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Documentació

El avión de madera

Article publicat a “El Mundo” el 16/03/08 per Care Santos

¿Y si la memoria fueran estímulos que se azuzan los unos a los otros, saltos hacia delante en el tiempo, vueltas atrás apresuradas y sin sentido aparente? Un caos de hechos e imágenes, una sucesión que no puedes controlar”. Con esta declaración de principios sorprende uno de los primeros capítulos de esta primera novela del veterano periodista Quim Aranda (1963), barcelonés de ascendencia andaluza, radicado actualmente en Londres.

Vaya por delante que a esta novela le sobran páginas. La poda de escenas repetitivas, de diálogos que poco aportan a la trama y de situaciones demasiado dilatadas habría beneficiado al ritmo y la intensidad. Claro que el autor podría alegar que ni ritmo ni intensidad son cualidades que tengan que ver con el modo en que fluyen los recuerdos, y que si de eso se trata, de reflejar el modo en que los recuerdos invaden nuestras vidas, ha elegido la manera más fiel.

En esta novela, Aranda se parapeta tras el personaje del niño Marcelo Rojo, nacido en un pueblo malagueño que pereció bajo las aguas de un pantano, emigrado a la Barcelona del progreso y la miseria de los años de un franquismo que empezaba a ser benévolo, y que creció bajo la mirada de los perdedores de la guerra, en una familia donde la emigración se vivía como un lento desmembramiento. Se trata de la crónica de toda una generación: los emigrantes que tras la Guerra Civil buscaron su supervivencia dejando todo atrás, ya tiene su hornada de novelistas, como la tendrán los llegados en patera.

La memoria de Aranda es dolorosa y profundamente melancólica. Todo destila tristeza en estas páginas. Conmueve la soledad del niño protagonista, habitante de un mundo de adultos demasiado aferrados a su pasado particular. Conmueve su pequeño de ilusiones: la Barcelona –tal real– de un barrio muy concreto –Sarriá–, sus rincones, sus calles, su buhardilla. En definitiva, la novela de Quim Aranda es excesiva como la vida misma, y como ésta nos sirve un ramillete de buenos personajes, tan de carne y hueso que son perfectamente reconocibles. Hay ambición, y buen hacer, y años de oficio en estas páginas. Se le nota que escribe con mucho más que la memoria.

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