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Documentació

Amores literarios

Article publicat a “El País” el 10/01/2009 per Use Lahoz

El amor y la literatura siempre han estado ligados. Incluso hubo un tiempo en que la literatura servía para ligar. Cuando tenía diecinueve años entré en la Facultad de Humanidades. Un profesor fieramente laborioso advirtió que hasta los veinticinco años íbamos a leer las mejores novelas de nuestra vida, que después ya no sería lo mismo. Ese profesor tenía cuarenta años, y se rumoreaba que salía con una alumna que tendría veinte.

Una noche los vi cenando en un restaurante del centro. Estaban al fondo de la sala, disimulados a la luz de una vela, pero demasiado cerca de la máquina de tabaco que necesitaba. Al oír las palabras Kafka y castillo, me entró miedo. Dejé el cambio tintineando entre las médulas del armatoste. La alumna todavía estiraba un sí mientras yo huía para contar el trance a los amigos.

Con menos de veinte años aún se respeta al profesor y cualquier sugerencia es una orden. Me inicié en la labor de devorar libros ajeno a épocas y movimientos. Tenía esa edad en que se termina todo lo que se empieza. ¡Me quedaban menos de seis años para leerme el mundo! En clase estudiábamos a Homero y a la salida leía a Cortázar. Antes de entrar al aula con Séneca terminaba Madame Bovary. En el recreo leía Bajo el volcán creyendo que entendía algo. Y entre clase y clase un relato de Carver, un poema de Carner, una escena de Chéjov. Todas las novias en una.

Pasó el tiempo.

Y cuando se terminaban mis veinticinco años estaba en Italia, enamorado de cuanto me rodeaba, sin leer nada, demasiado feliz. Entre delantales y mapas creí que se me había escapado el tiempo de leer y recordé a mi autor preferido: Marsé-Rodoreda. El día después de cumplir los veintiséis, empecé mi primera novela. No debí hacerlo, aún quedaban rastros de la fiesta. Una primera novela es como una primera novia, pues más que nada enseña, corrige ímpetus, guía. Se disfruta más de las siguientes. Los primeros amores están sobrevalorados.

Dicen que el amor es ficción y que no hay mejor forma de enamorarse que la literaria. Yo no sé si el amor es ficción, lo que sí sé es que la ficción es amor. Cuando un escritor se adentra en una novela penetra en una historia de amor que poco a poco va haciendo suya. Entonces estar una mañana sin los personajes es una tortura. Estar un día entero sin hacerlos hablar, sufrir o reír, es demasiado trágico. Y pasar un fin de semana en la playa con tus primos y tus padres, sin las teclas y sus cuerpos, es algo tan desgarrador como tirar un café con leche encima del ordenador portátil en el que estás escribiendo la novela y ver cómo se apaga la pantalla sin haber guardado ninguna de las doscientas cincuenta y siete páginas que llevas escritas.

Me gusta la literatura en carne viva. La que se escribe con el corazón, la cabeza, mucho café, tiempo, y también con las tripas. Como los amores, me gustan las novelas que te mantienen en vilo, que te descubren en ellas y que te hacen ser impuntual con tu chica en el restaurante donde recordar al profesor con su alumna. En definitiva, la literatura que enamora. Porque aunque sea literario ¡viva el amor! -

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