quienes recreamos el mundo industrial perdido para siempre? En Poblenou había, por poner un ejemplo, una fábrica de harina, y al lado estaba el horno que vendía el pan, y al lado, los que trabajaban en la harinera, y al lado, la casa de los propietarios de la fábrica, Esto se perdió en los 60. Las fábricas fueron trasladadas a la Zona Franca, las viviendas a otra área, se construyeron vías rápidas para unirlas y aquella forma de vida desapareció. En Poblenou había una cantidad ingente de solares. Detrás de mi casa había dos almacenes, más allá, los talleres de La Vanguardia, más lejos, locales abandonados. La gente tenía la ilusión de que todo aquello iba a mejorar, pero cuando finalmente sucedió, ellos se quedaron al margen”.

Guillamon llevaba escribiendo La Moràvia desde hacía veinte años, cuando publicó los relatos de La fàbrica de fred, donde ya aparecía Barreiros. “Empecé a escribir a finales de los 80, en plena época punk, de música postindustrial, New Order, Joy Division, y quise hacer algo similar en literatura”. Pero después quiso focalizar el mundo de las fábricas perdidas para explicar dos cosas, “por una parte, la transformación del paisaje urbano y, por otra, el desplazamiento social del protagonista. También, la recuperación de un momento en el que aún se creía en la utopía del progreso por medio de los avances técnicos”. Era la época en que España descubría mil objetos y materiales que ayudaban a mejorar la vida diaria: el gresite, la formica, el Dodge Dart de Barreiros o el triple filtro de Lark.

Con La Moràvia, Guillamon actualiza el coleccionismo de objetos exquisitos del decadente Des Esseintes ideado por J. K. Huysmans en su novela À rebours (la diferencia es que Barreiros colecciona máquinas inservibles consideradas como una obra de arte) como el coleccionismo de fracasos de Bouvard y Pécuchet de Flaubert. El libro incluye fotografías, como si se tratara de un manual de soldadura autógena o de una guía de plásticos. Se inspiró en Nadja de Breton y en El mundo del objeto a la luz del surrealismo, de Cirlot. Porque si Guillamon ha tardado tanto en escribir la novela, es, en parte, por la dificultad de encontrar un catalán que fuera a la vez natural, efectivo y veraz .”¿Cómo traducir la palabra tolva en catalán. No podía poner tramuja. A mi padre le parecería una barbaridad, así que opté por describir la pieza sin nombrarla. Eso y el trabajo de investigación me ha llevado mucho tiempo”.

La novela , una a veces humorística máquina soltera duchampiana, guarda una moraleja final. “Sí –dice Guillamon–, la he buscado voluntariamente, como en las novelas del siglo XIX, el Wakefield de Hawthorne, por ejemplo. Quería dejar claro que en el fondo todas las promesas de bienestar futuro que tenían nuestros padres eran falsas. Cito un pasaje de un sociólogo francés, Jean Fourastié, en el que describe el paraíso del hombre en el año 1960, liberado por la tecnología, Eran teorías de una candidez que, vista hoy, dan risa. La realidad es que el futuro no ha traído más que apátridas, seres humanos desubicados, alienados y sin ilusiones. Y no es que mitifique el pasado ni sienta nostalgia. Ahí está la paradoja, porque aquella Barcelona industrial, insalubre y caótica, era indefendible”.

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