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Documentació

Encantamiento en el desencanto

Article publicat al diari “El País” el 06/10/2007 per Just Navarro

"La verdad adusta y ágil, vista con ojos limpios y sentida con cordialidad". Eso buscó Gabriel Ferrater en sus poemas, que se pueden admirar en Les dones i els dies.

Gabriel Ferrater fue el primogénito de un industrial y político de Reus, Tarragona. Trabajando como contable en la empresa vinícola familiar, Ferrater habría adquirido cierto sentido de la realidad, o eso le dijo una vez a Baltasar Porcel mientras bebían ginebra y freían carne con habichuelas. Sus poemas parecen partir de cosas directas, experimentadas, propias: ésta es la materia de Les dones i els dies (Las mujeres y los días), reunión en 1968 de tres libros de poemas publicados entre 1962 y 1966. "El único tema que me interesa son las mujeres, el paso del tiempo y las mujeres que han pasado por mí", dijo Ferrater. La poesía es vida vista en la memoria: exige memoria, más que imaginación. Confesaba haberse confabulado con su amigo Jaime Gil de Biedma para hacer poemas claros, lúcidos y apasionados, es decir, divertidos, aunque trataran de la guerra, como In memoriam, que abre Les dones i els dies, y probablemente sea el mejor poema autobiográfico sobre la guerra de 1936. Cuenta, según Pere Gimferrer, el descubrimiento del sexo, el miedo y la poesía a los 14 años.

"Uno de los motivos que nos hacen escribir poesías es el deseo de ver hasta dónde podemos elevar la energía emotiva de nuestro lenguaje", decía Ferrater, y la literatura se transformaba en una especie de experimento personal, moral. Reconoció como maestros a algunos poetas en inglés, desde John Skelton hasta el narrativo W. H. Auden, de quien apreciaba el "vigor para asir la realidad factual e imaginativa". De Robert Frost celebró el "desencanto total y a la vez aceptación de las ficciones de encanto que constituyen la vida". Este desdoblamiento o encantamiento en el desencanto es muy de Ferrater, capaz de un inmenso deseo de felicidad, a pesar de que le tocara madurar en tiempos de posguerra piojosa. "No conviene que te imagines que en los cuarenta nos olvidamos de ser felices de vez en cuando", decía en su Poema inacabado, más de 1.300 versos que ahora leo en la traducción castellana de Maria Àngels Cabré. La inteligencia, según Ferrater, se demuestra también en la habilidad para ser feliz.

El poeta no puede ser un distraído. En disposición de felicidad presta como un enamorado atención al mundo, que más de una vez resulta indescifrable. Ferrater ponía el ejemplo del superrealista J. V. Foix: el poeta es el encargado del realismo, de dar imágenes precisas de cosas y personas sin caer en el sueño de la vaguedad. Quería copiar a los poetas medievales, "la verdad adusta y ágil, vista con ojos limpios y sentida con cordialidad". Fue Ferrater un poeta cordial: "Es verdad que el cuerpo pierde su encanto, pero a mí lo que me ha encantado siempre han sido los otros cuerpos".

Admitía que los poetas son mentirosos, pero, sobre todo, egoístas. "Nunca diremos mentiras de nosotros: la verdad nos parece más interesante porque nosotros vamos dentro". Antes de que el recuerdo muriera plácidamente, fijaba por escrito lo sorprendido en la calle, en habitaciones cohibidoras como el comedor familiar que espantaba a Luis Cernuda, en dormitorios: "Qué lento el mundo, qué lento, qué lenta la pena de las horas que se van aprisa. Dime, ¿te acordarás de esta habitación?". Si alguna vez es críptico, nunca es banal. Presumió de "habilidad para no trabajar", pero fue novelista policiaco, aficionado a las matemáticas, asesor de editores, editor, traductor, poeta, profesor de lingüística. Gil de Biedma se recuerda en un poema con Ferrater, su socio de conjura literaria, bebiendo y, al calor del fuego, cantando a Judy Garland. Ferrater recordaba que Gil de Biedma y él se habían propuesto escribir poesía tan interesante como una novela. Y concluía: "Pienso que lo hemos conseguido".

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