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Documentació

Viaje alrededor de Juan Marsé

Article publicat al diari "ABC"el 25/04/09 per Jesús Marchamalo

Tal vez enfermizo no sea exactamente la palabra, pero cuentan quienes le conocen que su mesa de trabajo guarda un orden como mínimo estricto, escrupuloso: media docena de botes con bolígrafos, lápices, abrecartas, agendas, una bandeja metálica con rotuladores, una goma de borrar? Le gusta dibujar, y en muchos de sus manuscritos aparecen pequeños apuntes, bocetos, figuras y objetos.

Alrededor, libros, vídeos con sus películas favoritas, fotos y postales con parte de su mitología personal: Albert Camus, esa fotografía en la que está con un gauloise en los labios, el cuello del abrigo subido; Robert Louis Stevenson, a quien rodean multitud de ediciones de La isla del tesoro colocadas en vertical en los estantes; y también Ava Gard-ner y la Dietrich.

Folios usados. Se levanta temprano, desayuna y trabaja ahí hasta la una y media de la tarde, hora en que se va a la piscina. Escribe a mano, siempre, con letra menuda, pulcra, cuidada, en folios usados por la otra cara que corrige una y otra vez. Así, en sus originales hay siempre tachones; palabras y frases completas eliminadas, añadidos, y un sinfín de signos de significado impreciso: asteriscos, flechas, rayas, corchetes?

Uno de sus primeros cuentos se titula «La mayor parte del día». En él describe un taller de joyería a la hora de comer; la mayoría de los empleados se han ido a sus casas, pero hay dos que se quedan a trabajar en el taller semivacío, del que hace una descripción detallada: habla de los olores a gas y bórax disuelto en agua, repara en el brillo del bisel de las medallas recién pulidas, y en el gesto decidido con el que uno de ellos anota las que han hecho, tras mojar el lápiz en la lengua.

«El párrafo de ese cuento da una idea muy precisa del escritor que llegaría a ser Marsé -afirma Ana Rodríguez Fischer, editora de Ronda Marsé (Candaya)-. Él trabajó durante muchos años en un taller de joyería, puliendo medallas religiosas. Y es fácil imaginarlo ahora sentado en su mesa, trabajando el texto de forma minuciosa, con esa exactitud de lo visual, la microscopia de la mirada, una literatura de destellos, de luces, de relieves, muy cercana al trabajo artesanal.»

La escuela de Barcelona. Él mismo se ha referido en alguna ocasión a esa relación impensada entre su manera de trabajar y la artesanía. De hecho, Juan Marsé se resiste todavía a escribir en ordenador hasta que el texto no está lo suficientemente avanzado. Mientras, escribe con una lentitud extrema, y corrige una y otra vez. Cuando encuentra una frase que chirría, la desmonta, la pule, casi en el sentido literal de la palabra, y la vuelve a colocar en su sitio.

Durante años fue el escritor obrero, uno de los Juanitos -el otro era García Hortelano-, que se movían en la órbita de lo que se llamó «La Escuela de Barcelona», fruto de un encuentro que resultaría providencial con Carlos Barral. Había presentado su novela Encerrados con un solo juguete al Premio Biblioteca Breve y se acercó un día a la editorial por la que andaban, entre otros, Joan Petit, Jaime Gil de Biedma, de quien acabaría siendo muy amigo, y Jaime Salinas.

«La primera vez que lo vi fue en el despacho de Barral -recuerda este último-. La novela que había enviado al premio había gustado mucho, y en esos casos Carlos se interesaba por conocer al autor. Y allí estaba, un tipo muy agradable, más bien tímido, que provenía de una familia modesta; él era consciente de eso, y nosotros de lo contrario. Me refiero a que era un chico que entonces trabajaba como joyero, lo que nos impresionó bastante a todos.»

El joven Marsé entró por la puerta grande en aquel selecto grupo que frecuentaba el Boliche, Bocaccio, y las tertulias a las que acudían los Goytisolo, Gabriel Ferrater y Gil de Biedma. «Fue muy amigo nuestro, y en especial de Jaime -añade Salinas-. Hubo una época en que leía sus manuscritos, opinaba sobre ellos, le hacía sugerencias. Tuvimos, entonces, una amistad muy estrecha.»

El nombre del pijoaparte. En 1961 se fue a París. Allí trabajó como mozo de laboratorio en el Instituto Pasteur, y de allí se trajo el nombre de Pijoaparte, regalo de su amigo Antonio Pérez, y el runrún, en la cabeza, de Últimas tardes con Teresa, que ganó el Biblioteca Breve en 1965. Un título que será uno de los referentes literarios de su generación, y que ha vuelto a reeditarse en la «Biblioteca Juan Marsé», de la que Lumen ha publicado ya los primeros seis títulos.

«El mundo de Juan Marsé es el mundo de la memoria -dice Andrés Jauma, editor de Lumen-. Un mundo que tiene que ver con la Barcelona de la posguerra -Gracia, el Carmelo-, un territorio convertido en espacio mítico que tiene tanto de ficticio como cualquier otro. Una geografía de derrotados, perdedores, y también de nostalgia, de sentimiento de pérdida, y de deseo de evasión a través del mito, la literatura y el cine.»

El resto pertenece al territorio de la leyenda que cada escritor debe tener obligatoriamente. Sus problemas, durante años, con la censura -de Si te dicen que caí, un censor dijo que si se quitaban los maricones y las prostitutas, todavía seguiría siendo una mierda-; la cazadora con la que acudió a recibir el Premio Planeta de manos de Josep Tarradellas en 1978; su estampida del jurado que dio ese mismo premio en 2005. Detalles biográficos que, al fin y al cabo, no dejan de ser testimonios de su compromiso radical con la literatura.

Y ahí está. Escribiendo cada mañana hasta la una y media, en que se va a la piscina; corrigiendo mucho, y ahora liberado ya del trago de haber tenido que ponerse de gala para la ceremonia del Cervantes, él que, al fin y al cabo, siempre ha sido un artesano.

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