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Documentació

Roser Caminals recrea en La petita mort la geografía antigua y las gentes de Barcelona con gran minuciosidad.

Article publicat a “La Vanguardia” el 26/5/2004 per Julià Guillamon

En un pasaje de este libro inolvidable que es Francesc Pujols vist per ell mateix de Artur Bladé i Desumvila, Pujols resume en pocas palabras su “llei del mareig aplicada a l’estètica”. Esta ley, le cuenta Pujols a Bladé, se basa en un fenómeno de reversibilidad por el cual cuando uno se marea tiene la sensación de que los objetos giran a su alrededor. Del mismo modo, cuando los objetos giran realmente alrededor de un hombre, éste, fatalmente, se marea. Este fenómeno de sensibilidad reversible, afirma Pujols, se produce también en el terreno de la literatura y del arte. Si la belleza provoca emoción estética, siguiendo la ley del mareo, la emoción estética es también susceptible de crear belleza. Todo esto viene a cuento a propósito de la novela de Roser Caminals (Barcelona, 1956), La petita mort, y del título que alude al desmayo de la caballista en el circo ecuestre. La “piccola morte”, el “cobriment de cor” que se produce “perquè abans n’hi havia hagut un altre”, el orgasmo que, en principio, debe acompañar todo engendramiento. En una novela urbana, estos momentos de tránsito y abandono resultan decisivos. La novela urbana es una historia de transformación. Caminals lo entiende y se recrea al contarlo, en libros que combinan el amor y la intriga, lo social y el folletín. Hay un tema que me preocupa. Leo Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, La sombra del viento y El día del Watusi. En estas novelas que transcurren en Barcelona lo catalán se ha convertido en una excrecencia. Veo en La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza a los catalanistas huyendo por las alcantarillas durante la dictadura de Primo de Rivera, mientras que en La llibertat, de Lluis Anton Baulenas, un gángster de por Tortosa, en lugar de asaltar el poder real, se dedica a inventar quimeras. Cada día llegan a mi casa novelas catalanas protagonizadas por individuos excluidos y agusanados, ajenos a la marcha real del mundo. Y ahora, de pronto, las novelas de Roser Caminals recuperan para la cultura catalana un espacio de centralidad. El Carrer dels Tres Llits (2002) y La petita mort están escritas desde un conocimiento profundo de la historia y de la geografía antigua de Barcelona, tanto más sorprendente si sabemos que la autora es profesora del Hood College desde 1981 y vive en Maryland. Las descripciones de los alrededores de la sórdida calle del Cid o de la iglesia de Belén, de las “muscleres” del Morrot, del teatro Pompeya y el Paralelo, son singulares y cuidadas. La trama se bifurca, por un lado hacia una red de falsificadores de moneda, por el otro a la engañifa detonante que es el circo. Destaca la figura del arquitecto, de extracción humilde, que ha comprendido que la Barcelona que pudo ser aristocrática se quedará en burguesa, y por eso proyecta en el mismo estilo de las casas de los señores, farmacias, panaderías y la tienda de lanas y paños El Indio de la calle del Carme. El efecto de verdad que produce la recreación del burdel o del accidente del telar en El Carrer dels Tres Llits, el ambiente del taller de los monederos falsos o de la “tassa plena de xocolata freda i enterrada sota una capa de tel” después del crimen de La petita mort, es algo rarísimo, emocionante y, por la ley reversible, bello. Los libros de Roser Caminals lo tienen todo para convertirse en una referencia. Desde La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios no había leído un retrato de la Barcelona de 1900 tan convincente.

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