Documentació
Cruzando la línea de fuego
Fui uno de los primeros en reseñar la novela Mentira, de Enrique de Hériz (Barcelona, 1964). Mis comentarios negativos contrastaban con los elogios unánimes del resto de la crítica y la buena acogida de los lectores. Volví a la novela, temeroso de haber pecado de torpe o de arrogante. Me siguió pareciendo una història inverosímil y sin verdadera densidad literaria. Si embargo, tendría que haber detecado y señalado la presencia de un narrador genuino, con conocimiento de las estrategias de la novela, con capacidad para crear tensiones y dibujar personajes singulares. Es decir, algunas de la cualidades que Hériz desarrolla ahora con creces en Manual de la oscuridad. Confieso mi escasa pasión por la magia, que ya de perqueño me aburría tanto como los payasos, aunque sí me parece fascinante el mundo de los magos y la literatura que sobre ellos se ha creado. Si Manual de la oscuridad es un homenaje y una reivindicación de un arte hoy minoritario y en decadencia, es muchísismas cosas más y, misteriosamente, algunas cosas menos.
El presente de la novela está, cronológicamente, poco precisado. Los desplazamientos del pasado al presente y viceversa contribyen todavía más al desconcierto, compensado por una clara división de la novela en dos partes: la primera centrada en la historia de la magia y la segunda, ya en el presente, en la ceguera del protagonista, el prodigioso mago barcelonés Víctor Losa. El tema invitaba a crear una nueva novela de ambientación barcelonesa —pasaporte para el éxito al que también recurre el oportunismo comercial de Woody Allen y su Vicky, Cristina, Barcelona—, pero el escenario barcelonés es mínimo. Nos movemos casi exclusivamente por algunas calles de Gràcia, nunca descritas, o por la Ciutadella, del mismo modo que en Londres a penas salimos de Piccadilly. Hériz menciona la calle del Oli sin decirnos que allí hay un perqueño museo en el que se imparten cursos de magia o que El Rey de la Magia de la calle Princesa, fundado en 1881, fué rescatado por su actual propietario, el mago Josep Maria Martínez, gracias en parte a la intervención de Joan Brossa.
Estas ausencias reflejan la decisión del novelista de salirse de los caminos trillados, evitando la simple documentación. Del mismo modo que la magia juega con las apariencias, la ceguera nos transporta a un mundo interior en el que las cosas adquieren otra dimensión. El prestigioso mago Víctor Losa entra en escena para realizar un número en homenaje a su maestro Mario Galván. Un extraño efecto visual es presagio de lo que muy pronto se confirmará como una ceguera. A partir de ese momento su mundo se escinde entre el poderoso pasado, el angustiosos presente y el precario futuro. El pasado se impone en varios sentidos: por un lado, Losa necesita aferrarse a todas las imágenes que han llenado su vida para conservarlas en el presente y se le presenta como una obsesión la misteriosa muerte de su padre cundo él era un niño; por otro, nos remontamos a los momentos de esplendor de la magia, a finales del siglo XIX.
Se multiplican pues los distintos niveles de narración. La historia de la magia gira en torno a Peter Grouse, prsonaje cuya verdadera identidad no puedo revelar aquí. Grouse, reconocido en el Londres de 1880, acabará por convertirse en un prestigioso y singular mago. En torno a él se reconstruye toda una época, con figuras como Houdini, Hoffmann, Maskelyne, Harry Kellar o Pepper y Dicks. Unos maestros que le llegarán a través del aprendizaje con su instructor Galván. A ello hay que añadir algunos objetos mágicos famosos, como el armario de Proteo o el autómata Pasycho, y la polémica entre espiritistas y científicos.
Inesperado final
Al pasado familiar de Víctor pertenece la muerte de su padre, Martín Losa, envenenado por la nicotina líquida que usaba para su hormiguero artificial. Nos iniciamos así en el aprendizaje de la mirmecología o estudio de la evolución y comportamiento de las hormigas. A nivel personal, el pasado hace más que señalar el fracaso del presente y la voluntad para construirse un futuro. En este presente y en la construcción de un futuro está Alicia, técnica de rehabilitación de la ONCE, que enseñará a Víctor todas las estrategias para moverse en el mundo de los videntes. El lector se encuentra pues con otro manual de instrucciones, ahora no sobre magia u hormigas sinó sobre el no menos misterioso mundo de la ceguera. Se insinúa asimismo un posible idilio entre Víctor y Alicia. Pero entra en escena otro mujer, la rumana Irina, una prostituta idealizada o purificada, y su hijo Darius. El idilio parece también inevitable.
A estas tensiones argumentales, que se suman a las peripecias de Peter Grouse y a la misteriosa y dramáticamente de Martín Losa, hay que añadir la posibilidad de que Víctor regrese al mundo de la magia, algo que ocurrirá para dar a la novela un inesperado final, el último de un mago. Se entretejen además una serie de motivos recurrentes —la diferencia, aplicable a la magia, entre ser un pianista y un mecanógrafo; la canción de If de Louis Amstrong o la película Tener o no tener, la posibilidad de cruzar la línea de fuego y tantos otros— que subrayan los centros narrativos.
Algunas imperfecciones, como los símiles inoportunos o alguna escena farragosa, no empañan los muchos aciertos de la novela, manual de instrucciones que no cae en lo didáctico, con aventuras que incorporan hábilmente el trabajo de documentación, la creación de ambientes sin necesidad de acudir a la descripción o la expresión de los sentimientos sin caer en sentimentalismos.
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