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Documentació

Historias piadosas

Article publicat a “La Vanguardia” el 22/06/2002 per Anton Maria Espadaler

En la muy recomendable novela de Àngel Casas Fred als peus, la descripción del ambiente de religiosidad popular surgido después de la Guerra Civil ocupa un lugar relevante, aunque sólo sea para hacer más comprensible el abandono de toda práctica religiosa por parte de su protagonista. La religiosidad, entendida como alimento indispensable del hombre de bien recién salvados ambos del exterminio, se exponía básicamente como una forma de expiación por los tormentos a los que había sido sometida en periodo republicano.

Era necesario, pues, extender un palpable sentimiento de culpa entre la infancia para crear un vínculo profundo, que empezaba por una dependencia psicológica rotunda con quienes administraban el perdón. Se comprende así que la sospecha de pecado creciera sin parar, mientras disminuía por todas partes la confianza en la bondad del género humano. El catolicismo de la aquella época fue, no cabe duda, fuertemente antirrousseauniano.

Esa disposición del ánimo en los niños se creaba de muchas maneras, y entre ellas una de las más eficaces consistía en explicar cuentos piadosos. El recurso quizá sea uno de los más antiguos y no sólo en el cristianismo. De los cuentos que recuerda Casas en su libro hay uno que me ha sorprendido porque no es otra cosa que el traslado a un ámbito urbano, burgués, de una creencia popular, cuyo origen se pierde en la memoria común europea. La historia cuenta que a un niño le regalaron una corbata blanca el día de la primera comunión. Pero el niño no acababa de portarse bien y además sucumbía a las tentaciones del demonio con gran facilidad.

Un día a instancias del maligno le pegó fuego a la escuela y le preguntaron si había sido él. Y él dijo que no y al poco se formó en la corbata blanca una gran mancha negra. Su madre comprendió enseguida por qué y le impuso un severo castigo. El niño deseó entonces que su madre se partiera la crisma bajando las escaleras y le salió otra mancha negra en la corbata, y así, sumando actos deshonestos a deseos impuros, has-ta perder toda la blancura.

Cuesta poco reconocer en esta sencilla relación, que sin embargo debía resultar pavorosa a la imaginación infantil, la vieja creencia que asegura que a quien miente o a quien peca o a quien ansía los bienes del prójimo le salen en las uñas unas manchitas no de color negro, que es el color del pecado, sino de color blanco.

Esta creencia y su reflejo en distintas lenguas han sido estudiados recientemente por el ilustre filólogo Joan Veny, que suele frecuentar estas páginas dejando siempre una muestra amenísima de sus grandes saberes. Según anota el profesor Veny en su trabajo, se trata de una decoloración parcial, de carácter estriado o punteado, a la que los médicos llaman técnicamente leuconiquia. Del griego "leucos" (blanco) y "onyx" (uña). Pero en Cataluña, el Rosellón y Mallorca cada una de esas manchas recibe el nombre de "mentida", mientras que en castellano se denomina "albugo", palabra que se construye sobre "albus" (blanco).

En Italia tiene el mismo significado que aquí, aunque lo limitan prudentemente a la más tierna infancia, y entre ingleses y franceses, por el contrario, estos puntitos blancos se llenan de ideas positivas y se relacionan con la fortuna en el amor o con sorpresas agradables en la vida y en el juego, lo que confirma la procedencia latina y obviamente clerical de la versión narrada por Casas.

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