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Documentació

Lógica del obsesivo

Article publicat al diari “El País” el 22/03/08 per Jordi Gracia

Con Quim Monzó no compite nadie en las letras catalanas de hoy porque un libro suyo es socialmente mucho más que un nuevo libro de Quim Monzó: es el libro de una patum capaz ella sola de desactivar en directo a dos de los personajes más supuestamente imaginativos y corrosivos de la televisión catalana y capaz también de construir sin peajes éticos ni falsedades de púlpito un discurso como el de la Feria de Francfort (mención que se me escapa, y haré penitencia). Y además es autor diario de un billete periodístico en La Vanguardia, sin abuso de fórmulas narrativas ni refritos de escritor en el taller ensimismado del arte: es un comentario de costumbres sociales, de carácter político o de observación inteligente. El relato breve (y cuanto más largo dentro de lo breve, mejor) es su óptimo formato literario para mí, y estos Mil cretinos no me parecen el formidable libro que ha querido leer la sociedad literaria y mediática catalana pero sí es un libro de relatos por encima de la media de las letras españolas (mientras que el Sergi Pàmies de Si menges una llimona sense fer ganyotes, también traducido en Anagrama, es uno de los grandes libros de cuentos en la España de los últimos años). Pero Monzó no es ya el chaval delirante y sobre todo metódico y meticuloso que fue, sino un narrador con el mundo visto desde cerca y desde lejos, tocado de una pátina de escéptica lucidez, neblinosa incluso, como neblinoso es el final de ‘La llegada de la primavera’, un uso milagroso de la fluidez del catalán plagado de sutilezas (que no siempre traslada la traducción al castellano) y un poso que quizá se llama madurez irónica y a ratos rebrinca irritable. Pero seguimos en el territorio del desvarío metódico, la obsesión meticulosa y el microdetalle sistemático, de la ausencia radical de patetismo y la hegemonía de una ironía reflexiva que ni se ve ni se toca pero está; también seguimos en el silencio absoluto sobre las patrias de los personajes, porque lo son todas, y trata de cualquiera. Es verdad que es un libro atacado por la melancolía de los finales y eso no era aire común del Monzó que caricaturizó a un escritor neurotizado con el Nobel en una irresistible novela corta de El millor dels mons, ni es el pillastre burlón y corrosivo, desaprensivo dentro de la piedad que emana casi toda buena literatura. En Mil cretinos la vejez geriátrica y la tentación del olvido conviven con la adulación de un escritor trepa o los sueños absurdos. Quizá el mejor de todos los relatos es el más melancólico y el que más distanciadamente exhibe la presumible implicación del autor en lo que narra: va en tercera persona, sucede en un geriátrico (aunque suceda en realidad en la cabeza de su protagonista) y trata de la agonía de la vida, de lo único insoportablemente rutinario y devastador, que es el envejecimiento lento y avanzado. La madre es un personaje temible y poderoso, y lo es el padre en su silencio, pero nada importa tanto como el propio narrador, como en casi todos los relatos de este libro, incluido aquel que recrea las neurosis obsesivas de un sujeto que mira por la ventana y sufre mientras lo hace y sufrirá cuando deje de hacerlo. Es un absurdo más, como tantas veces en Monzó, aunque no siempre asome aquí el brío emotivo disimulado, ni tampoco la acidez socarrona de otros relatos suyos. El libro es emotivamente mate, levemente triste, aunque la sonrisa no se borre en la sección final de relatos muy breves ni tampoco en ese otro que descubre para desesperación nuestra que el amor puede ser traicioneramente eterno.

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