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Documentació

Agencia de venganzas

Article publicat al diarti “El País” el 07/07/2007 per J. Ernesto Ayala-Dip

Mercedes Abad cree en la porosidad de los géneros. Cree en sus mutuos préstamos. Defiende la libre transición entre poesía, cuento y novela. Nadie hoy puede negar esta exigencia de solidaridad. Pero a veces una idea puede solamente defenderse desde los presupuestos de un género. A veces una idea fuerte en inventiva puede verse restada lamentablemente por falta de espacio. Otras veces, por el contrario, un sutil apunte psicológico, una chispa imaginativa, una anécdota deslumbrante puede dar sólo para un desarrollo más acotado. A la nueva novela de la autora catalana Mercedes Abad, El vecino de abajo, no le falta inventiva. La bien engrasada imaginación de Abad (la misma que demostró en su primera novela, Sangre), sin embargo no ha sido suficiente para disimular el lastre que supone tener que rellenar con peripecias demasiado secundarias una historia interesante que no hubiera dejado de serlo por estar desarrollada en un formato más humilde. Y cuando digo interesante lo digo en el exigente sentido en que lo definía Henry James en El arte de la ficción: esa pieza que debe primordialmente interesarnos. La cuestión entonces es la siguiente. ¿Por qué algo que nos resulta en principio interesante comienza, a medida que vamos avanzando en la lectura, a resultarnos forzado? Es lo que ocurre con El vecino de abajo.

Mercedes Abad crea una voz

narradora. Esta voz es la de una traductora (en el momento del relato está traduciendo a un Nobel de literatura) que un mal día se despierta con ruidos provenientes del piso de abajo. La acción transcurre en la Barcelona de nuestros días. El vecino, dueño de un restaurante de cierto empaque, ha iniciado unas obras en su piso que van minando cada día más la resistencia psicológica de nuestra narradora. La situación se va haciendo tan insostenible que, al final, la traductora comienza a maquinar represalias. Lo hace de una manera tan infantil que va a dar con sus huesos en la cárcel. Luego se asocia con otra vecina para iniciar una especie de sociedad vengativa. Primero para saciar su sed de represalias, luego con afán de lucro. Es en este punto donde la novela comienza a dar señales de agotamiento. Ya lo había dado antes la estadía de la narradora en la cárcel. También algunas descripciones eróticas, por cierto nada imaginativas dada las muestras de competencia en esta materia que había dado la autora en Ligeros libertinajes sabáticos. La cristalización de la agencia de venganzas, primero en un local y luego por internet, fue la demostración de que Abad comenzaba a rellenar su imposible novela con soluciones argumentales bastante desconcertantes. Y de que la fuerza que tenía la idea central del libro, su fuerza ficcional y sus derivaciones metafóricas, hubieran quedado salvaguardadas de haber la autora entendido que un cuento era la mejor manera de solventar tan atractivo desafío. Sólo el final, la última página, es un alarde de broche sugerente. El final de lo que debería haber sido un excelente cuento. De la venganza, la narradora al final pareciera rendirse, como en alguna obra de Calderón de la Barca se insinúa, que mejor se la subordine al milagro del perdón.

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