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Documentació

La plaza de la posguerra veraz

Article publicat al diari “El País” el 06/10/2007 per Mercè Ibarz

¿Quién no conoce a Colometa? Era la chica del baile en las fiestas del barrio barcelonés de Gràcia de 1935 a la que la guerra llegó a trastornar hasta el punto de planear matar a sus hijos con salfumán. Pero sobrevivió a sí misma y sus circunstancias, eso sí, casi autista, con un marido castrado que la hizo "señora"

Mercè Rodoreda reapareció en 1962 desde el exilio en Ginebra con un relato que pronto tejió una red de resonancias. Lo logró por su propio empuje y el de su editor, Joan Sales, sin el apoyo del raquítico campo literario del momento, que no apreció ni premió La plaça del Diamant. En dos años, de boca a oreja, rescató una época y una literatura contemporánea. Si cabe decir que los lectores prescinden hoy de La plaça del Diamant, por su misma fama, es preciso añadir que no hay lector cultivado en su lengua incluso en traducciones, que no crea conocer a Colometa. A la chica del baile de las fiestas del barrio de Gracia, en la Barcelona de 1935, cuya vida será alterada por la guerra y que deberá acometer no el exilio, sino el tránsito hasta el sometimiento de la posguerra desde la desesperación, el hambre y la locura.

Un tránsito sin heroísmo, experiencia singular de las criaturas rechazadas por la historia. De ahí su fortaleza, sin duda. De ahí la solidez de esta voz femenina, de juventud robada: Natàlia, a quien su novio y primer marido llamará Colometa, se convertirá en la posguerra, casada ya con el castrado tendero Antoni, en la señora Natàlia. Una mujer que a punto había estado de matar a sus niños con salfumán por no poder alimentarlos. La fortaleza vacía del autismo, podríamos decir con Bruno Bettelheim, pues no estamos ante la sordidez sexual y política o el estraperlo que otras obras del momento tarde o temprano atacarían (Rodoreda lo hará en su siguiente novela, El carrer de les Camèlies), sino ante una suerte de autismo que tantas gentes en el franquismo debieron asumir como forma de supervivencia e incluso de reconstrucción. Así lo reconocieron en Colometa los lectores y lo siguen haciendo: esta novela está dotada de la rara cualidad de representar posguerras veraces, no sólo la de Barcelona. Un ejemplo es su trayectoria en Alemania, en cuyo contexto sensible a este territorio de la historia, el también llamado exilio interior, la editorial Surkhamp lleva 10 ediciones desde 1979.

En el admirable recuerdo que le dedicó a su muerte en 1983, Gabriel García Márquez agradece la que en su opinión es "la novela más hermosa publicada en España tras la Guerra Civil". Me inquietó la palabra "hermosa". Pasan los años, sigo leyendo la Plaça y, en efecto, su belleza se alza nítida. Belleza de la verdad grotesca, siniestra, sin contemplaciones, sin arte incluso. La plaça del Diamant es también una pintura, un lienzo informal. De cuando la literatura y las artes plásticas se plantearon qué hacer entre ruinas, alambradas, cadáveres y hornos crematorios. Colometa es como una criatura de Dubuffet y su art brut, del arte de la locura que ya antes de la guerra había atraído la atención de Klee, otro de los pintores a los que Rodoreda sigue en sus ensayos plásticos parisienses, mientras no le sale la novela que quiere escribir.

Como todo clásico, ha sumado capas de sentido. Algunos lo han leído como relato de un corazón simple, cuyo valor radica en exclusiva en su lengua, ese prodigio rodorediano que estiliza el habla común en un proceso de elaboradísima y antiartística sencillez. Pero hoy es leído también en las claves que la escritora introdujo con sutileza y decisión. Son las páginas de la misa alucinada y, en conjunto, su épica subterránea, directa al inconsciente, de una irrealidad mediante la cual los descalabros de lo familiar, del amor y de la historia cuentan su dolor. Una novela, grave según Rodoreda, que ganó el privilegio de hipnotizar a los lectores y así lo sigue haciendo.

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