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Documentació

Una catedral de la lengua

Article publicat al diari “El País” el 06/10/2007 per Lluís Pasqual

Primera història d'Esther retrata la colectividad catalana con una filigrana de palabras de una expresividad y belleza avasalladoras. La obra de Espriu es la única pieza teatral que figura en la encuesta.

Decía Horovitz que si se destruyera el mundo y con él todo nuestro patrimonio musical excepto la partitura de una fuga de Bach, sólo con esas notas se podría deducir y reinventar toda la historia de la música de Occidente. Con Primera història d'Esther pasa algo parecido. No tenemos en toda la literatura teatral catalana otro texto que de una manera tan profunda explique el retrato de una colectividad, esta "petita pàtria" que es Cataluña y el sentir de su gente. Primera història d'Esther es la reacción de un poeta frente a un momento histórico determinado, pero después, como todos los grandes textos de teatro, se convierte en una metáfora de alcance universal aplicable a cualquier país o lugar en el que el teatro sirva para reflejar una situación concreta de opresión y donde sus habitantes reaccionen delante de esta opresión como el poeta Espriu: con un insobornable amor por su tierra y su gente y sobre todo con un ejercicio militante y constante de la ironía, ese arma que nos proporciona la inteligencia para poder darle la vuelta a las situaciones más dramáticas y transformarlas en una mueca. Y es en ese segundo aspecto en el que Primera història d'Esther se convierte en un gran texto de teatro poético, claro, pero sobre todo político, es decir, concreto, comprometido con su momento y en el que el autor habla en voz alta con sus conciudadanos. El amor por Cataluña, por el país propio, por las "petites coses", forma parte desde siempre de nuestra literatura, sobre todo de la poesía, y Salvador Espriu se añade a esta tradición cívica y literaria y nos la transmite y la comparte con nosotros, espectadores.

Para testimoniar las altísimas dimensiones de este "petit pais" construye una verdadera catedral de la lengua hecha de una filigrana de palabras de una expresividad y de una belleza avasalladoras. Pero el poeta no escribe sólo una declaración de amor sino que nos envía un gesto contundente desde el escenario (y ya desde el subtítulo: Improvisación para marionetas) y nos invita, como invitaba a sus contemporáneos, a usar la risa irónica como una forma de resistencia: el antivictimismo, la reacción inteligente frente a la solemnidad y la brutalidad del poder del opresor.

Eso es lo que aún me emociona de la Primera història d'Esther, lo que sentía, puede que de una manera más difusa, cuando la montamos en el Teatre Lliure en 1982, y sobre todo lo que me transmitía Salvador Espriu en las largas conversaciones que le gustaba mantener cuando íbamos a visitarlo a su piso de paseo de Gràcia con Fabià Puigserver y Carlota Soldevila, con la que conservaba una entrañable amistad de juventud. A alguien le podría parecer extraño pero lo que básicamente hacíamos en aquellas charlas era reír. Espriu tenía un finísimo sentido del humor y desmontaba cualquier intento de solemnidad y trascendencia, sobre todo si venía del poder, en un sarcasmo afilado. Ésa es la actitud cívica que nos proponía y nos continúa proponiendo Espriu en Primera història d'Esther. Insisto en este aspecto porque, curiosamente, algunos espriuanos nos han transmitido y ha quedado en el aire una visión solemne y trascendente sobre todo de su poesía (puede que el mismo poeta, sin saberlo, no fuera demasiado inocente) y por extensión del hombre y de su poética literaria. Solemnidad y trascendencia, dos palabras, dos sentimientos, estoy seguro, profundamente alejados tanto del hombre como del escritor.

Primera història d'Esther es un texto que despierta recuerdos a mucha gente. A mí me extrae de los cajones de la memoria montañas de imágenes, de sonidos, de colores, sobre todo, de personas queridas. La montamos en el Lliure, entre veneración y risas, y la representamos en el Teatro Romea. Pero eso ya sólo es un momento de la memoria para los que la hicimos y puede que para algún espectador. De hecho, una anécdota. El gesto de Espriu, en cambio, continúa vivo en su texto esperando cada vez a los nuevos intérpretes y a los nuevos oídos que lo quieran escuchar y emocionarse con él.

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