Documentació
La Barcelona de la gente guapa
Del antropólogo Manuel Delgado a José Luis Guerin, desde los Còmplices de ciutat de Robert Saladrigas al último Monzó, y de Ulisses a alta mar de Porcel a la novela de David Castillo que se reseña en estas mismas páginas, los intelectuales han expresado un difuso malestar por la transformación que ha sufrido en los últimos años la ciudad de Barcelona. ¿Y no habrá una cohorte de poetas y novelistas que hablen bien de la reforma del Raval y de la Vila Olímpica?, se preguntarán, junto a muchos lectores, los responsables del urbanismo municipal. Los hay. Marta Pesarrodona, con L'amor a Barcelona -que incluye un poema dedicado a las rondas-, Joan Margarit con Estació de França, Lluís Permanyer con Un amor a l'ombra de la pedra blava, ofrecen otra visión de la ciudad lejos de la crítica implacable de los "malcontents". Una ciudad que ha cambiado, con sacrificio, pero no siempre para mal, que se ha reformado y se ha hecho cosmopolita sin renunciar al espíritu del 75. En esta línea, Les seduccions de Júlia de Màrius Carol será a partir de ahora un referente.
Tras los Juegos Olímpicos
En 1976 Júlia se enamoró de un rico americano y abandonó la ciudad. Vuelve a casa después de los Juegos Olímpicos y, de entrada, tiene la misma sensación que tenemos todos: Barcelona está ahora más ordenada, pero algo se ha perdido. Un día, mientras almuerza en el Agut d'Avinyó, conoce a un arquitecto del estudio Correa-Milà, un guaperas dispuesto a hacer de cicerone. Le enseña el Raval, le presenta a un artista ecuatoriano que vive en la calle Escudellers, cenan en Casa Leopoldo. La novela transita por espacios protegidos. La coctelería Boadas, el Dry Martini, el Senyor Parellada, la Tortillería Flash-Flash... Estos lugares no son una excepción ni una reserva: representan que la esencia de la ciudad se mantiene viva. Júlia, Xavier, Santi, Malena, van de bares y restaurantes rebobinando su vida, pasean, hablan con la gente. La imagen inicial se desvanece y surge entonces una ciudad en la que los "vianants semblaven més ben plantats, amb més confiança que els que havia deixat en la seva memòria", una ciudad "que de nit es vesteix amb talons d'agulla".
La cita de Héraclito que abre el libro lo advierte en seguida: las cosas cambian, la distancia es el olvido. Barcelona se parece cada vez más a las grandes capitales del mundo, a Nueva York (en los años cincuenta, Jules Romains decía que bastaba multiplicar Barcelona por diez para obtener Nueva York: "Avui, hauria de multiplicar per menys"). Felices en los bares y en el ajetreo de sus calles, Júlia y sus amigos renacen a la sensualidad, enfundados en zapatos de Manolo Blahnik, con corbatas de Armani, impregnados de fragancias de Calvin Klein, leyendo "Vanity Fair" y el "Más que discutible" de Òscar Tusquets. Gente fascinante en una ciudad seductora, librándose a la pasión y al multiorgasmo. Sobre este fondo de teleserie o de best-séller internacional, Carol ha construido una intriga que actualiza algunos de los referentes de su generación: los cócteles, la novela negra, el espionaje internacional.
La novela se lee bien. Màrius Carol utiliza un tono didáctico, a medida del lector medio, con constantes anécdotas y guiños (el mural con Marsé, Sagarra, Vázquez Montalbán, Maruja Torres, cenando en Casa Leopoldo, una aparición de Mariscal en el Mordisco, otra de Woody Allen y Soon Yi en un "brunch" en Madison Avenue). No es una obra maestra de la literatura, pero sí una novela entretenida que presenta la mejor cara de Barcelona. Faltaba.
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