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Documentació

Nadie debería licenciarse en Periodismo sin conocer "En defensa pròpia"

Article publicat a “La Vanguardia” el 23/02/2002 per Anton Maria Espadaler

Parece que el año Verdaguer empieza con fuerza y sería deseable que mantuviera el nervio una vez transcurridos los doce meses que han de conmemorar el centenario de su muerte. Después de la lectura de En defensa pròpia (Tusquets Editors), fruto de una estupenda edición de Narcís Garolera, que además de un prólogo excelente incorpora seis inéditos, uno se convence de que esta celebración debería tener una presencia especial en los periódicos. Yo no sé qué lecturas se recomiendan a los alumnos de periodismo antes de abandonar las aulas, pero tengo la firme convicción de que nadie debería acceder a la licenciatura sin conocer al dedillo las Apuntaciones sueltas de Inglaterra, de Leandro Fernández de Moratín, y En defensa pròpia, de Jacint Verdaguer.

Cuando se asegura que Verdaguer es el padre del moderno catalán literario, se subraya con excesiva timidez el hecho incontestable de que buena parte de esa modernidad se debe justamente a la naturaleza periodística de su prosa. Si Josep Pla elogia el esfuerzo de Verdaguer por lograr una prosa de calidad a partir de una lengua que malvive en la dimensión familiar, y lo sitúa en el primer lugar entre los escritores modernos, es porque la prosa de quien fue antes que nada poeta celebérrimo tiene todas las cualidades del buen periodismo: estilo directo y sin concesiones a la galería, brevedad, nula afectación en la lengua, inmediatez en la presentación de la materia. Si algun exceso puede indicarse se deriva de las apariciones apabullantes de un yo que a pesar de todo aún se nos escapa.

Hay que tener en cuenta que al periodismo de Verdaguer suele acompañarle un adjetivo fatídico: polémico. En defensa pròpia surge, como todo el mundo sabe, como denuncia de una situación personal de extrema dificultad causada por la pérdida de confianza de su protector, el marqués de Comillas, y el subsiguiente cambio en el trato por parte del obispo de Vic, doctor Morgades, de su amigo y compañe-ro de fatigas literarias Jaume Collell, y de su pariente el jurista Narcís Verdaguer i Callís. Si lo presento así y no tomo decidido partido por Verdaguer es porque leyéndolo -y eso no tiene nada que ver con la literatura ni significa ningún impedimento para la santidad- uno se convence fácilmente de que las apreciaciones de los psiquiatras son de una exactitud rotunda, lo que no excluye, sino todo lo contrario, una sorprendente falta de tacto en hombres tan sutiles en sus respectivos menesteres.

Verdaguer se consideró víctima de una conjura turbia y poderosa y no dudó en recurrir a la prensa progresista de la época para exponer su caso. Desde un punto de vista retórico, que no deja de tener una llamativa vertiente clínica, lo más llamativo quizá sea la constancia en los desplazamientos de su personalidad. Hacia los pájaros, al principio, invocando libertad en pleno confinamiento y derecho a la libre expresión, bajo un manto indisimulado de franciscanismo y con la figura de su fundador.

Luego habrá desplazamientos hacia figuras incluso de ficción, como el Nazarín de Pérez Galdós, en cuya peripecia verá un claro paralelismo, para culminar el ascenso identificativo con el mismo Calvario, para interpretar su caída en desgracia como una persecución y ver reproducida en sus carnes la pasión de Jesucristo.

Bien, pues aún en tan inopinada tesitura, Verdaguer conmueve e incita a ser leído, mientras se hace más frecuente la palabra locura y el lector experimenta un sentimiento muy profundo de piedad.

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