15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Los Baldrich

Article publicat a “El País” el 27/02/09 per . J. E. Ayala-Dip

En algun medio de comunicación se hizo mención de Los Buddenbrook, de Thomas Mann, cuando al escritor catalán Use Lahoz (Barcelona, 1976) se le preguntó sobre una posible relación con su nueva novela, Los Baldrich. La mención a la gran saga alemana era obligada, aunque no sea más que porque la novela de Lahoz también es una saga, su impronta estilística es el realismo, abarca un poco más de los cuarenta años que interesan a Mann, y tres son los hermanos (también son dos chicos y una chica) sobre los que se articula el relato. La construcción de una estirpe y su gradual descomposición, los avatares singulares y los históricos en estrecha concomitancia dialéctica, la atomización psicológica y la contradicción entre proyecto moral, estético y mercantil son los conceptos angulares que soportan la estructura narrativa de Mann, y los que de alguna manera Use Lahoz observa para argumentar la estructura de su historia. Pero el público de nuestro autor no es el mismo que el de Mann. No sé si él ha considerado que su escritura ha de ser más elástica, aunque eso conlleve el riesgo de ciertas incorrecciones; y su sentido del ritmo narrativo ha de tener una velocidad que no siempre conviene al mejor y más exhaustivo conocimiento de los caracteres humanos que se manejan; ni tampoco sé si su idea de alterar las reglas de la omnisciencia narrativa (si se apela a ella como es el caso que analizamos), sin fundamentarla, cree el autor que puede aproximar el relato a un público más laxo respecto a exigencias que pueden ser apropiadas en términos técnicos pero no tanto a efectos de comunicación. Los Baldrich es una novela construida con agilidad descriptiva. El orden cronológico de la novela lo marca un nada disimulado reloj histórico, pero cumple con su propósito pedagógico, que lo tiene. Me ha gustado el tratamiento elíptico de Charo, ese secreto que arrastra y que Lahoz evitó convertir en un filón folletinesco, aunque a veces las elipsis hay que acentuarlas un poco para que el lector no olvide qué se esconde detrás de ellas o qué barruntan. No entiendo la voz en primera persona que interrumpe el relato omnisciente. Una impronta lírica que la novela no necesitaba. Y el tío catalán que emigra a Argentina y vuelve a Barcelona hablando más porteño que un porteño sin que ninguno de sus interlocutores repare en ello es inverosímil. Estos defectos hay que cuidarlos porque son los que pueden desactivar a un lector entregado a la interesante historia que se les cuenta y al tono de nomenos elegía generacional con que Lahoz ha impregnado su novela

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