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Documentació

Quevedo, huesos de polvo enamorado

Article publicat al diari “ABC” el 14/04/07 per M. de la Fuente i M.C. Moreno

Quiso el destino que la postrera sombra cerrara los ojos de Francisco de Quevedo en la villa manchega de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) allá por septiembre de 1645, cuando el poeta y furibundo agitador político de su época estaba a punto de cumplir sesenta y cinco años. Atrás quedaban para siempre sus putañerías, sus buscones, sus narices superlativas, sus dardos en la palabra y en la figura de don Luis de Góngora y Argote, sus recados contra Olivares, su echar pestes y sierpes de los judíos, los moros, y quien se pusiera a tiro de sus anteojos, sus quevedos, precisamente, y su andar renco, tanto de la pierna como del alma.

Alejado del mundanal ruido, en Villanueva sus venas («que humor a tanto fuego han dado»), y sus médulas gloriosamente ardieron y recibieron sepultura. Y así, más o menos hasta ayer, cuando se ha sabido que un prestigioso grupo de expertos de la Escuela de Medicina Legal de la Universidad Complutense han identificado sus restos que durante cuatro siglos han dormido el sueño de los justos en la cripta de Santo Tomás de la parroquia de Andrés Apóstol, y cuya cierta presencia ha pasado de boca en boca y de generación en generación entre los vecinos de la villa manchega.

Restos de decenas de personas

El equipo de investigadores ha trabajado bajo la dirección de los profesores José Antonio Sánchez y Andrés Santiago en una labor que, a la postre, parece haber sido mucho más ardua de lo previsto, ya que junto a la osamenta de Quevedo se encontraban los restos de bastantes más individuos de los que se pensaba en un primerísimo momento.

Ante la imposibilidad de recurrir a la panacea del ADN (los huesos pueden ser fácilmente contaminados, y además no existía descendencia contrastada del vate, aunque algún cronicón habló alguna vez de una posible hermana que estaría enterrada en Madrid), el equipo ha recurrido a un método tan fiable como el de la antropología forense, que permite, tras un detenido y minucioso estudio de los huesos (la investigación se ha prolongado durante un año), tener acceso a información verdaderamente privilegiada. Hueso a hueso, casi menudillo a menudillo, se puede saber si unos restos pertenecen a hembra o varón, a joven o anciano, si larguirucho o canijo, si manco, si cojo (como ya saben ustedes que es el caso), si murió con pena, o transitó con gloria, y hasta casi si vivió silencioso o lenguaraz. Resumiendo y en palabros científicos más a la nueva usanza: los restos son sometidos a un exhaustivo análisis morfológico patológico, radiológico y antropométrico. Paso a paso, los expertos van descartando posibilidades y logran la cuadratura del círculo, esto es, la identificación y adjudicación de los restos estudiados a una persona concreta, hasta el punto de que ante un retrato del susodicho, la cotejación con el estudio maxilofacial será inapelable.

Antes de que lo llevare el blanco día, Francisco de Quevedo, tal y como dejó dicho en su testamento, pidió ser enterrado en el Convento de Santo Domingo, donde murió. A pesar de sus conocidas malas pulgas (al menos en este mundo) la voluntad del poeta no llegó a cumplirse, y fue inhumado en la cripta que la familia Bustos poseía en el mencionado templo de Villanueva de los Infantes. Posteriormente, casi cien años después, todos los restos que había en esta cripta fueron trasladados a otra cripta, la de la Iglesia de San Andrés Apóstol, que permaneció oculta hasta que en 1955 fue descubierta en una excavación en la Sala Capitular del templo.

Los autores de la investigación ya han demostrado su experiencia en estudios anteriores como el del Panteón Real de San Isidoro de León, así como los restos del Marqués de Santillana, de Juan de Mena y del Conde de Orgaz, entre otros. Igualmente, ha realizado varios estudios antropológicos de múltiples necrópolis de todas las épocas históricas. Incluso, hay que resaltar que la propia Escuela de Medicina Legal guarda la mejor colección antropológica de España y una de las mejores del mundo.

Cuatro siglos después de que el vate madrileño dejara las cuitas de este mundo para viajar hasta «esotra parte en la ribera» y acabara por quedarse literalmente en los huesos, con ellos, con los huesos, la ciencia no sólo le ha puesto en su sitio, sino que ha vuelto a dar postrera certificación de que ellos, los huesos de Villanueva de los Infantes, son los suyos, y no vulgar osamenta culterana. Francisco de Quevedo y sus huesos, que polvo serán, mas polvo, por supuesto, enamorado.

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