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Documentació

Carmen Laforet, tres años no es nada

Article publicat al diari “ABC” el 28/02/07 per Trinidad de León-Sotelo

Hoy hace tres años del día en el que Carmen Laforet cayó en el insondable vacío de la muerte. «Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche». Estas son palabras que la novelista puso, en boca de Andrea, en el segundo párrafo de «Nada», aquella rotunda novela que le valió a una joven nacida en Barcelona el 6 de septiembre de 1921 el primer premio Nadal. España vivía el año 1944 y la desconocida muchacha le dio lustre a un galardón que con ella inició un camino de prestigio. Fue ese libro, que también mereció cuatro años después el premio Fastenrath, el que revolucionó la literatura española de posguerra. Andando el tiempo «La isla y los demonios» (1950), «La mujer nueva» (1955, reeditada en 2003); «La insolación» (1963), «Mis mejores páginas» y «Paralelo 35», publicadas entre el 63 y el 67, forman parte de la trilogía «Tres pasos fuera del tiempo», forman parte de una obra que, indudablemente, se vio marcada por su primer título, al convertirse en referente obligado de un profundo cambio en el mundo literario español. (Otra cosa es el «mundillo literario», al que la autora jamás se acercó).

Problemas con la censura

Laforet fue saludada con gozo por Juan Ramón Jiménez, Azorín, Ramón J. Sender, escritor éste que en cartas cruzadas posteriormente con Carmen, celebraba, también, su modo de ser persona. El autor de «El lugar de un hombre» mantuvo correspondencia con la novelista entre 1965 y 1975, epistolario que con el título «Puedo contar contigo» (Destino) se publicó en 2003. En una de las cartas, el exiliado la llama «gozadora», tanto era el amor por la vida que descubrió en ella. Laforet, en efecto, dio muestras de amarla, aunque no anduvo escasa de problemas. La censura, por ejemplo, la padeció con «La mujer nueva», que, al fin, se publicó gracias a la intervención de un obispo. No estaban los tiempos como para que una mujer separada, aunque fuese en la ficción, eligiera vivir sola y tuviese un amante, y que, además, sabedora de su pecado volviese a caer en él. Carmen llegó a pensar que «la Iglesia era un tinglado sin sentido», y sufrió una seria crisis mística. No faltaron, tampoco, los problemas personales. Casada y con cinco hijos, su matrimonio con Manuel Cerezales, contraído en 1946, tuvo su punto final en 1970.

El escritor Antonio Vilanova dijo a ABC, tras la muerte de la novelista, que era «una persona reservada, muy fina y delicada». Se dolió Otero Barral, editor de Destino, del día en el que Carmen renunció a inaugurar un ciclo de conferencias porque, dijo, «no era capaz de hacerlo, había perdido ese don. Vino a decirme que padecía un fallo en sus facultades». Su talento fue calificado por Otero de «inconmensurable».

El distanciamiento de Laforet de la literatura pudo deberse a lo que muchos llamaron demencia senil, cuyos primeros síntomas se manifestaron en 1993 deslizándose poco a poco por una cuesta abajo sin retorno. No obstante, su hijo Agustín Cerezales declaró a este periódico en octubre de 2003 que el alejamiento de su madre de la creación fue pausado ya que hablaba de grandes proyectos y de otros inacabados. En este apartado de su vida, no hay que desdeñar el hecho de que el éxito la aburría.

Israel Rolón -de quien los lectores de ABC tienen reciente memoria por la publicación hace escasas fechas de una autobiografía inédita de la escritora-, llegó a conocerla: «Un año antes de morir, la vi comer con su propia mano y eso no es propio de los enfermos de Alzheimer». Cuenta que su admirada escritora comenzó por irse encerrando en sí misma en algo que para él «tenía mucho de autismo de adulto».

Optó al Príncipe de Asturias

Aunque Laforet había tenido galardones como los ya citados, amén del premio Nacional de Literatura y el Menorca, ambos en 1955, Rolón, llevado por su admiración hacia la autora de «Nada» y dolido por su situación personal, decidió presentarla en 2002 y 2003 al Príncipe de Asturias de las Letras. Contó con el apoyo, entre otros, de la editorial Destino, Miguel Delibes y Francisco Ayala, aunque autores de éxito del momento se negaron porque no tenían en mucho a la escritora. Sin embargo, hubo una persona -prefiere mantener el anonimato-, que llegó a ponerse en contacto con una reconocida creadora española del mundo de la moda para el vestido que la mujer «que iba a recibir el premio» llevaría para la ocasión.

Evoca Rolón el momento en que Cristina Cerezales le habló a su madre de lo que estaba en marcha, a lo que respondió, «¿a mí?». Su hija, asimismo, le leyó las fotocopias de los textos de apoyo que la Fundación Príncipe de Asturias envió a la candidata.

Carmen vivió sus últimos años en casa de su hijo Agustín, y en la de Cristina, de donde salió hacia una residencia tan próxima a la de su hija, que ésta pasaba a verla a diario. La mujer que creó personajes inolvidables sentía, también, la necesidad de expresar sus vivencias al margen de la ficción. Así llegó al público, en 1961, el ensayo «Gran Canaria», tierra en la que vivió años felices de su infancia. El prodigio que para ella eran las relaciones humanas queda patente en su epistolario con Sender. El consuelo, la ternura, el cariño, están patentes en miles de palabras que pueden ser, también, una explicación de su mutismo literario. En sus cartas fue dura y tierna con España. Al lejano amigo le escribe: «Usted se ha olvidado de que vivimos siempre en los pequeños reinos de las Taifas, y que una persona que no está declarada en ninguno de estos reinos belicosos, a la fuerza se la considera como enemiga de todos».

En mayo de 2004 se publicó «Al volver la esquina», novela inédita de la escritora, pero su presentación se celebró el 25 de febrero de ese mismo año. A Carmen Laforet le quedaban dos días de vida en su particular universo. Luego, fue el luto.

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