Documentació
Candel regresa a la Barcelona marginal
Ahí va Candel por las barracas de la Riera Comtal, en la Sagrera. Traje negro, camisa blanca, corbata listada y maletín. Engominado y bien rasurado, se parece a Juanito Valderrama. Estamos en 1965, las fotos son de Miserachs y el reportaje lo publica "Serra d'Or".
Candel en 1977. Camisa a franjas y cuadros, pelo negro con melenita, barba blanca veteada de negro. Sonríe junto al fotógrafo Luis Viadel en la contraportada del libro "Barrio" (Ediciones Marte).
Año 2000. Candel es un personaje casi invisible que publica sus libros en una pequeña editorial de Gaüses, un villorrio del Empordà. Y, sin embargo, sus enseñanzas parecen más necesarias que nunca. Existe también hoy una ciudad extensa, con suburbios que pocos conocen y menos visitan. No se puede decir que sean "los pueblos de las ciudades", como él mismo los calificó hace tiempo. Tampoco la figura del fabulador es la más adecuada para glosar lo que sucede allí, porque se ha interrumpido la tradición y la oralidad se desenvuelve por otros cauces. La novela no sabe cómo manejarse en este nuevo paisaje, mientras que la televisión hurga en sus heridas, hace y deshace, y lo presenta como quiere.
Haría falta media docena de escritores como él, media docena de directores de cine como Llorenç Soler, para tomarle las medidas a la ciudad nueva. Una sensibilidad favorable (¡Candel salía fotografiado en la portada de "Serra d'Or"!) para que lo pudiéramos tener por escrito, y no sólo en documental. Tal como se han puesto las editoriales no creo que ni ustedes ni yo lo lleguemos a ver.
Por eso, es una suerte que Candel continúe en el tajo. Su último libro, "El sant de la mare Margarida", se sitúa en la época en que Can Tunis era Can Tunis y no "Propietat del Consorci de la Zona Franca", como reza algún letrero. Candel cuenta la historia de amor entre una monja del asilo del Port y el dueño de una droguería, que aun siendo republicano y revolucionario salvó a las hermanas de la persecución de la FAI. Y que años después, tras ser depurado por el franquismo, presidía la misa como si fuera el alcalde del barrio. Candel construye la novela a base de cuadros, saltando en el tiempo de aquí para allá. Lo mismo recuerda un recorrido por el túnel del "carrilet" (y sus pintadas) como una anécdota de la nevada del 62. El pastoreo en el descampado o la mala suerte del borracho que a la salida del bar del Primitivo (y por ver doble) es atropellado por el tren.
La historia admite la digresión. En realidad, el nudo no se trenza hasta bien avanzado el relato, lo cual desconcierta un poco. ¿En qué época se sitúan los hechos? ¿Cuál será el tema central? Una vez planteada la imposible aventura amorosa no se abandona hasta el fin. Candel domina la conversación y la observación directa. De la historia de la monja y del señor Campreciós se desprende que las leyes del barrio se imponen a cualquier elemento exterior. El tendero es una buena persona, pero su santidad nace de una vivencia íntima de Margarida. Y al revés: el amor de Campreciós por la monja es lo que le otorga su aura.
El volumen se completa con dos relatos breves ("L'euga blanca" y "La missa major de mossèn To-màs") en los que Candel repunta como maestro en el arte del retrato. Los dos traperos, el gitano Flores Amaya, todos los charnegos de las Casas Baratas están tratados con simpatía y humanidad. Pero también con esa fuerza interior, como de fotografía antigua, que caracteriza las mejores fisionomías de la literatura social. Los recuerdos de Francesc Candel, como otrora sus apuntes del natural, son un testimonio inigualable. son un testimonio inigualable.
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