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Documentació

Últimas horas con Paco

Article publicat a “La Vanguardia” el 24/11/2007 per Eugeni Madueño

Hemos dejado a Paco en la cama donde ha pasado el último año. Respira lenta y compulsivamente. Su mujer, dice a los amigos que no cesan de llamarla al móvil que a Paco le quedan horas. Unas horas en las que ya no nos reconoce. Junto a su cama está también Tomás García, el vecino.Acaba de llegar la doctora Maria Lluïsa Marín, la directora de Rauxa, el albergue de alcohólicos callejeros en el que Paco tanto se implicó como voluntario. Le miramos respirar penosamente y nos miramos. Entonces entra la hermana enfermera Josefina y nos echa por un rato porque necesita tiempo para lavarlo y curarlo. En la galería que da al patio interior de l´Aliança la vida sigue. Los vecinos de Paco salen y entran pesadamente de la habitación. Alguno pregunta por él.

"Lo tiene mal". "Ya".

Tomás, el vecino,dice que conoce a Paco desde hace 50 años, cuando vivían en las barracas de Port. Para él, el hombre que agoniza no es el escritor que publicó en la revista La Jirafa un reportaje sobre sus vecinos que tituló Los otros catalanes.Es más, ni siquiera lo ha leído nunca. Para él lo importante de Paco no es que se ganara la vida escribiendo, cosa realmente sorprendente, dice, sino que era el marido de Maruja y el padre de Paquito y Marujita. El vecino del rellano. Una persona que a pesar de salir en la tele, publicar en los periódicos, ser concejal, salir elegido senador, recibir medallas, cruces y distinciones, siempre vivió allí. En su rellano. En la Zona Franca. Donde la ciudad pierde su nombre.

Joana ha conseguido localizar una túnica de franciscano para cuando tenga que vestirlo por última vez. Nos explica que hicieron un viaje a Asís y fue allí, al pie de la basílica, cuando Paco se reconoció en el paisaje y en la figura del santo. La doctora Marín se emociona y dice bajito que a Paco no le preocupaba la religión, y que puede que ni siquiera fuera creyente, pero que para ella y para los alcohólicos de Rauxa ha sido un verdadero santo. Una bendición de persona. "Nos abría todas las puertas", dice. "No sé qué habríamos hecho sin él". Y aún ve más coincidencias con el de Asís: "Escribía con cariño de los que les iba mal en la vida; en sus libros los protagonistas son siempre perdedores".

Pensamos en llamar a Marujita, su hija, su espejo, pero nos informan de que ha pasado la noche velando a su padre y ahora descansa. Marujita es a Paco lo que Clara de Asís a San Francisco. "La única diferencia - matiza Maria Lluïsa- es que Paco tenía los pies en el suelo mientras que Marujita es pura poesía". La hija adora al padre. No quiere aceptar que pueda irse.

Se abre la puerta. Sale airosa la monja Josefina. La habitación vuelve a estar a punto. Paco aspira los últimos sorbos de aire de Barcelona. Huele a Nenuco. El president Pujol llama a Joana por el móvil. Le explica que la última vez que vino con su mujer a ver a Paco ya no pudieron hablarle.

Le dejó sobre la mesilla de la habitación un ejemplar de su libro de memorias recién publicado. Lo veo. Lo abro. Paco no votaba a Pujol, pero Pujol ha sido uno de los amigos sólidos y perdurables que ha tenido Paco. El amigo con el que ha podido contar a las verdes y a las maduras. "A Paco Candel - leo la dedicatoria- amb el meu agraïment per la seva amistat, per la seva generositat i pel bé que ha fet a Catalunya i a tots els que hi vivim, hi treballem i ens volem sentir. Per la seva contribució a fer una Catalunya de tots. I també per la seva humanitat. Repeteixo, gràcies, bon amic".

Al anochecer, Paco sigue librando su última batalla. La doctora Marín me acerca al trabajo en su coche. En un atasco de Diagonal dice sentirse furiosa porque las buenas personas, tan escasas, no deberían morirse. En el segundo atasco me pregunta por qué admiro tanto a Paco. "Él leyó las novelas de Maxence van der Mersch y escribió Donde la ciudad cambia de nombre.Yo la leí y pensé que también podría escribir cosas sobre la gente de mi barrio". Luego guardamos un amplio, espeso silencio. La doctora suspira. Pobre Paco, en boca ahora de políticos que le utilizaron pero no le quisieron, de lletraferits que despreciaron su cultura de periferia, de tertulianos que se rieron de su catalanidad llamándole charnego agradecido.

A las cinco de la madrugada suena mi móvil. Joana llora al otro lado. Nos reunimos de nuevo junto a la cama de Paco, ya inerte. Está Genís Sinca, su biógrafo. "Haz mi biografía, pero no hables de mí", le había encargado Paco. Llega Marujita, dulce y desgarrada, y cubre de ternura el cuerpo de su padre. La dejamos. Atendemos a las radios que llaman pidiendo valoraciones. Llamo a la doctora Marín. No hace falta informarla. Me pregunta qué me deja a mí Francisco Candel. "Identidad", le digo.

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