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Documentació

Canigó

Article publicat a “La Vanguardia” el 15/08/2002 per Anton Maria Espadaler

En este año de celebraciones verdaguerianas continúa a muy buen ritmo la publicación puesta al día de muchas de sus obras, entre las que destaca por su singularidad la edición comentada e ilustrada de las libretas que contienen las anotaciones que Verdaguer efectuó en sus excursiones al Pirineo en 1882 y 1883, a cargo de estudiosos tan solventes como Curt Wittlin -un filólogo de hierro, que aquí nos descubre una vena poética y andariega quizá no tan sorprendente en un suizo que ha profesado en Canadá- y Narcís Garolera, gracias a cuya labor filológica podemos leer a Verdaguer con absoluta fiabilidad. El libro, titulado Del Canigó a l'Aneto, estupendo en su realización, con dibujos de Mossèn Cinto y notas aclaratorias que ayudan al lector y al excursionista que quiera seguir los pasos del poeta, lo acaba de publicar Pagès Editors.

No puede dudarse de que si el Canigó es todavía hoy una montaña que conserva una innegable capacidad de impresionar al que lo contempla es debido al poema que le dedicó Jacint Verdaguer, quien además lo confirmó en la imaginación popular como la cumbre que domina el Pirineo, y que es capaz de contener antiguos misterios. En un libro impagable de reciente aparición, "¿Per què Catalunya és com és?" (Edicions 62), el geógrafo Joan Tort rinde homenaje a Verdaguer como el "poeta geógrafo" -así le denominó Josep M. de Casacuberta- que ayudó a descubrir científicamente la cadena toda y el Canigó en particular, del que recuerda que pudiera significar "gigante blanco" (Joan Corominas, que también era un gran caminante, le atribuye una etimología bastante más modesta). Según Tort, la condición de gigante vendría justificada por su visión desde la llanura ampurdanesa, por donde transcurría la vía Augusta, desde donde aparece ciertamente como una mole impresionante. Tanto que, aun sabiendo desde el siglo XVIII, cuando se efectuó la primera medición científica del Pirineo, que no era la montaña más elevada, Verdaguer no dejó de tratarla como un coloso solitario y sin rival.

Esta fascinación por el Canigó, sin embargo, no es propia de los tiempos modernos, sino que viene de muy antiguo, y siempre ha ido acompañada de toques legendarios. Si Petrarca subió al Mont Ventoux -una montaña que hoy es básicamente un hito en el ciclismo mundial gracias al Tour de Francia- para meditar sobre la frágil condición del hombre, el rey Pedro el Grande de Aragón, cincuenta años antes, emprendió como una aventura de riesgo ilimitado la subida al Canigó. Estaban los monjes en Sant Martí, donde está la fuente que según Corominas dio nombre a la montaña, pero más arriba, en la cima, el rey que al decir de Dante "d'ogni valor portò cinta la corda", fue al encuentro del mal. Lo cuenta el cronista Salimbene da Parma, que hizo la crónica del mundo en tiempos de otro gran personaje, Federico II. Fue en 1276, y el rey, nuevo san Jorge, esperaba encontrar en la cima a un terrible dragón, que se escondía en pavorosas cavernas.

¿Fueron los monjes al Canigó a contrarrestar la fuerza del maligno? Hacia 1210 el clérigo inglés Gervasio de Tilbury dedicó al emperador Odón IV de Brunswick sus Ocios imperiales, donde expuso, entre muchas cosas placenteras, la situación oculta del paraíso terrestre y la diversa localización de las puertas del infierno. Segun él, una de esas entradas se hallaba en una montaña de Cataluña que no me extrañaría nada que se tratase del Canigó. El rey no halló al dragón, pero el exorcismo final lo ejecutó Verdaguer con su poema.

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