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31/12/2007,

Puesta al día en las letras catalanas

Article publicat al diari “El País” el 06/10/2007 per Manel Ollé
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A quien la frecuenta no le cabe ninguna duda: la literatura catalana es una literatura europea de larga historia y vibrante presente, capaz de suscitar un interés genuinamente literario fuera de su ámbito de influencia a quien se acerca a ella libre de prejuicios. Es tan literatura como catalana: puerta abierta de acceso directo a territorios de ficción y texturas verbales cuyo interés y valor no dependen de ninguna plusvalía identitaria.

La ausencia fecunda

Durante las últimas décadas los poetas catalanes han aprendido a vivir sin los maestros que llevaron adelante el intenso proceso creativo que se abre entre Jacint Verdaguer y Gabriel Ferrater. Puestos a empeorar las cosas, en las últimas décadas, más o menos como en todos lados, los vientos del mercado y de la inepcia contemporánea han desplazado la poesía a la periferia. Se abrió entonces el interrogante de si Foix, Riba, Espriu, Carner o Vinyoli tendrían dignos sucesores. Los miedos hoy se han disipado: los maestros siguen resonando en verso ajeno. En un panorama de individualidades, en el que si hay capillas y capellanes casi nadie les echa cuenta, emergen una serie de trayectorias singulares, que convierten a la poesía catalana actual en un territorio perfectamente habitable. Destaca el esfuerzo de depuración formal y el trato contenido y severo que dispensa Joan Margarit al dolor moral. Destaca la obra mineral de Pere Gimferrer, que explora el reverso de la identidad a través de un lenguaje abandonado a sí mismo, pura imagen y visión fugaz. Destaca la sabiduría formal y la madurez pausada y profunda del también pintor Narcís Comadira. Destaca el canto lunar y prematuramente truncado de Maria Mercè Marçal. Destaca la polifonía de Enric Casasses, poeta y rapsoda de múltiples registros, profundo y de una seriedad radical tras su ecolalia feliz y su salmodia automática, aparentemente intrascendente y desmelenada. Destaca el abanico de escrituras plurales y rigurosas que abren Francesc Parcerisas, Enric Sòria, Arnau Pons, Albert Roig o Jordi Cornudella.

Un autor: Enric Casasses.

Un libro: Càlcul d'estructures, de Joan Margarit (Proa, 2005).

Las puntas del iceberg

Es fácil encontrar dos o tres novelas al año en catalán capaces de satisfacer al más exigente de los lectores. Y de vez en cuando, incluso alguna más. Dejemos así de lado el mainstream adocenado (que de una u otra forma circula medio zombi por todas las literaturas habidas y por haber) y centrémonos en las dos o tres docenas de novelas en catalán de auténtico interés que han sobresalido -como puntas de un iceberg- en las últimas décadas. Brilla con luz propia el Cami de sirga de Jesús Moncada, mezclando la elegía con un humor sardónico en la recuperación de la memoria de la Mequinenza anegada bajo las aguas del pantano. Brilla también con luz propia el conjunto de la novelística de Baltasar Porcel, narrador de raza, de prosa vibrante y nerviosa, proteico y sensual, levantador de mitos y fabulaciones encadenadas. En un registro novelístico de raíz decimonónica, que no aspira a sorprender pero de gran eficacia evocativa, encontramos la obra de Jaume Cabré. La narrativa de Jordi Coca ha dado de momento sus mejores resultados en los formatos más arriesgados. Aunque ha dedicado mayor atención al cuento y el articulismo, aparecen en destacadísimo lugar las innovadoras, incisivas y formalmente impecables novelas de Quim Monzó. Merece asimismo ser destacada la aportación de Julià de Jòdar, especialmente su trilogía L'atzar i les ombres, que explora el despertar de una conciencia en un barrio de inmigración de Badalona a contraluz de la posguerra y el desarrollismo, construyendo una novelística compleja y sin concesiones. Han publicado también novelas dignas de mención Joan Francesc Mira, Maria Mercè Marsal, Toni Sala, Carme Riera, Imma Monsó, Biel Mesquida, Sergi Pàmies, Miquel de Palol, Maria Barbal, Emili Teixidor y Núria Perpinyà...

Un autor: Julià de Jòdar

Una novela: El cor del senglar, de Baltasar Porcel (Edicions 62, 2000).

Del gesto a la palabra

Es de sobra conocida la solvencia del teatro catalán contemporáneo. La mayor repercusión de público corre a cargo de grupos que trabajan con el gesto, la música y la invención dramática (Comediants, La Fura dels Baus, El Tricicle, Els Joglars, La Cubana). Tanto bailoteo, martillazo y pirotecnia podría llegar a eclipsar la igualmente sólida aportación en el campo del teatro de texto. En las últimas décadas destacan autores como el valenciano Rodolf Sirera (Indian Summer) o el barcelonés Josep M. Benet i Jornet (Desig, L'habitació del nen) que, partiendo de un realismo influido por Tennessee Williams o Arthur Miller, incorporan en obras posteriores acentos que les conectan con Beckett o Pinter. Su faceta más popular es la de guionista de series como Ventdelplà (TV3) o Amor en tiempos revueltos (TVE). Un ejemplo perfecto de simbiosis y fusión entre autor y director es Sergi Belbel, el autor teatral vivo catalán (e hispánico) más traducido y representado en Europa. Sus obras se sitúan en el territorio de un realismo irónico y fragmentado, formalizado a través de algunas dosis de experimentación y de un sólido dominio de la carpintería teatral. Junto a tendencias más crípticas y radicales (Lluïsa Cunillé) hay que reseñar el triunfo de un tipo de teatro sin pretensiones, más comercial y de gran eficacia dramática. Destaca en este territorio el guionista televisivo y autor teatral Jordi Galcerán, con su internacionalmente aclamado El métode Grönholm. No hay que olvidar las puntuales y magníficas incursiones en el género dramático de poetas y narradores como Narcís Comadira (La vida eterna) o Eduardo Mendoza (Restauració).

Un autor: Sergi Belbel.

Una obra: L'habitació del nen, de Josep M. Benet i Jornet.

Breves combates singulares

Probablemente el cuento es el género que ha dado en catalán mejores resultados en estas últimas décadas. Ha sabido vivir casi al margen del mercantilismo editorial y de las inercias y los peajes del mecenazgo y la valoración institucional. Se ha movido en una línea friccional y crítica. Sin renunciar al impacto emocional y al humor afilado, la corriente dominante en el cuento catalán aspira a generar conocimiento literario genuino a base de suscitar la guerra de los sueños. El cuento es casi por definición el género catalán más universal: explora microclimas y problemas inmediatos, pero aporta a la vez los mecanismos literarios necesarios para proyectarlos a territorios formalizados y accesibles desde cualquier rincón del mundo. Sin dejar de lado la tradición propia (Joaquim Ruyra, Pere Calders, Jordi Sarsanedas), el cuento catalán actual se mueve entre la influencia iberoamericana, norteamericana y europea. Destacan por su intensa dedicación y por la calidad de los resultados, Quim Monzó y Sergi Pàmies, autores de personalidad, preocupaciones literarias y estilo claramente diferenciado (Monzó siempre más atento a la forma, más sutil, complejo y metaliterario; Pàmies siempre más directo, esencial y descarnado, puro aplomo, más mirada que voz), los dos con una compartida pasión por las formas breves, por el rigor y la falta de afectación. Con menor reincidencia, pero ya con un puñado de cuentos de gran fuerza, destacan Jordi Puntí, Empar Moliner, Imma Monsó, Mercè Ibarz o Francesc Serés.

Un autor: Quim Monzó.

Un libro: Si menges una llimona sense fer ganyotes, de Sergi Pàmies (Quaderns Crema, 2006).

Monstruos, travestis y políticos recalificadores

A principios de los ochenta las letras catalanas respiraron aliviadas cuando empezaron a poder liberarse de la quimérica pero inexcusable tarea de salvar els mots. En todos lados se recuperaba el principio del placer después de décadas instalado en la aflicción realista y la contorsión experimental. En 1980 ganó el Premio La Sonrisa Vertical de literatura erótica, el libro de relatos Deu pometes té el pomer, escrito en catalán por la autora colectiva Ofelia Dracs, tras la que se escondían jóvenes autores como Maria Antònia Oliver o Quim Monzó. La literatura de género saltó a la palestra coincidiendo con la ampliación del público lector que emergía tras el levantamiento a las prohibiciones sobre el catalán. La novela negra ha sido en estas últimas décadas el género dirigido a un público amplio que más y mejores resultados ha obtenido. Tras la estela de autores como Rafael Tasis, Jaume Fuster o Manuel de Pedrolo que había abierto ya un camino en décadas anteriores, aparecen Andreu Martín o Ferran Torrent, autor de una serie de potentes novelas negras que superan las fronteras del género, con tramas inteligentes y bien construidas, que trazan un vibrante retrato social de la Valencia oficial y engominada, corrupta y recalificadora, en contraste con la colorista y vital Valencia canalla de la noche subterránea. Los años noventa trajeron el best seller sentimental y seudohistórico del que nada reseñable queda más allá del índice de ventas. Abriendo camino en un territorio sin tradición en catalán, el antropólogo y novelista Albert Sánchez Piñol se ha convertido en un superventas internacional con una novela fantástica, La pell freda, a medio camino de Conrad y Lovecraft, que traza un viaje a las tinieblas a través de los mecanismos del miedo. Al mismo tiempo, fascina y da qué pensar.

Un autor: Ferran Torrent.

Un libro: La pell freda, Albert Sánchez Piñol (La Campana, 2002).

NO FICCIÓN

Retratos, crónicas y espejismos

El prejuicio regional pretende que la no ficción en catalán se reduce a una endogámica exudación patriotica fundadora de mitos. Nada más alejado de la verdad. ¿Es fácil encontrar por el mundo un libro tan bien escrito y tan humano como Quinze generacions d'una familia catalana, del medievalista y cervantista Martí de Riquer? ¿O un testimonio vital tan exuberante y magistral como el que legó Eugeni Xammar en Seixanta anys d'anar pel món? ¿Es fácil tropezar por el mundo con rarezas tan fascinantes como el Verbàlia de Màrius Serra, un tratado sobre enigmística sin parangón internacional? Contra lo que reza el tópico, hay vida en la no ficción catalana al margen del campo fecundo del ensayo histórico o filológico. Dejar testimonio personal del paisaje humano inmediato ha sido, como mínimo desde Josep Pla y Joan Fuster, tarea absorbente. Y es que tiene mucho sentido escribir sobre las presencias opacas, sobre las desmemorias y las razones de un país al tiempo enraizado y quimérico. Y tiene tanto o más sentido dejar testimonio de un mundo global que enloquece y se acelera a ojos vista desde la perspectiva concreta de una centenaria lengua neolatina de un rincón del noreste de la península Ibérica. Éste es el caso del columnismo de Quim Monzó, antologado en siete volúmenes impagables, siempre pulverizando el tópico, y escrutando el reverso del espectáculo público y sus detalles inquietantes. También en la prensa publicaba su Dietari Pere Gimferrer, un autorretrato trazado a contraluz de su experiencia cultural. Del mismo Gimferrer hay que recordar su magnífico L'agent provocador (¿para cuándo esas memorias prolijas y detalladas de centenares de páginas que lleva años escribiendo?). En el columnismo destacan también Josep M. Espinàs, Sergi Pàmies, Empar Moliner, Xavier Montanyà o Toni Sala. En el dietarismo reciente destacan los valencianos Vicent Alonso, Enric Sòria y Feliu Formosa, o el mallorquín Valentí Puig. En el ensayismo hay que recordar los nombres de Perejaume, Antoni Marí, Arnau Pons, Ramon Farrés y Simona Srabeck. En el reportaje de ficción (o el cuento de no ficción) destaca Francesc Serés.

Un autor: Pere Gimferrer.

Un libro: Quinze generacions d'una familia catalana, de Martí de Riquer (Quaderns Crema, 1998).

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