Documentació
Valentí Puig: «Se considera la fe un pólipo irracional, pero está muy vinculada con la razón»
Es natural la rebeldía juvenil contra el sistema de valores heredados. Tanto como el proverbial retorno a ellos en la madurez. Valentí Puig ha descrito en «La fe de nuestros padres» ese viaje vital, esa pequeña epopeya senti-mental que a la postre también redefine el lugar de las creencias en la sociedad moderna: «Mi libro es la experiencia individual de la fe más el impacto que personalidades como el Papa Wojtyla han tenido en gente como yo». ABC envió a Puig a Roma para cubrir la información sobre la muerte y las exequias de Juan Pablo II, una experiencia que, según expresa, cerró el anillo de su vuelta a la fe y cimenta esta nueva obra suya.
-La publicación coincide, además, con cierta tensión política entre la Iglesia y el Gobierno en España, y también con el roce que usted tuvo con un directivo de la Cope en unas jornadas recientes.
-Estoy de acuerdo en que la personalidad de lo católico ha sido arrinconada de la vida pública, por motivos que muchos católicos han compartido y que se basan en que la fe es un hecho estrictamente privado. Pero también es cierto que aspectos de la fe y de la razón de creer tienen que ver con valores públicos. Si un marxista o un freudiano se expresa todos los días respecto a temas públicos como la educación, ¿por qué no hace lo mismo quien cree en los Evangelios? ¿Es que Freud tiene detrás alguna verdad científica? Creo que los católicos en España tienen que recuperar posiciones. El pensamiento católico francés tiene gran potencia. En España, la cosa está desequilibrada.
-¿Por qué?
-Porque hay una falta de maîtres à penser, de la que salvaríamos a Jiménez Lozano. Y porque en España hemos mezclado todo esto con elementos espurios, como son los profesionales, relativamente informativos, ubicados en medios de comunicación de titularidad eclesiástica. Esto deforma mucho el debate, porque personas vinculadas a esos medios intentan constituirse en opinión hegemónica, en un pensamiento único del mundo católico, y muchos creemos que se están extralimitando.
-¿A quién perjudican más?
-A los ciudadanos normales, católicos practicantes, votantes de centro derecha. Es un poco delirante, por no hablar de movimientos de gran solera, que dimanan de personalidades como Herrera Oria, que pueden caer en la trampa de dejarse monopolizar por esos grupos mediáticos.
-¿En qué medida puede Europa preservar valores cristianos sin violentar la libertad y laicidad que también le son intrínsecas?
-Creo en la Europa de la Ilustración, las Luces y las Catedrales. El Papa Ratzinger ha sido muy claro y original al vincular la fe a la razón. A menudo se considera la fe como un pólipo irracional. El relativismo afecta al uso de la razón y al ejercicio de la libertad porque si todo lo haces relativo no tienes opciones claras para decidir. Ese proceso ya fue denunciado por Juan Pablo II. ¿Por qué no se asumió en el preámbulo de la Constitución, no que todos somos católicos, sino que tenemos en común valores que dimanan de una cultura judeocristiana? Basta entrar en el Museo del Prado para ver que toda nuestra cultura está empapada tanto del mundo judeocristiano como del grecolatino. Esa concesión al laicismo -que no a la laicidad- da idea de la debilidad intelectual del catolicismo entre nosotros.
-Sí, hay un logos cristiano, pero la sociedad ha puesto en marcha cambios que parecen irrevocables, y afectan a instituciones como la familia.
-A veces damos por liquidadas cosas antes de hora. El módulo de la familia tradicional aún existe. Mi defensa no es sólo católica. Yo soy un individualista liberal y sé que los grandes totalitarismos -nazi y comunista- fueron contra la libertad del individuo, la religión y la familia. Cuando eliminas la familia dejas al individuo desprotegido frente al Estado. Aunque de jóvenes nos rebelamos, al regresar vemos que la familia nos hace personas.
-¿Pero cómo asume un católicos esos cambios?
-Hay nuevas costumbres, la desvaloración del vínculo matrimonial, la presión del colectivo homosexual en la vida pública, pero también hay valores familiares en el módulo monoparental: el vínculo padre/ hijo. Yo prefiero el vínculo de toda la vida en el que los hijos aprenden de padre y madre, pero no hay que poner en duda que solteros y separados sean capaces de educar a sus hijos.
-En el libro critica la fe a la carta.
-La fe es un bloque en el que entra todo. No puedes decir que te gusta Juan XXIII pero no Wojtyla. Esto sería una secta para cada uno y no corresponde con una tradición de dos mil años en la que hay de todo: desde los papados que valieron un puñado de oro hasta el escándalo de la pederastia en Norteamérica. La Iglesia está hecha con materiales humanos para fines eternos y esa contradicción no se resolverá nunca.
-Usted juega con la idea weberiana de que el católico construye un «ars vivendi» propio, más despreocupado o feliz.
-Sé que es provocativo. Hay un componente trágico en la fe, pero no tiene que aplicarse a todas sus manifestaciones. Pascal es trágico, pero no Chesterton, ni Asis y hay páginas de Santa Teresa que no lo son. Existe una alegría intrínseca en el catolicismo que, hoy que la gente ve la religión con tanta distancia jansenista, es necesario subrayar.
-Más misericordia que culpa...
-¿Cómo seremos compasivos con los demás si no lo somos con nosotros mismos? El margen de error humano está en los Evangelios, en el Sermón de la Montaña, es la clave de Cristo, la apuesta por la vida.
-Ante un islam agresivo y radical, ¿cuál es el papel de la Iglesia?
-El islam no practica la reciprocidad con el cristianismo. Por eso el ecumenismo no puede convertirse en sincretismo. Creo fundamental reivindicar que las minorías selectas asuman su papel y junto con la Iglesia saquen la fe de su ámbito corporativo con un lenguaje renovado y actual. No hay por qué rebajar el lenguaje de la fe.
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