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Documentació

La decadencia de Catalunya

Article publicat a “La Vanguardia el 29/10/2008 per Julià Guillamon

Con 'Cada castell i totes les ombres', Baltasar Porcel penetra hábilmente en el tejido social de Barcelona

Los relatos contemporáneos forman una unidad en la obra de Baltasar Porcel, con un peso ya comparable al de los cuentos y novelas del mito de Andratx. En 1989 El divorcio de Berta Barca abrió el camino: una novela de actualidad, con toques costumbristas, que ofrecía un retrato de las clases dirigentes de Barcelona y su manera posmoderna de moverse en sociedad. Como otras novelas coetáneas, El divorcio de Berta Barca se publicó como folletín. Al principio, parecía un accidente. Pero en 1994 Porcel reincidió con Lola i els peixos morts y en 1997 dio a la imprenta Ulisses a alta mar,anverso y reverso. El protagonista de Lola... es un fracasado y el de Ulisses... un triunfador: los dos se parecen a Porcel, que incorpora, transfigurados, elementos de su propia biografía: su primera época en Barcelona, cuando trabajaba en Mobles Maldà, su etapa como director del Institut Català de la Mediterrània. El cor del senglar (2000) mantiene un equilibrio entre lo contemporáneo y lo retrospectivo y aborda el tema de la Guerra Civil, con una evocación del banquero Juan March.

En el 2004 Porcel publicó Olympia a mitjanit,precedente directo de la novela que hoy nos ocupa: una recreación del desbarajuste de la Mallorca actual, a partir de las figuras complementarias del fracasado que trabaja en una tienda de souvenirs y de tres tiburones de las finanzas, que encarnan diferentes opciones frente a la vida y los negocios. En este contexto, Cada castell i totes les ombres aparece como una pieza angular. Es una de las mejores novelas del ciclo, completa el sentido de la saga, y al mismo tiempo es una obra singular que pone de relieve la capacidad de Porcel de penetrar en el tejido social de Barcelona, ofrecer una imagen reveladora y un punzante diagnóstico. Los nombres de Gore Vidal, Tom Wolfe y Philip Roth surgen espontáneamente. 

El hombre rico, Ginés Jordi Martigalà, se parece mucho al protagonista de Ulisses a alta mar:maduro y cultivado, ha llegado a ser más poderoso que cualquier político. Deposita su fe en la eternidad en la pasión que siente por el arte y la belleza. El hombre pobre, Pelai Puig Alosa, es calcado a Helios de Lola i els peixos morts:ha abandonado la enseñanza y malvive de las intrigas de partido, aspira a entrar en las listas de las próximas elecciones y vive una vida contradictoria y vulgar, atascado en un progresismo casposo. Porcel alterna a los dos personajes, sobre un paisaje muy llamativo: una imaginaria Barcelona, gobernada por el sucesor de Montilla, Sebastià Ubach i Salat, un tipo con cara de perro boxer, que se propone convertir su etapa al frente de la Generalitat en el gran momento de la Catalunya social. Se prepara una gran jugada inmobiliaria: la urbanización de Collserola, entre el Tibidabo y las rondas: una operación de cientos de hectáreas y miles de millones. La empresa de Martigalà, Construcciones y Adecuaciones Hispano-Catalanas, opta a la concesión. Puig Alosa es el hombre de su partido en la barriada de Rei Conqueridor, líder obrerista de un suburbio en el que se ha llevado a cabo una primera operación de limpieza, con la construcción de un gran centro comercial y cultural. El derrumbe de varias casas en Rei Conqueridor a causa de las obras del metro que lleva a cabo el Grupo Martigalà compromete el negocio de Les Mules. 

En torno a esta trama políticourbanística, Baltasar Porcel pinta una gran panorámica urbana, con violentos contrastes y un humor incisivo, que llega hasta la grosería. La novela se inicia con un largo monólogo interior de Puig Alosa mientras recorre los túneles del metro entre la multitud informe. En correspondencia, Martigalà, cómodamente instalado en un avión de primera clase, toma pellizcos de caviar iraní con su amante, esposa de un famoso doctor de Barcelona. El millonario autocrático vive en una casa palaciega inspirada en la hacienda de los Bertran i Musitu del Putget. El funcionario errante, en un pisito, junto a la hija tetrapléjica. Mientras uno aspira a sobrevivir, el otro cree estar acariciando la eternidad (que, siguiendo a Plotino, considera como un fenómeno momentáneo, sin pasado ni futuro). 

Alrededor de estos dos personajes, el autor dispone un variado elenco de politicastros chupones e intelectuales que aspiran a repartirse las rentas del Encontre Internacional de Barcelona. Perfila con muy buen trazo el personaje del hijo Fernando, castellanizado y disperso (pero que, al final, se lía con una Gay i Ubach), y se divierte exponiendo a sus personajes a situaciones esperpénticas. Especialmente a la amazona nacionalista Mariona Caball de Sostres, que organiza una expedición feminista al Everest y se manifiesta frente a la Generalitat, a pelo, como Lady Godiva. 


Franco, López Rodó, Pujol, Botín 


La novela tiene un arrancar pausado, con una cierta sensación de cosa conocida: los diálogos artísticos, las referencias a Diógenes y los cínicos, la sexualidad embrutecida de Puig Alosa que en un viaje a Canarias se lo monta de la manera más deprimente con una prostituta, mientras su esposa le espera en el hotel. El panorama cambia radicalmente con el conflicto políticoeconómico provocado por los derrumbes y con la deriva histórica que lleva a Martigalà a hurgar en la historia de su padre y rescatar un borrador de Josep Pla (apuntes para un homenot y unas páginas de novela). Porcel se muestra de nuevo como un hábil constructor de tramas. El apócrifo de Pla introduce un elemento de intriga policial que reactiva el interés. La muerte de Manuel Martigalà, en su finca del delta del Ebro, da pie a una reflexión sobre la Guerra Civil, en la línea de El cor del senglar.Porcel se distancia del discurso progresista y catalanista, sitúa en el mismo plano a Calvo Sotelo y a Francesc Macià ( "dos enzes que creien que pensar era adoptar idees fixes i, a sobre, tenir raó") y presenta la guerra como una oportunidad única de ascenso social. Maneja muy bien los personajes de Franco y López Rodó, Jordi Pujol y Emilio Botín, los mezcla con los personajes de ficción, y aporta detalles significativos que les dan credibilidad (la concesión del butano que enriquece a Martigalà, a quien el Caudillo no quiere ver como ministro). 



Sin salvación


Lo más importante no es la mirada al pasado sino el diagnóstico del presente: el doble lenguaje del progresismo, la política convertida en un constante alboroto mediático, el catalanismo desnortado entre quijotescas aventuras transmitidas en directo por TV3 y la prevención de la izquierda mayoritaria que lo desactiva en los centros de decisión. En un contexto en el que nadie se salva (políticos, presentadores de televisión, un obispo, un periodista relacionado con el consulado de Estados Unidos, el director del MNAC, el arquitecto Ricardo Bofill), Martigalà aparece idealizado, con alma de artista (aunque Porcel, con mucha gracia, le coloca al final un Bronzino falsificado). 

La escritura de Porcel se parece mucho a la de los artículos: en avalancha, acelerada, con bruscos giros y cambios de sentido que llevan de un tema a otro, observaciones sobre la vida animal y divagaciones artísticas: el contrapunto de una lectura de Tolstoi, un comentario sobre las tallas bizantinas o la escultura pública de Tàpies. Algunos elementos de la trama están cogidos con alfileres (Martigalà y Ubach i Salat se quitan de encima el escándalo cargándole el mochuelo a un infeliz y el presidente de la Generalitat no tiene reparos a salir ante los medios diciendo, con un raro mallorquinismo: "Com saben, prest hi ha eleccions, i hi ha hagut la desgràcia del Rei Conqueridor"). En las primeras páginas, Puig Alosa describe a la gente que ve en el metro como los ejércitos del crepúsculo. Habla de chusma y de purria.

El equilibrio entre diferentes registros narrativos y puntos de vista sobre la realidad es uno de los puntos fuertes de Cada castell i totes les ombres.En un artículo sobre la fecundación de las orquídeas Darwin explica que descubrió algunas bellísimas en el estiércol. Porcel se basa en esta idea para terminar la novela con una escena de reconciliación resignada y feliz.

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