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Documentació

La voz de Casas

Article publicat a “La Vanguardia” el 20/04/2002 per Anton Maria Espadaler

Amenudo, quizá demasiado, le llegan a uno encendidos elogios de novelas, normalmente muy voluminosas, que a la tercera página caen de las manos con gran estrépito. Se trata de ficciones que pretenden descubrir el mundo, o redimirlo, y de paso, y como quien no quiere la cosa, reinventar la literatura, o darle un nuevo y definitivo empuje. Así, se enzarzan a la primera de cambio en farragosas disquisiciones sobre el bien y el mal, el este y el oeste, el hombre y la mujer, de manera que cuando el lector, anonadado y empequeñecido, suelta tales mamotretos experimenta una agradable sensación de comodidad y de libertad. Y se promete, en voz baja y con la solemnidad debida, que van a tener que sudar la camiseta hasta empaparla quienes quieran convencerle de que tal autor en su nuevo título ha dado en el clavo.

Existe otra casta de escritores que prefiere colocarse a un nivel parecido al de su hipotético lector; que entiende, por tanto, que éste debe tratarse de una persona formada y con una cierta idea sobre las cosas, y al que hay que marear lo menos posible y huir de pretensiones y pedanterías como del fuego de los infiernos.

Durante un largo tiempo, además, la literatura ha buscado explicar sus historias desde el más absoluto de los silencios, quiero decir que el escritor mataba o como mínimo reprimía al hablante que era para dar entrada a un relator que sólo transmitía palabras escritas, arrebatadas al habla, salidas de la tinta y sometidas al papel.

Dadas las características del fabulador que se relaciona con su lector en tal grado de cercanía que casi se confunde con la amistad, no es raro que en él el silencio de la escritura sea sustituido por la vivacidad del habla. Que todos sus textos tomen una disposición esencialmente oral, por lo que su presencia en el momento de leer se hace tan evidente que uno tiene la sensación de que se halla en nuestra compañía. La oralidad da veracidad a las historias, al tiempo que incita a explicarlas sin prosopopeyas ni grandes alardes, y permite saber de buenas a primeras si se está o no ante un buen contador de historias, o sea alguien con quien vale la pena ir a cenar.

Pienso estas cosas después de haber leído de cabo a rabo y de un tirón, que debo confesar que se me hizo corto, la magnífica novela de Àngel Casas -que ayer se recomendaba en estas páginas para el día de Sant Jordi- Fred als peus.

Casas toma el barrio de Sants como un completo microcosmos -un espacio autosuficiente conectado bajo tierra con la gran ciudad- en el que se desarrolla la infancia y primera adolescencia del protagonista y narrador, desde un punto de vista que facilita el acceso a la aprehensión del mundo -"apprivoiser" sería el verbo que hubiera utilizado Saint Éxupery- y al mismo tiempo, en la misma mirada, dándole la vuelta desde la experiencia adulta, en un constante ejercicio irónico de la mejor calidad.

El libro brinda una memoria cálida, filtrada por una voz familiar, a la que la dureza de los días de la larga posguerra impide ser nostálgica. Vale la pena indicar que una novela de gran éxito in Italia como "Non ora, non qui", de alguien tan consagrado como Erri de Luca, proponía un juego semejante, con Nápoles como marco, o sea, con un pez que se sirve su propio aceite, pero quien se tome la molestia de comprobar los resultados decidirá, sin lugar a dudas, que los logros de Àngel Casas son infinitamente superiores.

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