Documentació
Presencia, símbolo e icono
Uno de los Vint-i-dos contes de Mercè Rodoreda, titulado “Carnaval”, tiene como protagonista a un joven que quiere ser poeta. En una noche loca, mientras bajan de la avenida del Tibidabo por la calle Balmes, se lo cuenta a una chica. Será un poeta intrépido, irá de allí para allá para conocer mundo, no como los poetas de aquí que “solen morir al llit amb tota la família al voltant i després els diaris comenten el darrer mot i la força del darrer sospir”. La inmediatez del comentario es inequívoca, esa es la idea que muchos han tenido de lo que es ser poeta catalán: un tipo familiar, apocado, que escribe desde la convención aceptada, al margen del mundo. ¿Responde esta imagen a la realidad?
El poeta catalán es una presencia visible Una condición indispensable para entender cómo se ha llevado a cabo la transmisión de la literatura catalana desde la Renaixença son sus condiciones de accesibilidad, su espacio. Poetas y autores dramáticos han sido personajes públicos, que uno conoce de vista y que se cruza por la calle. En El meu Verdaguer, reeditado recientemente por La Campana, Josep Maria de Sagarra sitúa el inicio de su vocación literaria en un encuentro con Mossèn Cinto a la salida de la parroquia de Sant Francesc de Paula un domingo por la mañana. La Rambla barcelonesa es un espacio donde los ciudadanos pueden ver a Guimerà, a Verdaguer, a Maragall. La mayor parte de la tragedia verdagueriana se desarrolla en el corazón de la Barcelona antigua. Asediado por todos, Jacint Verdaguer recala junto a la familia de Desidèria Martínez en un piso de la calle Portaferrissa. Desde allí escribe al canónigo Collell para decirle que no volverá a la Gleva: “Si aqueixa idea se tira endavant, estic disposat a anar pels carrers de Barcelona entre gents d'ar-
mes, com Jesucrist pels carrers de l'Amargura”.
Detrás de todo gran poeta hay siempre un caso En contraste con esta presencia asequible y cotidiana, el poeta esconde un misterio, que se condensa para dar lugar a un caso: traición a la causa, exilio voluntario, ambigüedad sexual, desafecto, locura. Más allá de su verdadera significación histórica, el caso Verdaguer, su enfrentamiento a los poderes terrenales y las jerarquías eclesiásticas, es un punto de referencia de las guerras culturales que sacuden la literatura catalana del siglo XX, desde la apropiación de la figura de mossèn Cinto por los sectores radicales y anticlericales hasta su rehabilitación piadosa bajo el franquismo. En su breve biografía publicada por Omega, Miquel de Palol extrapola el caso Verdaguer como un ejemplo del malestar de la cultura y lo convierte en un símbolo de las maltrechas relaciones de los intelectuales con el poder. Verdaguer vive.
Algunos poetas catalanes se convierten en iconos
La obra de Verdaguer llega a sus lectores a través de ediciones populares, de amplísima difusión (la celebérrima, de tapas amarillas, de Francesc Matheu que se anunció con grandes carteles por toda Cataluña), pero también de adaptaciones musicales y lecturas fuera de contexto, en homilías, excursiones, reuniones catalanistas, hojas parroquiales y recordatorios de entierros. Antes de que “Serra d'Or” convierta a Espriu y Pere Quart en caras de póster, el retrato de Verdaguer triunfador en los Jocs Florals de 1868 era un icono de la poesía catalana y, por extensión, del catalanismo. Esa imagen de Verdaguer con barretina es nuestra Marilyn Monroe, nuestro Humphrey Bogart, nuestro Che Guevara. El niño Sagarra la clava con chinchetas en la mesa de la casa “pairal” de Santa Coloma, donde empieza a leer sus versos, los comerciantes la utilizan en sus reclamos, el Banco de España la reproduce en los billetes de quinientas pesetas.
Verdaguer representa la quintaesencia de un modelo de poeta catalán, que no es desde luego el que tenía en la cabeza aquel mozo del cuento de Mercè Rodoreda. Todos los grandes han pasado por esas estaciones, relegando a otros, más discretos –Guerau de Liost, López Picó o Marià Manent– a un segundo plano. Esta imagen del poeta catalán está estrechamente vinculada a la difusión del catalanismo como proyecto e ideología, con el paso de un modelo de cultura y ciudadanía que se desarrolla en un espacio público, acotado y ritual, a otro que se rige por las leyes de la cultura de masas, que tiende a convertir a los poetas en figuras mediáticas, mucho antes de la llegada de la televisión. Curiosamente, la aparición de TV3 se encargará de barrer el “star system” del catalanismo cultural para imponer sus propias categorías y símbolos, encarnados en presentadores, actores, concursantes y hombres del tiempo.
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