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Maestros de la España negra
Francisco, Paco, González Ledesma (Barcelona, 1927) y Alicia Giménez Bartlett (Almansa, Albacete, 1951) se conocen desde hace mucho tiempo y ambos leen con fruición los libros del otro. No hay que morir dos veces, de González Ledesma, es el número diez de su serie dedicada al inspector Ricardo Méndez. El silencio de los claustros, de Giménez Bartlett, es la octava protagonizada por la inspectora Petra Delicado. Las dos son novelas potentes. En No hay que morir dos veces, cuatro historias tremendas -una novia mata a su novio el día de la boda, una niña Down es explotada sexualmente, un hombre que acaba de salir de la cárcel es contratado como sicario y un empresario acosador de empleadas- convergen en un atentado en el puerto de Barcelona. En El silencio de los claustros, la inspectora se enfrenta a un caso complejo: un fraile de Poblet es asesinado en un convento de monjas de Barcelona y, por si fuera poco, desaparece una momia medieval, cuyas extremidades aparecen en lugares donde había iglesias o conventos quemados durante la Semana Trágica de 2009.
Ambos escritores han elegido el género negro para contar su tiempo y su ciudad. Los dos están convencidos de que triunfan más en el extranjero que en España. González Ledesma ha ganado, entre otros muchos premios, el Mystère y frecuenta la Série Noire de Gallimard. Bartlett ha obtenido el Raymond Chandler. Sus libros se venden como rosquillas en Italia y tanto es así que su nueva novela se ha publicado simultáneamente en castellano, catalán e italiano. Los dos son amigos y colegas, discrepan a menudo y disfrutan de ello.
ALICIA GIMÉNEZ BARTLETT. Paco, ¿Qué opinas de Petra Delicado?
FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA. Es una mujer y eso ya me merece un interés subterráneo. Es interesante, complicada...
A. G. B. Eso de interés subterráneo a mí me da un poco que pensar.
F. G. L. Es una mujer que ha tenido tres matrimonios, lo que me hace suponer que tiene un pasado sentimental tortuoso y rico. La imagino bastante sexy. No deja de ser una funcionaria y a mí los funcionarios me joroban un poco. No tengo sueños secretos con Petra, pero es una mujer a la que sí me gustaría conocer.
A. G. B. Me encanta lo que dices. ¡Eres el maestro!
F. G. L. De acuerdo, pero a ti ¿qué te parece Méndez?
A. G. B. Le veo como una ilustración buenísima de lo que es un tiempo y una ciudad. Yo llevo 30 años en Barcelona y he aprendido muchísimo de esta ciudad gracias a Méndez. La conoce palmo a palmo.
F. G. L. La ciudad que era.
A. G. B. La que era y la que es. Por comparación y por contraste. Méndez es un superviviente, un hombre generacional, y eso ilustra la actualidad de una manera asombrosa.
PREGUNTA. Señora Giménez Bartlett, ¿cómo valora la obra de González Ledesma?, y señor González Ledesma, ¿qué opina de las novelas de Petra Delicado?
A. G. B. Aprecio toda su obra y lo que más me llama la atención es el sentido testimonio de una Barcelona y un tiempo. Me gusta esa nostalgia, que lo emparenta con los clásicos del pasado, su romanticismo.
F. G. L. Conozco la obra de Alicia desde el principio y valoro tres cosas fundamentales. Petra es una fuente de pensamientos sobre la ciudad, la moral, sobre cualquier cosa. Logra explicarnos la vida diaria como si estuviera pasando ante nuestros ojos. Y lo hace con una aparente tranquilidad, que es muy trabajada. La admiro porque pocos novelistas lo saben hacer. Yo no he tenido nunca esta habilidad, mis novelas son siempre un poco apresuradas.
P. ¿Cómo surgieron los personajes?
F. G. L. Méndez aparece como personaje secundario en la novela Expediente Barcelona. Ya es un policía viejo que vigila las calles más marginales del antiguo Barrio Chino, ahora el Raval. La calle de las Tàpies era un prostíbulo al aire libre. Uno de sus trabajos era vigilar los cines de mala muerte, en los que las pajilleras eran una institución muy acreditada.
A. G. B. Petra surgió después de un libro muy docto que escribí, Una habitación ajena, sobre la cocinera de Virginia Woolf, al que nadie hizo ni puñetero caso. Me dieron una beca en Estados Unidos y estuve seis meses viendo los archivos de los diarios que no se habían publicado de Woolf. Acabé un poco cansada y quise hacer algo más narrativo, más divertido, más frívolo. Había leído novelas negras modernas y pensé que no había que ser un experto para escribirlas, porque tocan temas muy sociales, entran en la psicología de los personajes. Así nació. Quería un personaje que fuera mujer y que tuviera protagonismo. Porque la mujer en la novela negra o es la víctima, que aparece muerta en la primera página, o es la ayudante de alguien.
P. ¿Por qué eligieron el género negro?
F. G. L. Cuando quise ser escritor no se me ocurrió ser negro. Quería hablar de mi ciudad, de la guerra, de la posguerra, de la represión franquista. Así nacieron Sombra vieja, en 1948, y Los Napoleones, en 1964. Las dos fueron prohibidas. En la Transición, comprendí que la novela negra me ofrecía unos instrumentos para investigar lo que estaba sucediendo.
A. G. B. Me interesó porque la literatura sin etiquetas está perdiendo el lado testimonial. Todos los escritores estamos en nuestros propios mundos. Hacer testimonio en una novela de literatura se considera costumbrismo garbancero, pero en novela negra está permitido. De repente puedes sacar a una señora que hace unas albóndigas en un bar de barrio. Canónicamente está permitido. Eso es lo que me gustó.
F. G. L. Yo añadiría que permite adentrarte más en la realidad que otro tipo literatura. Por ejemplo, la descripción de un bar y de una señora que está haciendo albóndigas en una novela convencional sería una vulgaridad, en una novela negra a lo mejor es una pista y es un ambiente. La gente dentro de 50 años sabrá que de verdad este bar ha existido y que la gente vivía en él de esa manera.
A. G. B. Conmigo, Paco, lo tienen fatal, porque me los invento. No conozco Barcelona tan bien como tú y me he inventado bares a punta pala.
F. G. L. Todos tenemos una parte de invención, pero evidentemente está inspirada en la realidad. Méndez tiene una Barcelona propia, la del Raval. Su vieja comisaría estaba en la calle Nueva, la del puterío, la del empleadillo que el sábado por la tarde iba a meter un polvo, todos se conocían. Además, las prostitutas no estaban explotadas, tenían incluso vacaciones.
A. G. B. Es difícil de creer.
F. G. L. Yo soy partidario de que se regule porque es un trabajo como cualquier otro y necesita una protección.
A. G. B. Yo eso no lo tengo tan claro.
F. G. L. Lo que me aterroriza es que las prostitutas estén en manos de mafias. La calle Nueva era el mundo del hampa y del juego clandestino tolerado, porque los jugadores sobornaban a los polis. Todos se conocían.
A. G. B. Desconozco el mundo del delito. La sociología que puede haber en los libros de Petra Delicado es sobre la gente de la calle, sobre lo que está sucediendo no sólo en Barcelona sino también en España. A mí que, como Paco, quizá tenemos más éxito fuera de España que dentro, lo primero que me pregunta la gente cuando voy a encuentros con lectores es si es verdad que la mujer en España ha alcanzado más libertad.
P. Petra estalla ante el secretismo y cerrazón de la Iglesia. "Este tipo de cosas sólo ocurre en España, un país de pandereta, de toros embolados, de reliquias exhibidas ante los turistas, del brazo incorrupto de Santa Teresa". ¿Cree de verdad que sigue siendo así?
A. G. B. Hay una parte que es así y no hay manera de salir de eso. Parece terrorífico. Me da muchísima pena. He estado en la Feria de Córdoba y me ha chocado estar tomando un aperitivo y ver allí colgada una cabeza de toro. Me revuelve las tripas.
F. G. L. Hay una parte de España de la que me siento avergonzado, no sólo la de los festivales levantinos, sino de los toros alanceados de Castilla. Ésta no es mi patria. Jamás he ido a los toros. Méndez tiene un sentimiento de piedad hacia los animales.
P. ¿Cuál es la Barcelona de sus novelas?
F. G. L. Barcelona ha perdido su dimensión, pero mi Barcelona literaria, la de los pequeños sueños que yo había conocido, es muy limitada: el Raval, La Rambla, el Paralelo, el Ensanche hasta la Pedrera, porque más arriba no subía, en cierto modo era una Barcelona entrañable. Ahora mismo el Raval está desconocido. Méndez sale un día de la comisaría y se pierde. Esto significa hasta qué punto ese viejo mundo ha cambiado. Las viejas casas de putas también desaparecerán porque son viviendas sórdidas. El saneamiento arquitectónico del Raval no ha ido acompañado de un saneamiento moral. Es decir, se cometen más delitos ahora que antes. Hay más mobbing inmobiliario, es decir, más sufrimiento. Hay menos vida ciudadana, en el sentido de que casi todos los habitantes son inmigrantes. El paisaje humano ha cambiado. El inmigrante tiene perfecto derecho a estar en el Raval, pero es innegable que ya no es lo mismo. Antes, en mi calle, Tapioles, había muchísimas mujeres que se ganaban la vida prostituyéndose, fuera porque tenían el marido en la cárcel o porque no ganaban bastante y eran mujeres que tenían su vida, su matrimonio, sus hijos. Iban a hacer unas chapas y cobraban.
A. G. B. Pero eso es una putada. Me quedo con lo actual cien mil veces más. La identidad basada en lo cutre no lleva a ninguna parte.
F. G. L. Pero tú no crees que es mejor esto a que a una mujer que esté en una esquina le exijan un rendimiento y luego le den una paliza.
A. G. B. Yo creo que lo mejor es que no haya mujeres prostituidas.
F. G. L. De acuerdo, pero si las hay, y creo que es inevitable, al menos que estén consideradas como trabajadoras.
A. G. B. No. Supongo que hay una preocupación necesaria por el esponjamiento de los barrios extremos. Las ciudades son el cambio y hay que estar pendientes de lo que sucede en una ciudad.
F. G. L. Sí, con eso estoy de acuerdo.
A. G. B. Cuanto más cambie la ciudad, mejor. Para mí, Barcelona es una ciudad muy clasista, donde es difícil entrar, casi está organizada geográficamente por clases, desde el mar a la montaña, lo cual tiene cojones. Es muy esnob, profundamente esnob, esnobismo que comparto. Luego es una ciudad donde se puede vivir sin que nadie te juzgue y eso es maravilloso.
P.
El silencio de los claustros y No hay que morir dos veces son novelas muy diferentes, pero tienen una cosa en común: una galería muy rica de personajes secundarios. Desde la madre superiora, el bombón de la novela de Alicia.
A. G. B. Es verdad. A la gente le ha gustado mucho este personaje.
P. Sobre todo por cómo acaba. Pero no lo vamos a contar.
A. G. B. No lo vamos a contar, sobre todo porque había cierta oposición incluso del editor.
P. ¿Sí?
A. G. B. Al final todos somos un poco biempensantes, aunque parezca lo contrario.
P. El caso de González Ledesma es tremendo. La novia que mata al novio el día de la boda, la niña Down explotada sexualmente, el tipo que ha cumplido condena por haber degollado al violador de su esposa...
F. G. L. Todo esto es más real de lo que parece, excepto el crimen de los novios. La dama que tiene a la niña Down es real. En las fiestas de puesta de largo en el Liceo de las niñas de la buena sociedad durante el franquismo siempre había una señora que organizaba todo. Había dos clases: las niñas que se ponían de largo para casarse y las niñas que se ponían de largo para entrar en el escaparate, y éstas buscaban a un protector. La prostitución de altura empezaba en el Liceo. Pues una mujer como ésa es la que explota a la niña.
P. Muchos lectores de Méndez se preguntan si el policía es impotente.
F. G. L. Méndez tiene fascinación por las mujeres que cometen pecados al salir de misa, pero por razones de edad es impotente. Una vez, en una novela, Las calles de nuestros padres, metió un polvo en el lavabo de un avión, pero se dio cuenta de que algo iba mal, porque dijo: "La próxima necesitaré no un vuelo Barcelona-Madrid sino un Barcelona-Nueva Delhi".
P. Casi hasta el final de
El silencio de los claustros, los lectores se preguntan qué hay entre la hermana Domitila y la novicia Pilar.
A. G. B. Si lo cuento desvelo la novela. El único que se atreve a decirlo es un niño. A menudo creemos que conocemos los secretos y que los niños no se enteran de nada y estamos en una época en que los niños saben bastante. Creo que la manera de envejecer es no darse cuenta de lo que pasa, no mirar alrededor. Los niños son los indicadores.
P. Señor González Ledesma, cree usted posible un atentado terrorista en el puerto de Barcelona.
F. G. L. Tenemos un precedente, que fue el atentado de Madrid. Continuamente hay redadas islamistas en Barcelona. En la novela, tengo la delicadeza de no atribuirlo a terroristas islámicos en exclusiva, porque el que lo hace no es un islámico y tampoco creo que todos los árabes sean terroristas. Pero el peligro existe, claro que sí. Como escribí en un artículo, hemos vuelto al siglo XII, el siglo de las cruzadas. Hay dos religiones enemigas que están en guerra.
A. G. B. No. En esto sigo siendo marxista. No hay guerras de religión, sino desigualdades sociales.
F. G. L. Sí pero el islamismo como doctrina religiosa es temible.
A. G. B. Pero es que no tienen nada más que los aglutine.
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