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Documentació

La fe que da origen a la patria

Article publicat al diari “El País” el 06/10/2007 per Narcís Garolera

Un caballero soñador es hechizado por un hada que lo obliga a dejar sus deberes bélicos. Así empieza Canigó, de Verdaguer, uno de los más bellos poemas narrativos.

En las navidades de 1885 (pero con fecha de 1886), Verdaguer publica Canigó, un extenso poema dedicado "als catalans de França" (a los catalanes de Francia), con el subtítulo Llegenda pirenaica del temps de la Reconquesta (Leyenda pirenaica del tiempo de la Reconquista). Compuesto durante los últimos cinco años, se trata de un poema épico en diez cantos (más un epílogo añadido en su segunda edición) con el que el poeta pretende contrarrestar la supuesta hispanidad de L'Atlàntida. La complejidad técnica -cada canto sigue una métrica diferente- y un refinamiento expresivo superior a los de la epopeya precedente hacen de Canigó la mejor obra poética de Verdaguer.

La acción discurre a mediados del siglo XI, y el argumento es como sigue. Una vez armado caballero, Gentil, el protagonista, se enamora de Griselda, pastora cuyo rostro creerá reconocer en el de Flordeneu, la reina de las hadas que habitan las alturas de Canigó. Bajo su hechizo, Gentil abandona sus obligaciones bélicas (no acude a luchar contra los moros, que desembarcan en Cotlliure y hieren a su padre) y es asesinado por su tío, el conde Guifre, que entierra su cuerpo en la montaña, donde funda un monasterio. Únese a él su hermano Oliba, futuro abad de Ripoll y obispo de Vic, que, junto a sus monjes, asciende el Canigó para alzar allí una cruz y ahuyentar las hadas para siempre.

Los elementos paganos (los moros y las hadas) se contraponen a las fuerzas cristianas y crean una tensión dramática en cuyo centro se encuentra Gentil, el joven protagonista, que es, sobre todo, un soñador. Eso permite al poeta reducir las partes narrativas y acentuar los momentos líricos y descriptivos del poema, como el Cant de Gentil, de ecos fáusticos y de un romanticismo extremo.

Canigó aparece el mismo año que empiezan las obras de restauración del monasterio de Ripoll, vistas por el poeta -y por su obispo, el catalanista Morgades- como símbolo de la restauración de la nación catalana. En una Cataluña progresivamente descristianizada por la industrialización y descatalanizada por la acción del Estado liberal y uniformador, el poeta recurre a la alegoría para proponer una vuelta a los principios que hicieron posible el nacimiento de la nación: la fe da origen a la patria. A fines del siglo XIX, la recatalanización del país conlleva su recristianización.

El germen del poema se halla en la contemplación de las ruinas de Sant Miquel de Cuixà y Sant Martí de Canigó, dos monasterios pirenaicos que Verdaguer conoció en un estado más que lamentable. La Revolución Francesa y sus consecuencias (laicismo y centralismo) habían roto con la tradición cristiana y catalana de los antiguos condados de allende el Pirineo. Verdaguer halló en esas ruinas y en la montaña el tema más apropiado para una impresionante elegía -Los dos campanars- que daría origen a Canigó y que más tarde incorporaría al poema como epílogo y contrapunto al nacionalismo de su leyenda. Para un romántico como Verdaguer, la naturaleza -el Canigó- es el perenne "monumento de Dios", que está por encima de la historia y de las obras, perecederas, de los hombres.

Con la publicación de Canigó, Verdaguer ve repetidas las muestras de reconocimiento que críticos y lectores le habían dedicado cuando L'Atlàntida. Pronto recibe toda suerte de elogios, entre los cuales los de Menéndez y Pelayo que, en carta particular, le expresa su felicitación por una obra "más interesante que La Atlántida y más armónica en su factura", reiterándole que le considera "el poeta de mayores dotes narrativas de cuantos hoy viven en tierra de España".

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