Documentació
Ferran Canyameres: Vitalista 'lletraferit'
Las historias de la literatura suelen prestar atención a autores de obras incontestables. Pero hay también otros nombres que, sin ser tan extraordinarios, nutren las letras y la cultura de un país. Ferran Canyameres (Terrassa, 1898 - Barcelona, 1964), poeta, novelista, editor, traductor y promotor cultural, es uno de estos olvidados que dedicaron vida y obra a las letras
Vista desde lejos, la literatura catalana del siglo XX presenta algunos faros indiscutibles. Sobre todo, en poesía: Carner, Riba, Foix, Espriu, Ferrater o Vinyoli forman un equipo excelente. En novela o prosa, quizás ya no está tan claro. Pero hoy, Pla, Sagarra, Rodoreda, Villalonga, Sales, Calders, por ejemplo, configuran una selección de primera. El distant reading también puede ser un buen método de análisis.
¿Qué sucede si desplazamos la mirada de lo extraordinario, de los casos excepcionales, a lo cotidiano, a lo más común? ¿Qué literatura encontraremos en la gran masa de los hechos? Está claro que una literatura no se comprende sólo por sus casos aislados, sino por un sistema colectivo, por un todo entrelazado. Un análisis más distanciado puede ser capaz de poner al descubierto aspectos hasta ahora devaluados en la historiografía literaria. Esto es lo que propone el profesor Franco Moretti en un ensayo estimulante, traducido al castellano, 'La literatura vista desde lejos' (Marbot Ediciones, 2007). 

El profesor de la Universidad de Stanford, autor del celebrado Atlas de la novela europea (1997), parte de la idea de que la actividad crítica acaba analizando una fracción mínima del campo literario. Pensemos en el siglo XIX inglés. El canon se ha levantado a partir de casi doscientas novelas, lo que es muchísimo. Sin embargo, esta cifra representaría un exiguo uno por ciento de las novelas efectivamente publicadas. Pensemos en la novela de formación o de aprendizaje tal como la tenemos balizada, formalizada, topicalizada. ¿Cuántas desaparecieron y se olvidaron para dar lugar a lo que hoy fácilmente identificamos, de Goethe a Joyce, de Mann a Salinger? 

Para cualquier literatura, son imprescindibles los editores y los traductores, los críticos, los correctores, los libreros, los impulsores y gestores de toda clase de iniciativas que pongan en contacto a autores, establezcan diálogos entre literaturas o alcen puentes de encuentro a culturas enteras. El 'passeur culturel' es un viejo conocido de la literatura comparada. Es el encargado de pilotar barcos para atravesar anchos ríos, es un guía, un acompañante, alegórica metáfora de aquellos actores culturales, a menudo discretos, que trabajan a fondo el tejido social de toda literatura. 

El escritor catalán Ferran Canyameres (Terrassa 1898-Barcelona 1964) sería uno de esos ejemplos. Poeta, novelista, memorialista, editor, traductor, activista político y promotor de incontables empresas culturales, Canyameres es un verdadero vitalista lletraferit según la expresión de Albert Manent. Pasó toda su vida creyendo apasionadamente en los valores espirituales de la literatura y de las artes plásticas, convertido en un entusiasta passeur cultural entre Catalunya y Francia, como ha recordado Eliseu Trenc. Impulsó y colaboró en todo tipo de revistas con los más dispares pesudónimos, tradujo a Paul Claudel al catalán, escribió en francés L'homme de la belle époque (biografía del fundador del Moulin Rouge, Josep Oller), creó en el exilio la Editorial Albor, cuyos libros ilustraron sus amigos Picasso, Clavé, Rebull o Grau Sala. 

Su impresionante 'Diari íntim', publicado en 1972, es uno de los mejores dietarios escritos en catalán y un extraordinario testimonio sobre la vida cotidiana de los exiliados catalanes en la Francia ocupada. En el imaginario lector, sin embargo, quizás el nombre de Ferran Canyameres resuena todavía con fuerza por El gran sapastre, publicado póstumamente en 1977, uno de los libros más divertidos de la literatura catalana. Es una verdadera rareza por su género, una feroz etopeya, un panfleto contra el escritor Joan Puig i Ferrater, quien fue su gran amigo y, después, su gran enemigo. El colérico Puig i Ferrater (denominado graciosamente Puig i fer-à-repasser porque, según parece, pegó a su amante parisiense con una plancha ardiendo) protagoniza un relato en el que los picantes affaires de faldas y las apariciones y desapariciones del dinero de la Generalitat republicana conviven en un París de una increíble vida nocturna, un mundo de chambres de bonne y groks, ostras, champán y prostitutas, uniformes nazis y sucesivas derrotas catalanas. 

En palabras de su íntimo amigo Sebastià Gasch, Ferran Canyameres fue un personaje pintoresco, verdaderamente simenoniano. En su libro París, 1940, Sebastià Gasch dedica todo un capítulo a Canyameres, identificándolo con el nombre de Ferran Madriguera. Lo describe como un hombre inteligente, cultivado, que destacaba por su ingenio, por su generosidad, su capacidad ilimitada por ayudar a sus amigos y su hambre bovina. A principios de los años cuarenta, descubrió al melancólico Simenon, subyugado por el novelista de la huida y del vértigo, de las escapadas y los trenes, y sus docenas de pequeñas historias, aparentemente banales, de personajes minúsculos. Canyameres llegó a publicar, en su propia editorial, 112 títulos de Simenon pero, desgraciadamente, acabó arruinado, un hecho absolutamente insólito entre los editores mundiales del creador de Maigret. 

En los estrechos círculos del exilio catalán en París, la amistad de Canyameres con el novelista belga despertó todo tipo de rumores y de interpretaciones. Rafel Tasis, por ejemplo, explica que Simenon y Canyameres se conocieron durante un bombardeo alemán en París mientras se fumaban sus respectivas y amadas pipas. Naturalmente, las cosas no podían haber ido así. Canyameres detalla en su dietario cómo, en 1942, después de leer la novela que Simenon situaba en Barcelona, Les trois crimes de mes amis, decidió escribirle. Este respondió y le invitó a su casa cerca de La Rochelle. Simpatizaron en seguida y se intercambiaron centenares de cartas. "Mon cher Canameras…", escribía siempre Simenon, quien vio en la estatura de Canyameres, sus cien kilos, su pipa, su aire campechano y sus súbitas exaltaciones, el retrato de su Maigret. 

Canyameres se convirtió en el traductor y editor de Simenon al castellano (al catalán, no pudo ser) pero las circunstancias no se lo pusieron nada fácil. Inculpado por el franquismo, desde la Francia ocupada, sin ser tampoco editor, las posibilidades de crear una editorial popular desde Barcelona eran casi nulas. Cuando pudo empezar, en 1948, asociado con Aymá, tuvo que afrontar la censura y un cierto desinterés del público español. 

Murió enfermo y solitario, después de pasar temporadas en la cárcel Modelo acusado de haber ayudado al dirigente comunista Joan Comorera. Cuando Georges Simenon visitó Barcelona en 1964 para saludar las traducciones catalanas de sus obras de la colección La Cua de Palla, Canyameres ya había caído en el triste olvido, como un personaje desplazado del admirado creador de Maigret.
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