Documentació
El primer independiente
Fue el primero en tomar su voz como propia, en expresarse por sí mismo, en negarse a prestarla. A diferencia de Pla, que se adscribió a Cambó cuando nadie lo esperaba, Porcel se desgajó del grupo intelectual que le arropaba adscribiéndose a sí mismo. Pla dio una campanada que dejó al mundo catalán primero atónito y luego enfadado. Porcel se expresó según su criterio personal.
Al principio, la independencia fue alentada, ya que era tomada por juvenil rebeldía, renovación generacional o incluso sana disidencia, pero luego, al comprobar que iba en serio, que denunciaba las consignas, empezando por las calladas, en vez de propagarlas, surgió el anatema. Como Pla, Porcel es un anatemizado en la memoria colectiva de su grupo. A diferencia de Pla, que tuvo que optar sin vuelta atrás entre dos bandos enfrentados en la última guerra civil catalana (aquí también la hubo, mezclada con las otras, la española y la europea), Porcel pretendió sumar su voz, diferenciada, al concierto que (según suele suponerse) debatía democráticamente sobre la realidad y sus inciertos caminos. Ahora que el concierto ha acabado en desconcierto, el afinado desafinador desaparece de escena. Había motivo contra Pla, aunque más lo hay para la comprensión y la generosa integración del pasado con toda su carga de confrontación. No lo hay contra Porcel. A Pla le fue negado el Premi d'Honor. A Porcel no, pero le llegó demasiado al final, postergado tras nombres de muy inferior calado, casi a título póstumo, sin convertirlo en el homenaje debido, el que parte del reconocimiento de la propia miopía, absteniéndose de proclamar sin tapujos la ejemplaridad de su independencia. Pla sigue vivo en la memoria porque es usado como herramienta de batalla. Ya sé que pido demasiado, pero me parecería justo y apropiado que, en vez de arrojar su legado a la fosa del silencio en la que reposan casi todos los grandes del siglo XX, se le entronizara como lo que fue: el primero de su tiempo en tomar su voz como propia, el primero en expresarse por sí mismo, el primero en negarse a prestarla, el primero en asumir el riesgo radical de la radical libertad de palabra. El primer, y durante mucho tiempo el único independiente. Mientras eso no se reconozca, nuestro mundo intelectual, nuestro periodismo de opinión, seguirán enfermos de partidismo. Formaba parte de su independencia no convertir los obituarios en panegíricos desenfrenados. En este país, tan cainita en vida y tan tendente en las despedidas a los elogios hipócritas, Porcel, cuando consideraba que la desaparición de un personaje merecía un artículo, siempre manifestó a la hora de la muerte lo que pensaba de él mientras la persona vivía. La alergia a las hagiografías forma asimismo parte de su legado (no tanto del de Pla). De modo que, dejando sin contestar, por mezquinas, las descalificaciones emitidas desde los rebaños por haberse asumido como carnero o jabato solitario, no me abstendré de recordar la crítica, tantas veces insinuada, según la cual escribió pro domo sua, aprovechándose de su posición, a menudo con dudoso sentido ético. Un óbolo que se permitía. ¿Cómo creen que respondería a tamaña acusación, sonriendo o resoplando? Que conste, para Esta y otras acusaciones, como la de practicar una variante del do ut des consistente en ofrecer menos de lo que parecía, que nunca dejó de ser transparente. Puestos a elegir entre hipócrita y cínico, su helenismo le orientaba con precisión, y fue siempre cumplidor, en éste y en otros menesteres. Debo añadir que fue una persona considerada, generosa y afectuosa en su círculo de proximidad. Empieza a estar mal vista la adscripción de los intelectuales, de quienes se expresan y opinan con normalidad en público, pero aún es mayoritaria entre ellos, o entre nosotros, la fidelidad no sólo a los principios (Porcel nunca dejó de ser catalanista), sino a los intereses del grupo. A fin de cuentas, a las conveniencias del partido. En Catalunya, quien pretenda ser independiente, que se fije en Baltasar Porcel, le rinda homenaje y le siga
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