15è. aniversari (1999 - 2014)
 
 

Documentació

Verdaguer, todavía

Article publicat a “La Vanguardia” el 22/03/2003 per Anton Maria Espadaler

Se suele decir que todos los santos tienen octava, pero lo que es el año Verdaguer es la octava que no cesa. Sus efectos se alargan sin freno, y como esto siga así sus consecuencias van a dejar una larga memoria entre quienes se hayan aficionado a leer al poeta de Folgueroles, porque los editores no paran de suministrarles materia. Hará cosa de mes y medio escribí en estas mismas páginas dando cuenta de las importantes publicaciones con que parecía entonces que concluía exitosamente esta conmemoración. Pero hete aquí que al poco recibí tres libros como tres soles, y según me contaron, porque esta vez pregunté cuándo se echaría el cierre, la cosa sigue a buen ritmo, animada además por recientes tesis doctorales. Así pues, el año Verdaguer sigue para trienio. Isidor Cònsul me da a conocer el primer volumen de Totes les obres, consagrado a la prosa de Verdaguer (Proa) y editado por él mismo y Joaquim Molas. Este volumen alcanza la friolera de 1.447 páginas y contiene toda la prosa de Verdaguer, en buena letra y buen papel, incluida la correspondencia, sus traducciones ­auténtico taller de pruebas de artista­, a la vez que concede un merecido relieve a textos que presenta con nuevo rostro, como los escritos dedicados a sus recuerdos de infancia o sus anotaciones folklóricas. Como todo escritor moderno, Verdaguer forjó su estilo en el periodismo, después de hacerle dar sus primeros pasos, casi a escondidas, en el género epistolar. Verdaguer contaba básicamente con dos pilares: una buena percepción de lo que eran los ritmos genuinos de la lengua popular y una sólida formación clásica, adquirida en el seminario. La suma de ambos aspectos le permitió elevar una lengua de comunicación muy estropeada y salvar con gusto seguro y acertado las derivaciones grandilocuentes del romanticismo. Verdaguer era un sacerdote, lo que equivale a decir que raramente hay en sus escritos espacio para la aparición de un yo que no sea pudorosa y contenida. Sus confesiones, cuando se producen, ayudan a captar cualidades o características de su personalidad, pero no la ponen nunca en crudo al alcance del lector. Si viaja por el país, su personaje es un excursionista. Si va a Tierra Santa, sus ojos son los de un devoto. Cuando habla más directamente de él en los artículos de “En defensa pròpia”, hace frente a acusaciones de locura, lo que no ayuda precisamente a recibir al poeta con la nitidez deseable. Narcís Garolera, por su parte, acaba de poner en los escaparates dos títulos de Verdaguer: “Flors del Calvari” y “Al cel” (ambos en Columna). A este último le precede un prólogo del poeta Narcís Comadira, en el que destaca la extraordinaria ambición que guió la carrera literaria de Verdaguer, cuyas líneas de fuerza, que explotan con particular detonación en este libro, estarían gobernadas por una tensión de orden místico que perseguiría la fusión del hombre con Dios. Este anhelo, este deseo extremo, tendría muchas caras y llenaría muchos versos en la obra de Verdaguer y se erigiría en la clave mayor de su edificio humano y literario. “Al cel” nace como un complemento a la experiencia del dolor que encierra Flors del Calvari, considerado por Maragall como “lo más fuerte que ha producido la lengua catalana”. Poemas del infortunio, experiencia del mal de un hombre de fe, es el libro con el que Verdaguer abre su lírica a la modernidad, donde perdura y aun deslumbra.

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